domingo, 9 de noviembre de 2014

Amar?

Fiódor Mijáilovich Dostoyevski (1821 - 1881) es, según el juicio del siempre certero Stefan Zweig (Tres maestros…), «el mejor conocedor del alma humana de todos los tiempos». Una de sus obras  (la mitad de esa obra porque la segunda parte no la pudo escribir), Los hermanos Karamázof, publicada en noviembre de 1880 unos meses antes de su muerte es, según muchos, una de las obras más importantes de la literatura universal. Todos la conocéis. Y, si no, sería bueno que os acercaseis a leerla. Toda ella es alma, fervor, pasión, dolor, bondad, malicia, fe, devoción, compasión, cariño entrañable, odio, crueldad...
La página manuscrita del libro V que encabeza este comentario es como un reflejo de ese mundo atormentado. En él tiene voz la señora Khokhlakof: “... al amar, trabajo por un salario y exijo recibirlo inmediatamente en forma de elogios o de un amor como el mío. De otro modo no me es posible amar a nadie...” y el starets repuso: “Eso mismo me dijo hace ya mucho tiempo un médico amigo mío, hombre inteligente y de edad madura. Se expresaba tan francamente como usted, aunque bromeando con cierta amargura. Me decía: ‘Amo a la Humanidad pero, para sorpresa mía, cuanto más quiero a la Humanidad en general, menos cariño me inspiran las personase en particular, individualmente. Más de una vez he soñado apasionadamente con servir a la Humanidad, y tal vez incluso habría subido al Calvario por mis semejantes, si hubiera sido necesario; pero no puedo vivir dos días seguidos con una persona en la misma habitación; lo sé por experiencia. Cuando noto la presencia de alguien cerca de mí, siento limitada mi libertad y herido mi amor propio... Apenas me pongo en contacto con los hombres, me siento enemigo de ellos”.

¿Te pasa a ti lo mismo? A mí, sí. ¿Y tengo remedio para ello? El mismo que Fiódor vivió aplicándolo a su corta vida de sesenta años. El lema lo escribió en la cabecera de esta afortunadamente larga novela y figura en la lápida de su tumba en el cementerio Tijvin del Monasterio de Alejandro Nevsky, San Petersburgo: En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo, pero si muere produce mucho fruto. Evangelio de San Juan 12:24

martes, 4 de noviembre de 2014

Sam Van Aken.

Un huertecito del estado de Nueva York, a punto de desaparecer, se ha convertido, según cuentan los periódicos, en el escaparate de un prodigio. En la foto anterior se puede contemplar uno de los dieciséis árboles, fruto de una impensable iniciativa. Sam Van Aken, profesor de la Syracuse University y, sin duda, también poeta, soñador, artista, decidido y emprendedor, lo adoptó hace seis años, y en uno de sus árboles frutales hizo cuarenta injertos de otros tantos árboles de frutos de hueso. Albaricoques, melocotones, almendras, nectarinas, cerezas, ciruelas… y así hasta cuarenta frutos diferentes, son ahora testigos de algo que nos puede servir de reflexión y ejemplo.  Y en primavera del gozoso premio a una decisión como la de Sam.
Parece que el injerto es cosa antigua: de los chinos hace cuatro mil años. Plinio el Viejo (23-79 dC), es decir, Gaius Plinius Secundus, dos milenios después, describía el injerto de púa. Nuestro ilustre Gabriel Alonso de Herrera (1513) en su Agricultura General (tomo IV) se refería con amplitud a este noble campo de los cultivos. Y tres siglos más tarde el francés André Thouin (1821) habla nada menos que de 1.119 tipos de injertos.
Basta el enunciado de los hechos para que broten espontáneas algunas reflexiones. Me limito a dos. ¿Cuál fue la semilla que en el pensamiento de Sam le llevó a emprender el camino que le ha conducido hasta aquí? ¿En qué medida cuentan la imaginación, la decisión, la tenacidad para ello? ¿Cuánto tiempo, intentos, fracasos, vueltas a empezar… hicieron falta para llegar a un final tan asombroso? Y (esto es lo que nos importa más): ¿En qué medida y de qué modos fomentamos, en nuestro serio cometido de educadores, el afán no solo por saber, sino especialmente por emular, por imaginar, por conseguir, por luchar, por innovar, por crear, por esforzarse, por sentir que siempre hay un más y un más allá que conquistar…?    
El triunfo de Sam parece un retrato del triunfo de la unidad de los Estados Unidos de América. Es el resultado de querer ser lo que se es, buscar una tierra nueva para poder serlo, aceptar la carestía, los sueños, el esfuerzo hasta la violencia (no siempre las cosas se hacen bien), el sudor, la conquista, la aceptación de todos y la identificación de todos en una nación que no tiene nombre propio, salvo el del injerto que le ha dado vida.

Hay naciones (aparentemente consolidadas desde hace siglos) en las que la diferencia, el distanciamiento, la envidias, el asqueroso egoísmo, la trapacería, las zancadillas son fruto y retrato del alma de sus habitantes. Habitantes en los que llevar la contraria, ladrar, morder parecen ser necesidades sin las que es imposible mantener a flote la propia dignidad y prestancia.

miércoles, 29 de octubre de 2014

El amor y la muerte.

El libro de los meshalim o, como nosotros traducimos, de los Proverbios, es una corriente sabia e inteligente que ocupa un lugar respetado en el conjunto del antiguo testamento de la Biblia. Figuran en él los llamados Proverbios de Salomón, pero también, y casi en epílogo, las Máximas de Agur, hijo de Yaqué, el masaíta y las de Lemuel, rey de Masá, que le enseño su madre. Masá, que significa tentación, tiene que ver, sin duda, con Rafidim, el lugar donde el pueblo se quejó por no tener agua y Moisés la hizo brotar de la roca de Horeb.
No pertenece a la colección que comentamos el “relato rabínico” que sigue. Pero bien pudiera tenerse presente para que nuestra vida, que nos parece tan dura, pudiera verse en el fondo del corazón, como fuente del Amor, que siempre es Vida. En el libro de los Proverbios leemos (10,2):
            Tesoros mal ganados  no aprovechan,
             pero la justicia libra de la muerte.    

En el mundo han sido creadas diez cosas duras.
La montaña es dura. Pero el hierro puede romperla.
El hierro es duro. Pero el fuego puede doblarlo.
El fuego es duro. Pero el agua puede apagarlo.
El agua es dura. Pero las nubes pueden llevarla.
Las nubes son duras, pero el viento puede disiparlas.
El viento es duro. Pero el cuerpo puede resistirlo.
El cuerpo es duro. Pero el miedo puede romperlo.
El miedo es duro. Pero el vino puede alejarlo.
El vino es duro. Pero el sueño puede vencerlo.
El sueño es duro. Pero la muerte puede acabar con él.
La muerte es más fuerte que cualquier otra cosa.
Sin embargo, el amor libra de la muerte. 


viernes, 24 de octubre de 2014

El mapa del Ébola.

Los Voluntarios DOKITA, Caritas, Camilianos, Hermanos de San Juan de Dios, Médicos con África, Voluntariado en el mundo, Javerianos, Salesianos, VIS... se han sentido “Hermanos del ébola” al unir sus esfuerzos. Piden a la  sociedad, a los gobiernos, a la comunidad eclesial que no tengan miedo de la fragilidad y que escuchen a las víctimas para darles una solución más eficaz en esta emergencia que no es solo sanitaria sino humanitaria: sanidad, seguridad alimentaria, economía, relaciones sociales, discriminaciones, huérfanos… son algunos de los problemas más graves. Realizan un intenso y capilar trabajo de información y sensibilización, reparto de equipos higiénico-sanitarios, mensajes de los animadores locales, que comparten lengua, cultura, costumbres: atención alimentaria, apoyo psicológico, identificación de los casos sospechosos, cura en hospitales y centros preparados cuyo personal ha pagado un precio muy alto en vidas.
Importa tener en cuenta:
“Se muere también de malaria y de parto”: se deben reabrir centros hospitalarios cerrados por temor al ébola.
“Se muere de hambre”: faltan alimentos en el mercado, suben sus precios, no se cosecha adecuadamente, no se garantiza adecuadamente la seguridad alimentaria ni se lucha contra la malnutrición infantil.
“Se muere por ignorancia”: al desconocer los riesgos, por ignorar cómo se identifica al virus y se impone, por tanto, y se realiza una acción de sensibilización, de prevención, de marginación de focos.
Se muere de injusticia”: hay que apoyar a los gobiernos que están dando solución con respuestas de emergencia, de acción más rápida y eficaz, ofreciendo recursos humanos, materiales y económicos.
Se han unido - ¡y piden nuestra ayuda! - para actuar conjunta y coordinadamente y contener la expansión de la epidemia y dar esperanza acudiendo, compartiendo, trabajando al lado de quienes ya lo hacen.

domingo, 19 de octubre de 2014

“El de las Nabas”

De Juan Fernández, llamado El Labrador, se sabe muy poco. O casi nada. A pesar de que sus obras, del aire de Caravaggio, se buscaban para enriquecer algunas colecciones como, por ejemplo, la del rey Carlos I de Inglaterra. Fue un pintor barroco español que vendía sus obras (más numerosas las de naturaleza muerta) en Madrid y en Semana Santa, única ocasión en que acudía a la Corte, así parece, allá por los años de 1630 para arriba o para abajo. Le gustaban, sobre todo, las uvas, como ves en el cuadro que te ofrezco de entrada.
Antonio Palomino, buen pintor y justo crítico, le consideraba «Pintor Insigne», discípulo de Luis de Morales y extremeño. En el inventario del marqués de Leganés (1655) se hace referencia a un cuadro con una «porcelana de uvas, dos búcaros, unas castañas y bellotas» y se  atribuye al «labrador de las nabas». En el de Ramiro de Quiñones se citan tres cuadros del «Labrador de las navas». Y en el Museo del Prado se pueden conocer dos obras suyas.
Me ha venido el recuerdo de este singular artista, singular por muchas razones: producía arte, es decir aportaba belleza al mundo en que el que convivimos; lo hacía de un modo sobresaliente muy por encima de los muchos que hoy creen aportar belleza para el recreo y la contemplación de los que la deseamos. Me ha venido al leer una y otra vez el aire que se da en tantos lugares y por tantas personas adictas al marujeo a personas que no enriquecen ni el aire ni nada con su vida y su obra. Personas que despiertan compasión; porque lo que se airea de ellas suelen ser rasgos lamentables si no despreciables. La meta que se debe proponer un ciudadano estimable es la de su aportación para dotar al mundo y a su historia más cercana con grandeza, belleza, generosidad, entrega, altruismo.
Oí decir a un muchachito, al que le preguntaban qué le gustaría ser de mayor, que su sueño era ser una persona importante. Ese propósito encierra tan grandes horizontes que merece la pena ver si en nuestros hijos y educandos se caldea un deseo parecido. Es más frecuente de lo que pudiera parecer, aunque no lo confiesen de ese modo tan decidido. Más importante todavía es indagar el perfil de la “importancia” que desean. ¿Sobresalir? ¿Poder presumir entre los iguales, que ya no serían tan iguales? ¿Servir con algo que se intenta conquistar pero es difícil conseguirlo? ¿Ganar mucho? ¿Distanciarse de los demás o acercarse a ellos?

El mundo necesita, por encima de todo, corazones grandes que lo hagan más “mundo”, es decir, más hermoso, más limpio; más humano, más hermano.

lunes, 13 de octubre de 2014

Entre amenazas...

Como todos sabéis, entre las conclusiones del informe “Adolescentes y Medios Sociales: 4 generaciones del nuevo milenio”, elaborado por la Confederación Española de Centros Educativos con el apoyo de la Comisión Europea, aparece que el 27% de los adolescentes echa mano de Internet para acosar a amigos y enemigos y el 19% lo hace con amenazas. No es de extrañar si en nuestra sociedad un 55% de los adolescentes cree que la violencia está justificada cuando se ha sentido ofensa u hostilidad. Siete mil adolescentes de 50 colegios de España e Italia han sido consultados y las respuestas reseñadas explican que lo hacen porque han sido atacados antes.
Si tuviésemos que analizar el material con el que se construye esta sociedad en que vivimos, llegaríamos a conclusiones un poco tristes. Me asaltan algunas, aunque me alegraría equivocarme. Por ejemplo: la violencia se come en algunos hogares (¿hogares?). Porque un alimento frecuente en la convivencia familiar es el reproche, la exclusión, el descrédito… el desprecio. Y me refiero a actitudes conyugales que no se evitan ante los hijos. Desde muy pequeños los niños perciben que el carro de la familia chirría con frecuencia. La consecuencia silenciosa, pero indeleble, es que se va derrumbando poco a poco el aprecio que tenían y quisieran seguir teniendo de sus padres. Lo necesitan porque no tienen más apoyo que el de los “dioses” de su hogar.
La reacción ante la violencia doméstica (¡ojalá fuese sólo verbal!) es asumir ese estilo de familia: “Ya sé lo que tengo que hacer con el que me es distinto o no me da la razón o me lleva la contraria o me mira mal o me ha insultado o me empujó o se ha metido con…”. La regla es sencilla e inmediata: violencia contra violencia.
¿Seguimos con los personajes de la vida y la ficción, con las llamadas redes sociales, que tantas veces enredan y disocian, con los comentarios sobre el contrario, con las ganas de destruir al que no es de mi opinión, con las guerras cercanas, políticas, económicas, a veces deportivas, en las que prima defenderse a cualquier costo, luchar contra el que se me enfrente, eliminar al que no piensa como yo… 

martes, 7 de octubre de 2014

Lepanto.

"Éste que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos estremos, ni grande, ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena; algo cargado de espaldas, y no muy ligero de pies; éste digo que es el rostro del autor de La Galatea y de Don Quijote de la Mancha, y del que hizo el Viaje del Parnaso, a imitación del de César Caporal Perusino, y otras obras que andan por ahí descarriadas y, quizá, sin el nombre de su dueño. Llámase comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra. Fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades. Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros, militando debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de la guerra, Carlo Quinto, de felice memoria".
Así se presentaba, como recuerdas, Miguel de Cervantes en el prólogo de sus Novelas ejemplares. Y evocaba el día en que perdió gloriosamente la mano izquierda mientras celebraba la victoria de la Madre de todos sobre los turcos. Porque el papa san Pío V agradecía a la Madre de la Paz y de la Luz aquella victoriosa y empezaba a llamarla Auxilio de los cristianos.
Herida que “parece fea” pero que “él la tiene por hermosa” en “la más memorable y alta ocasión que vieron los siglos ni esperan ver los venideros”.
Cuando un hombre de la altura moral, entereza varonil y gratitud espiritual de Cervantes se expresa así, se nos despiertan, en el aniversario de aquel hecho, 7 de octubre de 1571, las ganas de descubrir la nobleza en nuestros aparentes fracasos y la altura insuperable de grandeza, honor y belleza espiritual, tan poco tenida en cuenta cuando la vida se llena de dolor victorioso.

miércoles, 1 de octubre de 2014

La orilla.

Casi al final de la preciosa ópera Marina de Francisco Camprodón y Emilio Arrieta, un grupo de pescadores de Lloret de Mar, con Roque a su cabeza, cantan las seguidillas que todos recordáis: No enseñes en la playa la pantorrilla que hay muchos tiburones junto a la orilla.
Y me vino el recuerdo de haber visto hace pocos días, y vosotros lo visteis sin duda en los medios, cómo un veloz y voraz mero, casi en la orilla de la costa Bonita Springs de Florida agarró con su desmesurada bocaza a un tiburón que estaba prendido del anzuelo de un pescador.
“De la mar, el mero” dice la mitad de un dicho gastronómico conocido por todos. No sé cual será el dicho que corre entre ellos, los meros. Pero me asombró también ver la imagen de un buceador que contemplaba a un enorme mero, entre las rocas que le servían de amparo, que las debía estar pasando moradas porque tenía a un tiburón engullido a medias y no tenía manos para organizar con ritmo los platos de su banquete.
La templanza de los pececitos de colores no nos puede dejar complacidos viendo cómo nuestros hijos, nuestros educandos, se mueven con gusto en un mar apestado de insaciables tiburones. Y de meros tragamallas. Todos ellos carnívoros. Y no estoy pensando solo en esos a los que la policía trata de echarle mano en el intento de una caza en un barrio de una gran ciudad. Hace años, decíamos “¡Cuidado con las lecturas!”. Ahora no hay libros. “¡Aburre tanto leer!”. Hay tabletas. Y un mundo lejano, pero que se les mete en lo más hondo de todos los sentidos de los que más queremos, va poblando su vida en todas las direcciones. Se deforma su carácter. Porque al encerrarse en ese mundo prescinden de la preciosa (y a veces necesariamente exigente) escuela de la familia, de la fraternidad (si tienen la fortuna de no ser únicos), de la amistad, del altruismo, de la generosidad, de la entrega, de la paciencia, de la ayuda, activa y pasiva. Sufren en su criterio, porque lo que contemplan en alguna de sus pantallas es con frecuencia un esquema de vida tramado con el placer, con la violencia, con la complacencia por encima de cualquier código de vida y de conducta nobles. Carecen del ejercicio del encuentro, con la experiencia de que la vida es un proceso en el que se crece gracias o a pesar de los demás, pero siempre con los demás.          

¡Que no se te escapen creyendo que están en la orilla!

viernes, 26 de septiembre de 2014

¡Dictador!

Los romanos pusieron mucho interés en gobernar bien. Y cuenta la historia (¡cuántas cosas cuenta la historia que nos pueden enseñar tanto!) que fue Tito Larcio Flavo, de ascendencia etrusca y cónsul en el 501 y 498 aC, el que inventó la figura del dictador. Dijo más o menos: No bastan dos cónsules ni las autoridades ordinarias para regir a este pueblo en momentos difíciles de su historia, sobre todo si hay guerra o peligro de que alguien la arme. “¡Pero sólo por seis meses!” Y él fue el primer dictador en la historia de Roma. Es fácil comprender que quería demostrar cómo se usaba el invento.
A lo largo de los años se fue perfilando el nuevo papel de gobierno y su uso y los adornos que subrayaban la importancia del cargo. Por ejemplo le precedían en las ceremonias a las que asistía 24 lictores. ¡Y no los 12 que iban acompañando al cónsul! Era el magister populi y nadie podía criticar, discutir, censurar y ni siquiera pensar que se equivocaba en sus decisiones y actuaciones.
Pero porque no es este el lugar de sacar a exposición las atribuciones de los dictadores y sus circunstancias que tú, lector de estas líneas, conoces sobradamente, paso a una modesta reflexión sobre este mundo en que vivimos hoy: ¿Sigue habiendo dictadores hoy? Me permito aportar mi respuesta: ¡como hongos! Y no me refiero a que crezcan al ras del suelo, sino a que abundan en todas las instituciones, estamentos, en las clases políticas, en las clases escolares, círculos, grupos, familias, partidos, partidejos, corrientes, ciénagas, credos, políticas, economías, pensamientos, modas… Todos los que dicen que ellos tienen la última palabra son dictadores, evidentemente. Los que, en consecuencia no dejan que hablen otros, los que sonríen compasivamente ante los que no piensan como ellos. Los que dicen aborrecer las dictaduras y dicen recordar las que hubo en el pasado y de las que no tienen más idea que la que les puede dar su naturaleza de dictadores. Los que invocan la libertad que les garantiza lo que ellos llaman democracia pero que la esgrimen porque les sirve para poder ser dictadores sin que nadie les chiste. 
En este ámbito pequeño de la familia y la educación al que pretenden abrirse estas líneas hay un riesgo de revestirse del odioso papel de dictador cuando empezamos a decir: “¡Tú de eso no tienes idea!·”, “¡Lo he dicho yo y basta!”, “¡Se acabó!”, “¡He dicho una y mil veces que…!”,  y hasta “¡Pa ti la perra gorda!”.

domingo, 21 de septiembre de 2014

El olor del dinero.

El subsidio o, al menos, algunas clases de subsidio, eran un derecho en la Roma imperial. Y antes del imperio. Es y era el modo de tener contento al pueblo. Fue (y ruego a los enterados que me corrijan) Cayo Sempronio Graco el que desde 123 a.C. empezó a dar de comer gratis a un colectivo bastante amplio de ciudadanos. Tres siglos más tarde el emperador Aureliano daba pan, vino y carne de cerdo. Y tuvo que levantar las murallas de ladrillo que conocen los que visitan Roma por miedo a los bárbaros. El esplendor del imperio se vino abajo por sus dispendios, no por los bárbaros. Que también llegaron.
Pero hubo quien, por otra parte, presionaba con impuestos. Uno de estos, llamativo hoy hasta cierto punto por lo extraño, fue el vectigal urinae para las fullonicae, es decir, los batanes o lavanderías y tintorerías. El ácido úrico era, parece, un detergente muy estimado. Eso se le ocurrió a Vespasiano (los urinarios públicos actuales de Roma siguen llamándose vespasiani). Y su hijo Tito le reprochaba que no era muy noble esa iniciativa (así lo dice Suetonio en el capítulo 23 de la Vida de Vespasiano). Pero Vespasiano le convenció de un modo muy definitivo. Le hizo oler una moneda mientras le decía algo así como “¿Huele mal?”.

Vivimos, vamos hacia adelante (o hacia atrás) pidiendo, exigiendo, procurando que el ocio y la técnica nos libren de esfuerzos, procurando que la moda y la envidia nos vistan mejor, llenando de inutilidad lo que nos dicen que hoy es imprescindible, haciendo de la existencia una cadena (que nos ata, ¡y cómo!) de subvenciones, pretensiones, concesiones, halagos, lujos, vacíos… Y por otra parte, y cada vez más, mientras acusamos a los demás de corrupción, nos bañamos en un dinero cuyo olor no nos importa. Seguimos acusando, pero con poco acierto en el tiro, porque dejamos de preguntarnos si huele mal el dinero que manejamos nosotros. No porque lo hayamos robado (o sí), sino porque no hemos hecho mucho esfuerzo en nuestras vidas y en la educación de nuestros hijos por saber que muchos de nuestros gastos son un insulto a la dignidad humana, al sentido común, a la justicia y al amor.