Los lexovios fueron un pueblo celta, en la costa de la Galia,
inmediatamente al sur de la desembocadura del río Sena en la actual
Normandía. Tuvieron dificultad en el trato con los vecinos y alianza, más
tarde, para liberarse del dominio de Roma. Como es sabido no lo lograron.
Pero Roma dejó allí, cerca de la localidad que hoy se llama
Berthouville, un tesoro: el Tesoro de Berthouville que
descubrió casualmente Prosper Taurin, un labrador normando, el 21 de marzo de
1830.
Son unas
cien piezas de plata, algunas de alto valor artístico como se puede comprobar
en la figura del encabezamiento de estas líneas. Pasaron en seguida, por 15.000
francos, al Cabinet des Médailles de
la Biblioteca Nacional de Francia.
Algunas
tienen inscripciones votivas (Quintus Domitius Tutus, Propertus Secundus, Lucia
Lupula, Merio Caneto Epatticus, Aelius Eutychus…) y parecen proceder del templo
de Mercurius Canetonensis, dios
venerado en la Galia romana.
La
reflexión sobre este hecho puede despertar en nosotros de nuevo la necesidad de
educar el respeto, el agradecimiento y, a veces, la veneración por el pasado.
Llama la atención el esfuerzo que hicieron algunos de nuestros mejores artistas, por acudir a lugares donde
trabajaban y enseñaban los maestros universales del arte. Antes habían sido los
romanos quienes aprendieron en Grecia. Pero muchas ciudades de Italia,
especialmente Florencia, Siena, Milán, Pisa, Venecia, Lucca, Verona, Roma…
acogieron y enseñaron a contemplar la belleza proyectada en un mármol, en un
lienzo, en un edificio, en una columna… ¡Y a copiarla!