Un buen amigo mío (y
muchas cosas más) me está regalando estos días de Semana Santa las imágenes de
las procesiones de su ciudad. Las veo, las miro y las vuelvo a mirar porque alimentan en mí los sentimientos que una
procesión intenta despertar.
Repaso ahora y aquí esos sentimientos con una reflexión,
común a todos los creyentes, porque comunicarse sentimientos y convicciones me
parece que es una forma profunda de amar.
Las imágenes que he tenido ocasión de contemplar (las
imágenes religiosas se contemplan: si no se hace eso es inútil mirarlas) me
resultan bellas a pesar de la dureza del dolor que vierten. La belleza y la
hondura del dolor sólo la entiende quien ha sufrido porque ha amado. Un Cristo
que espera la sentencia de muerte; o clavado en la cruz y entregando la vida; o
muerto ya en ella, porque puso ya en las manos de su Padre lo que le quedaba,
su Espíritu, es un tesoro de amor, de generosidad, de fortaleza, de fidelidad,
de sabiduría, la más profunda sabiduría.
Alrededor de la imagen veo a personas de toda edad y
condición en una actitud de limpio dolor y de adhesión sincera.
No dan la impresión de que haya en su presencia o en sus
actitudes o en sus miradas nada de ficción teatral como pudiera hacer pensar el
sayo que llevan. Están ahí porque necesitan sentirse solidarios con el dolor de
Jesús, manifestarse con sencillez como amigos suyos, formar un grupo de
personas que alimentan el sentido de pertenencia a un corriente viva y secular
de fe.
La numerosa participación de adolescentes y jóvenes me hace
gozar porque pienso que la urdimbre familiar en la que tejen su fe es sana,
antigua, pertinaz, celosa. Y esto especialmente, cuando contemplamos el mundo
en que se levantan tantos castillos de humo, alienta la esperanza de un futuro
en el que el que es la Vida seguirá sosteniendo y orientando el camino de los
creyentes.
¡Ojala los padres y los abuelos nutran con sabiduría y
fortaleza el corazón y la cabeza de sus hijos y nietos! Harán de ellos personas
juiciosas y conscientes que lleguen al final con un espíritu que entreguen
felizmente al Padre.
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