Desde el 24 de Enero de este año 2011 hasta la misma fecha del año que viene las Hijas de María Auxiliadora, salesianas como los salesianos, están celebrando los 125 años de presencia en España.
Su Instituto, fundado por Don Bosco y la joven María Mazzarello, hoy santa, cuenta ya con 139 años. Desde Mornese, un pueblecito de la provincia italiana de Alessandria, cerca de Génova, y después desde Nizza Monferrato, donde tuvieron su Casa General al principio, se han extendido por todo el mundo. En España son 820 que sirven a la juventud en 76 obras. En el mundo son más de 15.000, de todas las lenguas y continentes, en 1.537 obras que están 22 naciones de África, 23 de América, 18 de Asia, 22 de Europa y 4 de Oceanía.
Llama la atención que, entre los muy diversos servicios que prestan, abundan sobre otros, la promoción de la mujer, de las jóvenes en riesgo, de inmigrados y marginados. Y mucha más atención se despierta cuando se lee el nombre de los lugares donde se encuentran y que están en continua situación de una paz precaria, de una seguridad incompleta, de conflictos casi perpetuos: naciones de África, ¡muchas naciones de África!, y algunas de América Central y del Sur.
Cuando algunas de ellas vienen hasta nosotros y nos piden (nos piden dinero para amparar la vida) nos parece un atraco en esta sociedad de bienestar que tratamos de mejorar a toda costa y en la que nos hemos acostumbrado a no dar. Y lo que quieren es comprar unas gasas para cubrir las ventanas de los dormitorios de las muchachas que tienen acogidas por donde entra la malaria a caballo de los mosquitos. O para poder sostenerlas en el estudio porque apenas lo dejan tienen que irse a vivir con su marido, del que son esposas por contrato de familia desde los tres años. O llevar algo de comida a los cientos de ancianas enfermas que viven solas, en chozas y fuera de los poblados, porque estorban y “contagian” a sus familias. O ayudar a las muchas abuelas que se hacen cargo de los nietos porque el padre no se sabe dónde está y la madre no se sabe qué hace por la calle ni se sabe en qué calle lo hace.
Nos resulta muy difícil imaginar cómo se vive en algunos lugares del mundo. Y nos resulta muy normal no hacer ningún esfuerzo por saberlo. Mientras nos quejamos de las deficiencias de los servicios que tenemos derecho a recibir, ignoramos que hay personas que no invocan su derecho porque no lo tienen. Son esclavas de la pobreza, del hambre, de la sequía, de los caprichos y del látigo de los que mandan; de la ausencia de horizonte para su vida, de alguna luz que ilumine su esperanza.