La
cadena por cable norteamericana Home Box Office (HBO) ha declarado a raíz de su
reciente muerte a los 51 años (Roma, 19 de junio) que James Gandolfini era “una
persona amable y cariñosa que trataba a todo el mundo con el mismo respeto”. Y
el director de la serie, David Chase: “… fue mi compañero, mi hermano en formas
que no puedo explicar ni jamás podré”. A estas afirmaciones podrían añadirse
todas las que hicieron amigos, compañeros de trabajo, dependientes…
Cuando
se analiza la historia de LOS SOPRANO queda uno pasmado por el rigor con que se
labraba una obra de arte que ha merecido el juicio de haber sido “una de las
mejores series de todos los tiempos”.
Se
estrenó en enero de 1999 y se mantuvo durante seis años y con ochenta y siete
episodios de una hora, debidos a los guiones de más de ocho guionistas y la
constante, acertada y exigente dirección del creador y director, David
Chase.
Llama la
atención conocer su método en la elección del reparto sin más concesiones que
las debidas a la valía del actor; de los escenarios o de los lugares naturales
de la vida y acción de una doble familia, de sangre y de mafia, a través de los
episodios en los que se mezclan problemas de afecto, de estrategia tramposa y
violenta, de debilidad ante la puerta nunca abierta a la felicidad de la
psiquiatría…
Y todo
esto ¿para qué? Estamos contemplando, hablando, sufriendo, criticando… a un
mundo que llamamos corrupto, a una historia diaria, de ayer y de hoy, cercana y
lejana, que nos resulta cada día (¡cada hora!) más sucia y bochornosa. Clamamos
contra el que decimos que se aprovecha de lo que sea para conseguir lo que desea
o, al menos, lo que puede. Y no nos damos cuenta de que nosotros estamos
siendo, muchas veces, en nuestra cicatera crítica, lo mismo que ellos, sucios
de corazón y de lengua, corruptos sin aportar mucho o nada al tremendo problema
en que nos envolvemos.
En el
origen de todo está la honradez: la que no tiene el que trepa hasta conseguir
un puesto de influencia sin saber qué hacer en él sino aprovecharse; la que no
tiene el que falsea la mercancía que vende como buena; el que abre la mano, con
disimulo o sin él, para recoger la comisión con que se vende una firma; la que
no tiene el que vaguea mientras se prepara (¿se prepara?) para ejercer una
profesión que no dominará porque dedica el tiempo de su preparación al
alboroto; la que no tiene el que muerde, porque cree que por sembrar hiel en la
vida se consigue ahogar al enemigo...