viernes, 27 de abril de 2012

Una carta al New York Times (1)


El 14 de Abril de 1912 el transatlántico Titanic (construido a partir del 31 de marzo de 1909, botado el 31 de mayo de 1911; de 46.318 toneladas de tonelaje bruto, 269,06 metros de eslora, 28,19 de manga, 53,5 de punta y 10,54 de calado; con 17 secciones independientes; puesto en su primera - y última ruta -  el 10 de abril de 1912 con 2.227 personas a bordo) chocó contra un iceberg al Sur de las costas de Terranova a las 23.40 horas de la noche de ese día y se hundió a las 2.20 de la mañana del día 15 con 1.517 personas en su interior.
Fue una tragedia espeluznante: Por lo que los cientos de miles de otras personas muertas en naufragios en muchas costas de muchas partes del mundo no tienen mucha prensa.
Ruego a los lectores de las Buenas Noches de Don Bosco de hoy y en las siguientes, que presten atención, si no la conocen, a esta carta que el Padre Martín Lasarte, salesiano uruguayo, que trabaja en las misiones de Angola, dirigió hace dos años al diario New York Times. Y tengan en cuenta la reflexión anterior sobre la atención desequilibrada hacia el Titanic.

Querido hermano y hermana periodista:
Soy un simple sacerdote católico. Me siento feliz y orgulloso de mi vocación. Hace veinte años que vivo en Angola como misionero.
Me da un gran dolor por el profundo mal que personas que deberían de ser señales del amor de Dios, sean un puñal en la vida de inocentes. No hay palabra que justifique tales actos. No hay duda que la Iglesia no puede estar, sino del lado de los débiles, de los más indefensos. Por lo tanto todas las medidas que sean tomadas para la protección, prevención de la dignidad de los niños será siempre una prioridad absoluta.
Veo en muchos medios de información, sobre todo en vuestro periódico la ampliación del tema en forma morbosa, investigando en detalles la vida de algún sacerdote pedófilo. Así aparece uno de una ciudad de USA, de la década del 70, otro en Australia de los años 80 y así de frente, otros casos recientes… Ciertamente todo condenable! Se ven algunas presentaciones periodísticas ponderadas y equilibradas, otras amplificadas, llenas de preconceptos y hasta odio.

martes, 24 de abril de 2012

Se la mata.


El verso completo, casi final (porque añade ¡arriba, corazón!) de la poesía, casi un soneto, de Gregorio Marañón que trascribimos, es: “Si la pena no muere se la mata”. Y, si no recuerdo mal, era el lema de su exlibris en los muchos y densos libros de su biblioteca.
Arriba, corazón, la vida es corta
y hay que aprender a erguirse ante el destino.
Sólo avanzar importa,
arrojando el dolor por el camino.
Otras horas felices
matarán a estas horas doloridas.
Las que hoy son heridas
se tornarán mañana cicatrices.
Espera siempre, corazón, espera
que ninguna inquietud es infinita,
y hay una misteriosa primavera
donde el dolor humano se marchita.
Con tu espuela de plata
no des paz al corcel de la ilusión.
"Si la pena no muere se la mata",
¡arriba, corazón!

El capítulo 11 de la segunda parte del Quijote se abre, ¿recordáis?, rebosando de la pena del Caballero al comprobar la maldad del encantador que había convertido a su princesa Dulcinea en aldeana. Pero entonces Sancho, que no sólo escuchaba, como nos dice magistralmente Doré en este grabado, sino que pensaba (¡y cómo pensaba!) y se expresaba, le dijo a su señor: “Las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres; pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias...”.
Y otro sabio, el bufón Don Galán, del Águila de Blasón de don Ramón del Valle-Inclán, le ilumina el camino al caballero don Juan Manuel Montenegro: El que está triste siempre/ lo está demasiado. E insiste (cuando le oye a don Juan Manuel explicar: Siento como si un gusano me royese el corazón): Es el pensamiento: un cuervo loco que por veces húyese de la cabeza y se esconde en el pecho.
Y Claudio, aquel rey impostor y alevoso, que robó a su hermano Hamlet el trono y el lecho, le decía a su sobrino: Las lágrimas que lloran con exceso una muerte son un poco saliva contra Dios.
Son tan sensatas y equilibradas estas reflexiones de un pensador, un rey, un escudero y un bufón, que bastan para robustecer la convicción de que nuestro pecho no debe albergar la nostalgia que se fragua y se revuelve en la cabeza.

sábado, 21 de abril de 2012

Anecoica.


El diccionario de la RAE dice de un lugar anecoico que es capaz de no reflejar el sonido. Tal vez venga del griego anecoo, que es lo mismo que no oír. Y tal vez yo esté en confusión porque no sé si es lo mismo no oír que no reflejar un sonido. La sociedad norteamericana Minnesota Orfield Laboratories se ha puesto a construir una cámara anecoica y ha conseguido que lo sea (que no se oye en ella nada) al 99,99%, dicen los medios de comunicación.  
Por si alguien necesitase en su casa algo parecido y no hubiese tenido acceso a la fuente, le damos las pistas para lograrlo: paredes de 3,3 metros de espesor en fibra de vidrio y acero y 30 centímetros de hormigón; suelo blando al paso. Se calcula que en un dormitorio doméstico hay 30 decibelios, mientras que en la anecoica de Minnesota el ruido de fondo es de -9,4 dB (la respiración tranquila de una persona sana es de 10 dB, dicen las tablas). 
Pero, claro. En un silencio tan extremoso suceden cosas como que asusta el ruido del latido del corazón, la respiración y los gorgoritos del sistema digestivo. ¿Con que resultado? Nadie ha aguantado dentro más de 45 minutos.
En realidad no se usa para cámara de tormentos, sino para comprobar el efecto de los sonidos sobre ciertos productos comerciales sensibles.
Pero conocer ese “antro” nos puede hacer pensar en las situaciones que a veces creamos en la vida (y hasta con las personas a las que más debiéramos querer) y que nos hacen aislarnos sin querer saber nada de nada. “Liarse la manta a la cabeza” era la forma elemental antes de que llegase el producto del Minnesota Orfield Laboratories. Y sigue siendo el recurso inmediato para levantar un muro de ignorancia del prójimo más próximo.
¿De qué está hecho? El espesor lo da, evidentemente, el egoísmo. Mi “yo” se escucha a sí mismo con tal seguridad que no necesitamos ninguna otra voz para orientarnos en la vida. Esa fuerza animal que tan fuertemente nos maneja muestra sus formas de grosería, falta de respeto, ausencia de amor, engreimiento, desprecio… hasta regurgitar ganas de destrucción del que está invadiendo el sagrado recinto de nuestro “yo”.
A los padres y a los educadores les falta con frecuencia en su prontuario de educación familiar el capítulo que habla del otro (¡los otros1) como la realidad afortunadamente tangible y audible con la que se puede practicar el delicioso ejercicio de la comunicación.

miércoles, 18 de abril de 2012

Traperos de tiempo.


A don Gregorio Marañón y Posadillo (eminente endocrinólogo y sabio escritor, entre otras muchas prendas) le gustaba llamarse “trapero del tiempo”. Lo decía con sencillez para explicar la profusión de su obra como fruto de aprovechar los minutos que mediaban entre su llegada a casa y el anuncio de que la comida estaba en la mesa. Los dedicaba siempre para añadir algunas líneas a los trabajos de investigación y escritura de ciencias o historia que tenía en el bastidor. “Traperos del tiempo” son, efectivamente, los hombres que tienen tiempo para todo, porque no tienen tiempo para nada que no sea algo.
Alfonso de Lamartine advertía: “El tiempo es tu nave y no tu morada”. Luis Martin (beato como su esposa Celia Guérin y padres de cinco hijas todas ellas religiosas, de las que la menor, Teresa del Niño Jesús, es santa) repetía ese verso de Lamartine en su hogar. Y en sus Manuscritos autobiográficos lo recordaba Teresa, aunque escribía:La vida es tu nave...”.
Nos sirven estas citas para una reflexión que puede sernos útil. Tanto Lamartine como Martin insistían en la caducidad de eso que llamamos tiempo. “Se nos escurre y no vuelve”, solemos decir sin saber lo que decimos, porque ignoramos qué es el tiempo, si es que es algo, porque usamos relojes. En cambio Teresa, por error o porque lo había visto a la luz de la eternidad, sustituía tiempo por vida. Y hace bien: las frases “no tengo tiempo”, “no me llega el tiempo”, “estoy perdiendo el tiempo”… deben leerse, con la traducción de Teresa, de este otro modo: “no tengo vida”, “no me llega la vida”, “estoy perdiendo la vida”… Por lo que un “pasatiempo” es un “pasavida”. Y para algunos un “pasavida “ que dura toda la vida. Es el objeto de la reflexión de Jorge Manrique: “Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando”. Tan callando, que no nos damos cuenta de que se nos escurre la vida sin enterarnos. Pero los “traperos del tiempo”, que lo tienen  también muy presente (o, seguramente porque lo tienen muy presente), necesitan apretar las manos sobre el barro de la obra que saben que se les ha confiado y quieren hacer de ella, de su vida, un taller de artífice que enjoye la historia, un horno de pan que remedie al hambriento, una nave que traslade a los viajeros de la travesía humana al puerto de la auténtica Vida.

domingo, 15 de abril de 2012

El Ovni.


Gliese 667 Cc’

En un vuelo nocturno en el que no lograba dormirme, veía a través de la ventanilla una lucecita blanca que, primero, me llamó la atención. No podía ser una luz de tierra porque no se alejaba. Ni de otro avión allí y a aquella altura. Además las luces de los aviones parpadean de sueño continuamente diciendo “¡Aquí estoy yo!”. Y entonces se me ocurrió pensar (no decir, porque el que iba a mi lado iba roncando y soñando con ovnis y no quería despertarle): “’UN OVNI!”. Y se me alegró el propio “Yo” imaginando lo que iba a presumir cuando llegase a mi destino y contase a los que viese que había visto un ovni. Había oído a un piloto comercial que en sus vuelos nunca había visto un ovni ni nada que se le pareciese. Y me felicitaba a mí mismo por tener aquella suerte.
Pero cuando esperaba que el ovni nos hiciese una pasada y nos dejase un mensaje silencioso, me di cuenta de que la lucecita era de nuestro avión y que nos acompañaba vigilante a lo largo de todo el viaje.
Mientras tenemos alma de niño, todos queremos ver un ovni. Algunos lo son tanto, que lo ven.  Entre ellos están los astrónomos, esos privilegiados viajeros del espacio que buscan y buscan, sin duda no ovnis, pero sí cuerpos nuevos desconocidos para poder ponerles su nombre.     
Dicen que un equipo de estos vigías de la noche ha descubierto que alrededor de las estrellas enanas rojas de la Vía Láctea hay miles de millones de planetas rocosos, parecidos a nuestra Tierra. Y que no muy lejos del Sol (a menos de 30 años luz) hay más de cien planetas de los que algunos tienen diez veces la masa de la tierra.
Es conveniente saber que alguno de esos astrónomos nos asustan diciendo (y debe ser verdad) que hay unos 160.000 millones de esas enanas rojas en la Vía Láctea. Y nosotros a mirar a ver si se nos acerca algún ET que dé sal a nuestra vida.
¿De dónde nos vendrá ese hondo suspiro al querer y no lograr que nos venga del espacio “alguien” o “algo” con quien hablar y a quien amar? Sea de donde sea, nos perdemos mientras tanto la ocasión de hablar y amar a los que ya tenemos al lado. Es sombrío observar que el saludo es más raro día a día, que a los niños se le enseña a no hablar con nadie que no conozcan, que no pertenezca al círculo estrecho de mamá y de papá. Es normal comprobar que los jóvenes y algunos menos jóvenes han aprendido tan bien la lección que ni siquiera responden al saludo que se les dirige, porque temen que contestar significa caer en las horribles garras de un desconocido. Para algunas generaciones el mundo es, de esa manera, muy estrecho, muy sólo suyo. Se interesan por todo lo que pasa. Pero no se interesan por los que pasan. Temen amar, porque amar es para ellos capturar a alguien y no quieren comprometerse a convertir en parte de su vida a quien puede esclavizarlos; ni dejarse capturar para no ser esclavos. No quieren la esclavitud del amor, pero no se dan cuenta de que los ahoga la triste, la solitaria, la sombría, la estéril esclavitud del egoísmo. Aman cosas que ellos dominan o creen dominar: las criaturas de la imaginación, del deseo de sus fantasmas y de sus cosas.