Está de moda hablar
de honradez. Bueno, en realidad lo que está de moda es hablar de chorizos,
corruptos, sinvergüenzas, golfos, aprovechados, tramposos, fulleros,
malandrines… altos y bajos, señores y menestrales, asiduos o de ocasión. Es
decir, se habla de honradez. De la que no hay. De la que se dice que se desea.
O de los que se trata de reventar como sea hasta que viertan con su sangre el
fruto de su pillaje.
Hace unos días la
prensa (mi vista no llega a más) narraba que un señor ya mayorcito y, tal vez
por eso, un poco despistado, se dejó en un tren noruego un bolso. Dos
adolescentes se dieron cuenta del bolso y de que nadie llegaba a buscarlo. Lo
abrieron, sin duda con la mejor voluntad, y descubrieron que contenía 467.000
coronas. Que son, dicen los expertos en trueques monetarios, unos 62.000 euros.
Y pensaron en seguida en hacer lo que su corazón, un poco acelerado, les dictó.
Dar parte (no parte: ¡todo!) a la Policía. Pensemos.
Pensemos en los que
sucumben ante la sagacidad crematística: Coleccionar dinero no ocupa mucho
espacio. Levantar un museo de billetes es algo que no ha hecho nadie hasta
ahora. Conservar para los propios descendientes un testimonio abundante de la
proeza europea de darse una moneda única es algo loable…
Pensemos en los que,
hijos de alguna democracia, declarada o anónima, auténtica o de mentirijillas,
arreglan o pretenden arreglar la historia y empaparla de moral a golpe de
castigos, de ataques, de acorralamientos y de medidas correctivas más eficaces,
si se le permitiese, y aportar así
solución al grave problema que denuncian.
Probablemente no
confían mucho en las urnas, ni en los juzgados, ni en ninguno de los
instrumentos que tienen a su mano de acuerdo con algún pacto de convivencia del
que hayan oído hablar. Y es fácil que no conozcan, o no recuerden o les tenga
sin cuidado la palabra sensata de un gran Maestro: “El que no tenga culpa que
tire la primera piedra”.
Pensemos, por último de mi parte, y más
gozosamente, en la actuación de dos adolescentes que se condujeron con lo que
les dictaba el corazón, no su bolsillo. Y pensemos en el encargo que tenemos
todos los que creemos poder aportar algo al saneamiento de nuestros hijos, de
nuestros muchachos, de la sociedad: que cuidar la salud de su corazón, acrecentar la belleza de
su corazón, procurar la fortaleza de su corazón es nuestro deber supremo y
nuestro logro más sublime.