Esta que ves aquí es una encina,
el primer monumento vegetal de la historia de Italia a la que los toscanos
llaman la Quercia delle Checche, la
Encina de las Urracas. Mide 19 metros de altura,
su tronco tiene un perímetro de casi 5 metros y su noble cabellera 34 metros de
diámetro. Está rodeada por un simbólico abrazo para que nadie
la humille desde el 15 de agosto de 2014, porque sufre las consecuencias del
asalto de unos energúmenos que rasgaron una de sus nobles y enormes ramas
haciendo lo que ellos llamaban una sesión de Tree Climbing. Es decir, haciendo el mono o el oso, se cargaron la
rama que vemos a la derecha.
Y si es verdad (y parece que sí
porque todo induce a creerlo) que tiene casi 400 años y que es casi seguro que
figura en algunos de los preciosos fondos de bosque de la pintura del
Renacimiento toscano, es natural que los débiles que veneramos la Naturaleza en
todas sus formas, nos sintamos justamente rabiosos ante agresiones como esta.
Haces pocos meses visitaba con
amigos un precioso paraje, el de la ermita sanabresa de Nuestra Señora de La
Alcobilla, y admirábamos sus castaños a los que se atribuye la valiente edad de
1700 años. Dos jóvenes estaban haciendo un trabajo de control, bien documentado
en sus apuntes, del estado de cada árbol y de cada una de sus impresionantes
ramas.
Y me preguntaba y me sigo
preguntando: ¿De qué modo cultivo en mí y en los que adornan mi vida (amigos,
hijos, pupilos, nietos…) la veneración, el respeto y hasta el cariño hacia
estos testigos seculares de la Historia? A veces se recibe de algunos la
impresión de que el mundo vegetal les sirve solo para comer, para hacer leña,
para guarecerse del sol y acaso y un poco de la lluvia…o, a lo más, decir ¡qué
bonito! Cuando, aparte de ser un mundo grandioso, vivo y hermoso, sin el que la
vida de este animal que llamamos hombre y el resto de los demás seres vivos no
podría serlo, es un portentoso monumento natural que embellece la Tierra, la
hace fecunda, sostiene la Vida y tira de nosotros.
¡Ojalá hubiese en las familias, en las escuelas, en los grupos y asociaciones una educación que enseñase a hacer una reverencia vital, profunda y convencida a esa bella parte del mundo que nos hace posible vivir!
¡Ojalá hubiese en las familias, en las escuelas, en los grupos y asociaciones una educación que enseñase a hacer una reverencia vital, profunda y convencida a esa bella parte del mundo que nos hace posible vivir!