Estamos en el Japón, en el parque nacional de
Fuji-Hakone-Izu, de la provincia de Shizuoka. Y vemos al fondo el celebérrimo
Monte Fuji coronado de nieve. Pero
hoy no podemos quedarnos embebidos en la
blancura perfecta del Monte. No por el frío que podríamos llegar a sentir,
sino porque tenemos delante parte de los
cerezos en flor del parque que nos acoge.
Los japoneses tienen un verbo “de estación”, que
solo usan en esta del gozoso florecimiento de los cerezos: Hanami, que significa “admirar las flores”. Pero no vale para las
rosas o las lilas. Es un verbo propio de los cerezos, porque las flores por
antonomasia son para ellos las del cerezo. El punto más alto de la floración de
las sakura, las flores del cerezo,
dura pocos días. Y los japoneses lo esperan para hacer un
ejercicio de admiración, asombro, esperanza y luminosidad interior. Y desde
comienzos de marzo se dan a conocer las previsiones de la floración, que varía
de región a región.
Es verdad que en España tenemos lugares como El Piorno,
El Jerte, El Frasno, Corullón, Etxauri, Gallinera, La Bureba como escenarios de
esa explosión de Primavera… Y que se organizan viajes familiares y colectivos
para gozarse con la generosa pincelada de blanco que cubre a los afortunados
cerezos de esos privilegiados lugares. Pero tal vez falta en nuestras vidas
la actitud de pasmo ante la belleza de un fenómeno tan sugestivo como es la
resurrección de la Naturaleza con esas vestiduras de gala.
Esta reflexión debemos pasarla
a nuestra vida de creyentes cristianos. La Pascua no es solo una fecha en el
calendario, ni solo la celebración de un hecho gozoso del pasado: la
Resurrección de la Vida de Cristo entregada por amor. Es la realidad presente
de ese hecho. Dios no tiene calendario. Porque para Él todo es presente. Y la
Pascua cristiana, la Resurrección del Verbo de Dios, de su Cristo, es un
acontecimiento que, lo sepamos o no, lo queramos o no, lo sintamos o no, invade
nuestras vidas. También nosotros somos herederos de la Resurrección. No sólo de
la que se operará en nosotros un día. Sino de la de Cristo, que ya ha venido a
habitar, vivificado, en cada uno de nosotros.