Casualmente he
recibido juntos dos correos de los que os doy parte si no lo conocieseis. Uno
de ellos presenta el desarrollo de una carrera (en una país asiático, (tal vez
la India) de niños con anomalías en sus piernas o en sus pies. En medio de la
cerrera uno de ellos cae y deja oír su voz de dolor. Todos los demás se
detienen y acuden a ayudar al amigo. Le levantan, se toman por los hombros y
llegan todos juntos a la meta.
Copio la presentación
del otro: Un antropólogo propuso un juego
a los niños de una tribu africana. Puso una canasta llena de frutas cerca de un
árbol y les dijo que aquel que llegara primero, ganaría todas las frutas.
Cuando dio la señal para que corrieran, todos los niños se tomaron de las manos
y corrieron juntos, después se sentaron juntos a disfrutar del premio.
Cuando les preguntó por qué habían corrido así, si uno
solo podía ganar, le respondieron: -"UBUNTU" (¿Cómo uno de nosotros
podría estar feliz, si todos los demás están tristes?").
¿Sólo
los niños, sólo los pobres, sólo los lisiados entienden que vivir juntos,
luchar juntos, sufrir juntos, ganar juntos, correr juntos, llegar juntos… es un
signo de nobleza? ¿Por qué alimento yo tan cobarde y duramente el espíritu de
competición, de hundir al contrario en la derrota, de lucir la corona o la
medalla de mi triunfo?
Y, sin
embargo, se tiene le triste impresión de que la organización de la vida actual
en las personas, en las familias, en las instituciones, en la política, en las
empresas, en el mercado, en las relaciones internacionales está estructurada en
la contraposición, no en la colaboración.
Desde
niños en casa, niños en la escuela, adolescentes en la calle, jóvenes en el
trabajo y en la universidad parece que son muchos los que se entrenan (o los
entrenan) para llevar la contraria en la adultez. ¿Es envidia?, ¿incapacidad?,
¿ganas de enredar?, ¿alianza con el violencia?, ¿ceguera para todo lo que no
sea malo?, ¿amargura de corazón?