Pablo de Jérica y Corta (1781-1841) llenó su
vida de inquietud liberal durante los agitados tiempos de Fernando VII. Su
dedicación al periodismo y a la literatura, entre sus muchas actividades
“revolucionarias”, le hizo ser crítico, satítirico, irónico y sujeto
encarcelado, desterrado y huido.
Esta fábula (de la que he robado, por ahorro
de espacio, la estructura original a sus estrofas, excepto a la primera) dice
cosas muy duras contra los que no se comprometen.
Mientras en guerras
se destrozaban
los animales
con justa causa,
un ratoncillo,
¡qué bueno es eso!,
estaba siempre
dentro de un queso.
Juntaban
gente, buscaban armas, formaban tropas, daban batallas:
y el
ratoncillo, ¡qué bueno es eso!, siempre metido dentro del queso.
Pasaban
hambre en las jornadas, y malas noches en malas camas;
y el
ratoncillo, ¡qué bueno es eso!, siempre metido dentro del queso.
Ya el enemigo se
ve en campaña; al arma todos, todos al arma;
y el
ratoncillo, ¡qué bueno es eso!, siempre metido dentro del queso.
A uno le
hieren, a otro le atrapan, a otro le dejan en la estacada.
Y el ratoncillo, ¡qué
bueno es eso!, siempre metido dentro del queso.
Por fin
lograron con la constancia, sin enemigos ver la comarca;
y el ratoncillo, ¡qué
bueno es eso!, siempre metido dentro del queso.
Mas ¿quién
entonces lograr alcanza el premio y fruto de tanta hazaña?
El
ratoncillo, ¡qué bueno es eso!, que siempre estuvo dentro del
queso.
Son versos para hacerlos recitar a un niño de
cinco años. Y lo entiende. Pero también valen para los que, más o menos, nos
inhibimos de la vida y de la historia. Para los que creemos que podemos vivir
solos, desentendernos de la suerte de los demás. Para los que ignoran que la
palabra solidaridad refleja una
condición que le es propia al ser animal y, con mayor carga, al humano. Para
los que se pasean por la historia como si lo que reciben hecho, construido y
acomodado a su agrado por otros no fuese una invitación a dejar a los que nos
siguen un mundo aún mejor.
Nos suenan: «No va conmigo», «Es cosa suya»,
«Allá él», «A mí que me dejen en paz», «Que cada palo aguante su vela», «Yo a
lo mío», «Es un vago», «Es un sinvergüenza», «Es un… », «Estoy ya harto»… Y nos
suena porque lo hemos dicho también nosotros, lo pensamos y lo sentimos. Lo
sentimos hasta hace de ello una forma de conducta constante y defendida: «¡Yo
en mi queso!».