Fiódor Mijáilovich Dostoyevski (1821 - 1881) es, según el juicio del siempre
certero Stefan Zweig (Tres maestros…),
«el mejor conocedor del alma humana de todos los tiempos». Una de sus
obras (la mitad de esa obra porque la
segunda parte no la pudo escribir), Los
hermanos Karamázof, publicada en noviembre de 1880 unos meses antes de su
muerte es, según muchos, una de las obras más importantes de la literatura
universal. Todos la conocéis. Y, si no, sería bueno que os acercaseis a leerla.
Toda ella es alma, fervor, pasión, dolor, bondad, malicia, fe, devoción,
compasión, cariño entrañable, odio, crueldad...
La página manuscrita
del libro V que encabeza este comentario es como un reflejo de ese mundo
atormentado. En él tiene voz la señora
Khokhlakof: “... al amar, trabajo por un salario y exijo recibirlo inmediatamente en forma
de elogios o de un amor como el mío. De otro modo no me es posible amar a nadie...”
y el starets repuso: “Eso mismo me
dijo hace ya mucho tiempo un médico amigo mío, hombre inteligente y de edad
madura. Se expresaba tan francamente como usted, aunque bromeando con cierta
amargura. Me decía: ‘Amo a la Humanidad pero, para sorpresa mía, cuanto más
quiero a la Humanidad en general, menos cariño me inspiran las personase en
particular, individualmente. Más de una vez he soñado apasionadamente con
servir a la Humanidad, y tal vez incluso habría subido al Calvario por mis
semejantes, si hubiera sido necesario; pero no puedo vivir dos días seguidos
con una persona en la misma habitación; lo sé por experiencia. Cuando noto la
presencia de alguien cerca de mí, siento limitada mi libertad y herido mi amor
propio... Apenas me pongo en contacto con los hombres, me siento enemigo de
ellos”.
¿Te pasa a ti lo mismo? A mí, sí. ¿Y
tengo remedio para ello? El mismo que Fiódor vivió aplicándolo a su corta vida
de sesenta años. El lema lo escribió en la cabecera de esta afortunadamente
larga novela y figura en la lápida de su tumba en el cementerio Tijvin del
Monasterio de Alejandro Nevsky, San Petersburgo: En
verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo que cae en la tierra no
muere, queda solo, pero si muere produce mucho fruto. Evangelio de San Juan 12:24