lunes, 19 de marzo de 2012

Profesor Annibale Pastore.


Vivió una larga vida entregada a la enseñanza en la Universidad de Turín. Elaboró una "lógica del potenciamiento": un ser varía y se potencia por el hecho de estar en relación con otros seres. Y se adentró en la filosofía de la ciencia y los problemas de conocimiento que plantean las teorías de la relatividad y de la mecánica cuántica.
Pocos meses antes de su muerte le oí hablar de su experiencia de Don Bosco. Lo hacía con aguda memoria y con calurosa ternura. “Venía de la miseria”, decía, él que era pastor de oficio y de apellido. Entró como pobre en la casa de Don Bosco, Valdocco. Oigámosle:
«Me preguntaréis: ¿Por qué me fui del Oratorio, mi paraíso y mi vida, sólo un año después?... Una noche, mientras Don Bosco daba las Buenas Noches, se me ocurrió meterme en un confesionario. Y me dormí. Me desperté más tarde en medio de aquel silencio, en aquella oscuridad, con un frío que me daba la sensación de estar en el sepulcro y me arrebató el terror. Me puse a gritar desesperadamente, pero mis gritos resonaban desgarradores en la bóveda sin que nadie me oyese y viniese en mi auxilio… Presa del terror y las convulsiones…caí sin sentido en al suelo... Por la mañana me encontraron con espuma en la boca, herida la cabeza y aturdido”.
Estuvo con su familia un mes y volvió hasta acabar el curso.
Don Bosco, al despedirse le puso la mano sobre el hombro derecho. Y él, después de tantos años trascurridos, decía y repetía que sentía físicamente la mano del amigo fiel del que advertía cada día su presencia invisible.
Conservaba estas dos impresiones: que él era el preferido de Don Bosco (aunque sabía que esa impresión la tenían todos los demás) y que Don Bosco irradiaba la certeza de que hay otra vida que sería una locura perder: «En estos muchos años este sentimiento no ha perdido nunca su fuerza».
¡Ojala Don Bosco haya dejado, en todos los que hemos tenido el regalo de vivir algún tiempo en su casa, la sensación de que él sigue, como un padre presente en nuestra vida. Y que su mano sobre nuestro hombro siga siendo la garantía de fidelidad a lo que nos enseñó y nos sigue enseñando con tanta pasión, con tanto cariño.

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