¿Es verdad que el que la sigue la consigue? Sí y no.
Sí cuando el valor de lo que se persigue y puede conseguirse, aunque sea
difícil, despierta un impulso interior que hace persistir en la búsqueda o en
la carrera. No cuando las dificultades son más fuertes que el deseo y que el
esfuerzo que se aplica para alcanzar lo que se quiere flaquea. Y es muy flojo
el deseo y flaco el esfuerzo de muchos que se quejan de que no les dejan, de
que no quieren sudar mucho, de que es mejor que les den ya cazado el oso que
les gusta.
Los hermanos Orville y Wilbur Wright se dedicaban a
trabajos mecánicos en un taller de reparación de bicicletas cuando concieron
los esfuerzos del inglés George Cayley y del alemán Otto Lilienthal por
conseguir que volase un aparato más pesado que el aire. Tenían a principios del
siglo pasado 29 y 33 años respectivamente, pocos medios y una preparación casi sólo práctica. Pero
tenían también y mantuvieron toda su vida una ilusión y un tesón que los
llevaron, como todos saben o deben saber, a construir maquetas, leer todo lo
que encontraron sobre el objeto de sus proyectos, construir un “túnel de
viento”, preparar una catapulta para el lanzamiento del aparato que construían
en secreto, dotar a su primera criatura, el Flyer
I, de un sencillo sistema de alabeo antes de lanzarlo al aire, sin más
testigos que cinco amigos, el 17 de diciembre de 1903 en Kitty
Hawk (Carolina del Norte). Y… ¡sí!...
El ingenio se mantuvo en el aire ¡casi un minuto! Lo habían conseguido. Pero
porfiaron y porfiaron, con miedo a que les robasen su patente, obtenida el 22
de mayo de 1908, y consiguieron convertirse en los pioneros del vuelo
moderno.
La historia y el mundo están llenos de mujeres y
hombres que han derrochado valentía,
dolor, ilusión, responsabilidad, esfuerzo, entrega, perseverancia, sudor,
sangre y amor… para alcanzar alguna meta. No han sido todas metas brillantes,
llenas de aplausos, admiración y reconocimiento de los espectadores. Pero no
era el aplauso ni el asombro lo que buscaban. La mayor parte lo ha hecho en la
sombra, deseando cumplir con un deber que daba sentido a su vida.
A nosotros, padres y educadores, nos corresponde
moldear, en un amoroso yunque de tenacidad, los caracteres capaces de
ennoblecer las vidas de los que aprenden de nosotros.