viernes, 19 de abril de 2013

Honradez.



Está de moda hablar de honradez. Bueno, en realidad lo que está de moda es hablar de chorizos, corruptos, sinvergüenzas, golfos, aprovechados, tramposos, fulleros, malandrines… altos y bajos, señores y menestrales, asiduos o de ocasión. Es decir, se habla de honradez. De la que no hay. De la que se dice que se desea. O de los que se trata de reventar como sea hasta que viertan con su sangre el fruto de su pillaje.

Hace unos días la prensa (mi vista no llega a más) narraba que un señor ya mayorcito y, tal vez por eso, un poco despistado, se dejó en un tren noruego un bolso. Dos adolescentes se dieron cuenta del bolso y de que nadie llegaba a buscarlo. Lo abrieron, sin duda con la mejor voluntad, y descubrieron que contenía 467.000 coronas. Que son, dicen los expertos en trueques monetarios, unos 62.000 euros. Y pensaron en seguida en hacer lo que su corazón, un poco acelerado, les dictó. Dar parte (no parte: ¡todo!) a la Policía. Pensemos.

Pensemos en los que sucumben ante la sagacidad crematística: Coleccionar dinero no ocupa mucho espacio. Levantar un museo de billetes es algo que no ha hecho nadie hasta ahora. Conservar para los propios descendientes un testimonio abundante de la proeza europea de darse una moneda única es algo loable…

Pensemos en los que, hijos de alguna democracia, declarada o anónima, auténtica o de mentirijillas, arreglan o pretenden arreglar la historia y empaparla de moral a golpe de castigos, de ataques, de acorralamientos y de medidas correctivas más eficaces, si se le permitiese, y aportar así  solución al grave problema que denuncian. 

Probablemente no confían mucho en las urnas, ni en los juzgados, ni en ninguno de los instrumentos que tienen a su mano de acuerdo con algún pacto de convivencia del que hayan oído hablar. Y es fácil que no conozcan, o no recuerden o les tenga sin cuidado la palabra sensata de un gran Maestro: “El que no tenga culpa que tire la primera piedra”.

Pensemos, por último de mi parte, y más gozosamente, en la actuación de dos adolescentes que se condujeron con lo que les dictaba el corazón, no su bolsillo. Y pensemos en el encargo que tenemos todos los que creemos poder aportar algo al saneamiento de nuestros hijos, de nuestros muchachos, de la sociedad: que cuidar la  salud de su corazón, acrecentar la belleza de su corazón, procurar la fortaleza de su corazón es nuestro deber supremo y nuestro logro más sublime.

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