domingo, 20 de mayo de 2012

El último canto.


Emociona acompañar en los últimos momentos de la carrera que hace por la historia a un amigo al que se quiere. Cuando sus pies están ya inmóviles y parece que el oído del corredor está sólo abierto a la voz del que le va a premiar con un abrazo tras el último esfuerzo por llegar a la meta.   
El padre Vincent McNabb, buen amigo de Gilbert K. Chesterton contaba así su último  encuentro con él: “Fui a verlo cuando moría. Pedí estar solo con el hombre moribundo. Allí aquella gran humanidad estaba con el calor de la muerte; su gran mente se preparaba, sin duda, a su modo, para la visión de Dios. Esto era el sábado, y pensé que quizás en otros mil años Gilbert Chesterton podría ser conocido como uno de los cantores más dulces de aquella hija de Sión, siempre bendita, María de Nazaret. Sabía que las calidades más finas de los Cruzados eran una de las rasgos de su gran corazón, e inmediatamente recordé la canción de los Cruzados, la Salve, que nosotros los Blackfriars (Frailes Negros: Dominicos) cantamos cada noche a la Señora de nuestro amor. Dije a Gilbert Chesterton: "Va a oír usted la canción de amor de su Madre." Y canté a Gilbert Chesterton la canción del Cruzado: “Salve, Regina, Mater misericordiae…: Dios te salve, Reina y Madre de misericordia…”.
Del padre Vincent McNabb, irlandés, había escrito Chesterton: "... es uno de los pocos hombres grandes que he conocido en mi vida; es grande en muchos sentidos, mental, moral y místico y en sentido práctico… Nadie que haya conocido, visto u oído al Padre McNabb lo puede olvidar".
Emociona también esta actitud de aprecio, de respeto, de admiración y, sobre todo, de cariño que se da naturalmente entre hombres grandes. Porque los menguados de espíritu, que andamos dispersos por el mundo, encontramos dificultad en atravesar nuestra miserable piel de babosa y rodear con afecto a quien deberíamos agradecer sus altos valores y de quien deberíamos aprender las lecciones de sus acciones.
¡Y ojalá tuviésemos a nuestro lado, ante el momento del auténtico Encuentro, a quien nos cantase las acariciadoras palabras de la Salve: “Vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos… Muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre… María”.

miércoles, 16 de mayo de 2012

Esto pasa.


… es decir, sucede, pero no se acaba. En la portada de un diario del lugar feliz en el que vivo, leo en un mismo día: “En lo que va de año… 337 incendios en la provincia… todos ellos intencionados”; “… dispositivo contra los robos en explotaciones agrarias”; “Los lobos matan en… cuatro sementales y veinticinco ovejas”; “Profanan una veintena de tumbas en el cementerio de…”.
Lo de las ovejas fue obra de los lobos. Los lobos, ya se sabe, conservan un instinto (de cuyo funcionamiento no han querido hacernos conocedores y de ahí las discusiones sobre ello) que los mueve a “pasarse”. Matan y se sacian, pero dejan al resto sin posibilidad de desaparecer. Ya llegará el momento. Que no llega, porque no hay hielo en el que pueda conservarse la carne.
A propósito de esto ya conocen ustedes que en una explotación de vacunos en Galicia el remedio, copiado de Namibia, ha sido llevar dos burras que protegen al rebaño coceando a los asaltantes y alertan a los dueños rebuznando.
Pero ¿y los incendios provocados, los robos en las huertas, la agresión al reposo de los muertos? Y podrían seguir las sinrazones, con poca o menos poca violencia, que cubren los mapas de naciones cargadas de historia y de cultura.
Hay una doctrina muy extendida que se basa en principios tan lógicos e incontestables como éstos: El único modelo de sociedad es la democracia. Democracia es que yo pueda hacer lo que a mí me viene en gana. La democracia se sustenta en protestar de todos los modos posibles si el que está al mando, porque lo he elegido yo, se deslegitima cuando manda como no me gusta a mí. Lo que está a mi alcance es mío. Cuando robo recupero lo que me pertenece. Los muertos no tienen derecho a nada: son instrumento y reliquia de nostalgias. Quemar el mundo es un ejercicio purificador de la injusticia que mantiene repartida la riqueza. Respirar es un derecho que debe supeditarse a que yo lo consienta: a mí nadie me chista. La libertad de expresión está limitada por mi derecho a impedirla. El otro no tendrá nunca razón a no ser que yo se la dé. La autoridad no tiene sentido: no es sino el mecanismo de los que se inventan el orden y el derecho. 
¿Os suena? Porque si no os suena, si os parece que todo ello empiedra el camino hacia el futuro, tendremos a nuestra disposición todos los ingredientes necesarios para lograr el mundo feliz gobernado por la minoría de los que no admiten el gobierno de la mayoría.

domingo, 13 de mayo de 2012

Llorar por una piedra.


Debió de ser en el reinado de Conrado II (décimo séptimo emperador Salio del Sacro Imperio Romano Germánico, allá por el siglo XI) cuando un privilegiado compositor áulico, capellán de la Corte, Wipón de Burgundia, regaló a los creyentes de entonces (y nos la regaló a nosotros también) la deliciosa secuencia pascual Victimae paschali laudes que seguimos cantando con una melodía gregoriana que parece una catedral románica, sencilla y sublime.
María Magdalena, la enamorada del Amor, responde al autor del himno que le pregunta qué ha visto en el camino, con palabras cortas y definitivas: Resucitó Cristo, mi esperanza. Pero el autor de una de las versiones castellanas lo redondea así: Resucitó de veras mi amor y mi esperanza.     
Los dos aciertan adorablemente. Para María todo lo que tenía y podía desear era Cristo. Más que nadie de los que compartieron con él amor y persecución tenía su todo en Él. Creer de verdad, limpiamente, en alguien es convertirlo en esperanza, en meta, en final. Y cuando la historia parece habernos matado nuestra Vida, recuperarla es el milagro más imposible que se puede beber.   
Cuenta una historia más cercana que cuando Sofía Loren estaba interpretando una película que dirigía Vittorio de Sica, alguien le robó sus joyas. De Sica la sorprendió llorando, y cuando supo la causa le dijo: No llores por lo que no puede llorar por ti.
¿Por quién lloramos? Porque todos tenemos a nuestro alrededor un coro o una algarabía de solistas plañideras que se pasan las horas invitándonos a que hagamos lo mismo que ellos. La crítica, la nostalgia, el coro insaciable no lloran por el amor o por la esperanza. Es más: han matado al amor y no lo quieren. Hay perlas que acarician mejor que cualquier egoísta. Llorar por ellas es un deber. Y no tenemos o no queremos tener un director de nuestra tragedia, un educador de nuestra vida, que nos diga que no vale la pena llorar por una piedra.

jueves, 10 de mayo de 2012

Dondurma.


Tú que eres experto en sabores y refrigerios, conoces a fondo la delicia del dondurma, ese helado turco que tanto te gusta. Y sabes distinguirlo del helado clásico al que has renunciado porque donde te sirvan esa deliciosa, densa, casi dura mezcla de sabores a tu gusto, con leche, azúcar y salep, saben que volverás a buscarlo. Pero también sabes que el ingrediente específico de ese buen helado se saca de la púrpura temprana que escasea en Kahramanmaraş Maraş por el abuso de su consumo, como helado o como bebida caliente en invierno, hasta prohibirse la exportación de esa orquídea silvestre Ophrys holosericea, como la llaman los más entendidos.
No es un hecho único. Ni sólo se da en la Naturaleza, tantas veces agraviada por nuestra insensibilidad, indolencia y egoísmo. ¿Se te ha ocurrido pensar alguna vez en tu estilo en el uso del agua? Seguramente la ducha se ha hecho más frecuente que el baño. Y a ello ha concurrido en algunos casos (a lo peor muy pocos) el criterio del ahorro. Pero para demostrarte que no eres tan honrado como dices en ello, fíjate en el grifo de tu lavabo cuando atiendes a la limpieza de tus dientes.
Pero aunque nos interese mucho el respeto a los bienes naturales, mucho más nos debe doler la pérdida de las riquezas humanas de nuestros tesoros familiares. Nos reímos de las cosas de los viejos, sin sentido crítico ni de nuestra risa ni de esas cosas de las que nos reímos y a cuya hondura ni no somos asomado. Las tachamos sin más de ridículas (y puede ser que las haya), de trasnochadas (y puede que algunas lo estén), pero la gravedad está en que no somos capaces de gustar el contenido afectivo de esos valores. Porque no nos importan. Porque “han pasado de moda”.