Mostrando entradas con la etiqueta adolescentes. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta adolescentes. Mostrar todas las entradas

jueves, 1 de junio de 2017

Seis horas en Internet.

Como sabes, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) realiza desde 2000, cada tres años un estudio sobre el rendimiento académico en matemáticas, ciencias y lectura de estudiantes de 15 años a partir de unos exámenes en diversos países. Al estudio-informe lo llaman, para acabar pronto, PISA, que viene de Programme for International Student Assessment (Informe del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes) y busca obtener datos que ayuden a los países implicados a mejorar la instrucción de sus muchachos.
De lo descrito hasta aquí puedes deducir que a muchos no les convence este empeño, pero como eso pasa con todo, nos ponemos de parte de PISA para hacer una modesta reflexión a partir de algunos datos de su primer informe de 2017.
El coordinador del informe, Andreas Schleicher, decía que el grado de satisfacción de los estudiantes en España es de un 7,4 (de 0 a 10) por encima de la media de la OCDE. Pero añadía que, en cambio, “se observa un nivel de ambición personal inferior a la media de la OCDE, el 58 por ciento frente a la media del 71% del resto de países europeos”.
Es decir, parece que los estudios van bien. O, al menos, mejor que en otros países. Pero también parece que la mirada hacia el futuro, a partir de su condición de estudiantes, es menos entusiasta que  la europea.     
He escrito arriba “instrucción”. Pero importa sobre todo “educación”. Y en la educación, es decir, en la forja de hombres (¿suena bien, verdad?; ¿y por qué para algunos está trasnochado?) se encuentra no sólo la tarea de acompañar hacia la felicidad al obtener un trabajo seguro, aceptable y bien remunerado, sino la de construir un mundo solidario, generoso, acogedor, luminoso, ambicioso en el que sea posible un protagonismo que arrastre hacia los demás. Puede suceder que la actitud más común sea cuidar la propia parcela personal ¡y que me dejen en paz!
Cuando se ofrece a los adolescentes la meta de que sean algo más que ellos mismos se despierta naturalmente la ambición de crear un mundo en el que los demás cuenten, los demás sean también parte del propio proyecto vital.
Tal vez el hecho de que un 22 por ciento pasa seis horas diarias en internet, dibuja el perfil de quien huye de sí para no encontrarse con nadie.

domingo, 30 de marzo de 2014

Luto.



Monstruo” era para los romanos el ser disforme, generalmente humano, que aparecía de vez en cuando en su historia. Decían que cada siglo. Y decían también que era una “muestra”, una advertencia por parte de los dioses. Pero casi todo quedaba en lamentarlo y provocar el luto, es decir, el llanto, la rendición ante un hecho irremediable. Cuando desfilan ante nosotros los días (¿quién llega a un siglo?) y desfilan ante nosotros monstruos en número insospechable nos cabe el derecho a llorar. Pero también a pensar en el deber que cada uno de nosotros le compete o de ayudar a otros para que los monstruos sean menos. O, al menos, sean menos monstruos. Los adolescentes del sur de Europa (nos dicen los que siguen las vicisitudes de la juventud) “tienen una peor condición física (esto es, peor capacidad cardiorespiratoria, peor fuerza y peor velocidad-agilidad)” que los del resto de Europa.
Son más gordos, acumulan “grasa total y abdominal”. Les acosa más el “riesgo de enfermedades cardiovasculares”, como “el colesterol, la tensión arterial, la insulina, la glucosa…”.
Podríamos preguntarnos: ¿hacen deporte, fomentan la actividad física en alguna de sus formas, renuncian al alcohol, al tabaco, a los estimulantes de una vida que necesita otra clase de estimulantes, a las horas pasadas ante una pantalla…? ¿Cultivan el asociacionismo para construir un mundo más justo, más generoso, más entregado al servicio de los demás? ¿Se forman con seriedad, constancia, tesón, esfuerzo… para ser instrumentos de construcción de la sociedad que tienen el deber, ya desde ahora, de sostener con sus vidas?     
Es lamentable tener que decir que nuestros jóvenes son gordos, que tienen una salud precaria por su culpa (y la nuestra), que se enfrentan a una edad madura propia y una vejez lastimosa. Pero es mucho más duro decir que nosotros, los padres y educadores, cedemos para ahorrarnos tensiones, consentimos para no tener que declararnos vencidos, dejamos pasar esperando que todo se encauce con el tiempo y hasta alentamos el ánimo de queja y de exigencia que, sin derecho ni razón, esgrimen para excusarse de no hacer lo que deben hacer.   
Y más todavía, si por una postura personal, atragantada en el pasado y alimentada por tópicos sociales de hace dos siglos, alimentamos la ruindad de corazón de quien sólo aprende a quejarse, a protestar, a atacar al que no nos gusta, a destruir lo que encontramos penosamente levantado. 
Más vale prevenir que de nuestra entraña nazcan monstruos, de nuestros ojos broten lágrimas y de nuestros hogares o aulas salgan alimañas.  

miércoles, 23 de octubre de 2013

Crecer, ascender, respirar.



Seguramente Leonardito Altobelli nació en Troya, provincia de Foggia, en Italia, en años muy briosos del fascismo, con muchas ganas de estudiar. No es frecuente que los niños tengan esas ganas. Tienen otras muchas; y cuesta un imperio convencerles de que lo que importa para abrirse paso en la vida no es meter goles, ni volcarse en un iPod Mini, aunque sea con el número de serie repetido, colocarse… sino estudiar, sacar un título, encontrar un trabajo, ganar unas oposiciones, en una palabra, colocarse, colocarse de verdad. Pues Leonardo, no. Prefirió seguir andando, subiendo las cuestas de la vida hasta el punto de que a sus 74 años (en diciembre del año 2010) celebró su undécimo doctorado. Lo tenía ya en Arqueología, Medicina, Derecho, Ciencias Políticas… ¡y así hasta once! Y es todavía médico de cabecera de muchas personas que le confían su salud. Lo hizo saber la prensa de esos días.
¿Y yo qué hago? ¿Y mis hijos? ¿Tenemos algo de ese espíritu alpinista (¡con mesura, desde luego!) que nos hace mirar hacia arriba con ilusión, con valentía, con la decisión de que la cima sea nuestra?
Antes los niños eran niños, después fueron nenes, ahora se han convertido (algunos, claro, ¡menos mal!) en ninis. Han perdido el sistema vertebral. Viven con el trasero pegado a una silla o un sillón de ruedas, abriendo ventanas en su ordenador con ayuda de sus esclavos buscadores, hurgando en todo lo que les parece placentero, entablando amistades a oscuras para convencerse de que son conquistadores del mundo y de los corazones. En vez de la inteligencia, cultivan la fantasía alimentándola sólo con el humo de lo atractivo, de lo inconsistente. Y se levantan ellos mismos de ese puente de mando de su Titanic inconsistentes.
¿Y sus padres? A lo mejor ya es tarde, y no hay más salida que resignarse. O desentenderse de ello y que salga el sol por Antequera o por encima de las bardas de la pocilga más cercana. Pero a lo que no hay derecho es a que haya padres que están a tiempo de educar, es decir, de conducir que es la tarea más noble, más rentable, más difícil de la paternidad. ¡Y de la maternidad, naturalmente! Y no se enteran de que deben hacerlo. O no se preocupan de educarse a sí mismos para saber, para poder hacerlo. Y se desentienden también. Para ellos el futuro es un premio de la lotería: A lo mejor me toca. 
No se puede llegar tarde y, en vez de educarlos desde su nacimiento, esperar a que los hijos se conviertan en un grano que ha salido por accidente y casi, casi, lo único que se desea es que desaparezcan. Y no es así. Ese grano es el acné, síntoma de que la pubertad está abriéndose a una espléndida floración, insegura sí, aunque lo disimulan, pero rica con toda la riqueza de un bello fruto adolescente.