Volver la mirada en la hondura de los tiempos nos puede hacer
bien. Podemos comparar modos, medios, grandezas y límites. Por si acaso vale,
te invito a una escuela “elemental” en la antigua Roma. Y repasar el Latín.
Sigo al justamente admirado José Guillén
en su monumental obra Urbs Roma.
Los niños y niñas empezaban su vida escolar a los siete años,
hasta los doce, en el ludus magistri.
Ludus era juego, pero también escuela. Y
para que no hubiese duda, se dejó lo de ludus
y se dijo ya más tarde schola.
Había que madrugar para llegar a tiempo. Cada niño llevaba un
farol hasta que la luz del día permitía apagarlo. Si la familia tenía medios,
al niño le acompañaba todo el tiempo un pedagogus
al que se le escapaba alguna vez un coscorrón. Y si los medios eran más
abundantes se añadía un capsarius con
la capsa que custodiaba las tablillas
para escribir y los volúmenes (rollos de papiro) para escribir con la penna (pluma) o la arundo (caña) mojadas en el atramentum
(tinta). Además del abacus y los calculi
de piedra o madera insertados en sus cuerdas.
La schola era un local
abierto, humilde, un toldillo o una pergula,
una taberna o pequeño local comercial
donde se vendía sabiduría. Es un decir.
Los niños se sentaban en bancos corridos, sin respaldo. El magister, en la cathedra, un asiento un poco más elevado. A veces, si había pared,
colgaba algún mapa en ella.
Escribían en el disticus (dos
pequeñas tablillas enceradas que se
cerraban sobre sí mismas) con un stylus o
instrumento de escritura, en punta por un extremo para escribir y liso en el
otro para allanar la cera.
El ludi magister
enseñaba a leer, escribir y contar. En Roma había pocos analfabetos.
Al ludi magister se le
pagaba el auctoramentum seruitutis. Recibía regalos en las
fiestas de Minerva (19 de Marzo), Saturno (17 de Diciembre) y la strena (1º de Enero). Cobraba poco de
cada alumno en los Idus de mes (más o
menos, a mediados), menos en los tres meses de vacaciones ni los días que el
alumno no iba a clase. Diocleciano estableció en 301 lo que cada alumno debía
pagar al mes: 50 denarios, algo así como 0’45 euros.
Los maestros, casi todos libertos, eran duros y exigentes.
Usaban la ferula (palmeta) o el
látigo hasta finales del siglo I en que se pasó a una blandura criticada por algunos.
Al final de esta etapa escolar todos leían y escribían bien
prosa y poesía, sabían las cuatro reglas de aritmética y se sabían de memoria
las XII Tablas. Como hoy.