¿Cuántas veces al día nos miramos al espejo? “Nunca las he contado”. “¡Qué tontería: ¿le interesa a alguien, me interesa a mí mismo?”. Y sin embargo, ¿cuántas veces nos hemos mirado al espejo en nuestra vida?
Lo que es seguro es que ante el espejo nos hemos dicho al menos alguna vez: “¡Pues no estoy tan vieja!”. “Mi cara despierta atracción. Por eso me miran tanto”. “Ya quisiera fulanita tener mis ojos”. “Creo que caigo bien”. “Me gustaría tener la nariz más pequeña. Lo demás, muy bien”. “Qué bien estoy a pesar de mis años”.
Es decir, hacemos un análisis de nuestra persona. Porque, además de la cara, lo mismo hacemos con nuestra conducta, con nuestra forma de movernos, de tratar, de responder, de preguntar, de comentar, de criticar, de morder...
¡Cuánto hablamos de los demás! ¡Y qué poco sabemos de lo que los demás hablan y piensan de nosotros! “¡Porque no tienen nada que echarnos en cara!”.
Con unos pocos versos de esos que ácidamente vertía Unamuno sobre el mundo que veía (¡y sobre sí mismo!), nos orienta en el ejercicio general de autocomplacencia ante el espejo de nuestra benévola autocrítica
No, nadie se conoce, hasta que le toca
la luz de un alma hermana
que de lo eterno llega
y el fondo le ilumina.
Cuatro versos con muchas verdades. Algunas de ellas, como ejemplo: que a lo peor nos pasamos la vida sin conocernos; que para conocernos necesitamos el espejo de un alma hermana; que podemos vivir sin tener, sin sentir la necesidad, sin buscar el alma hermana; que nos molestaría terriblemente que un alma hermana nos lanzase la luz de la sinceridad sobre el fondo de esta nuestra otra alma; que fraternidad sí, pero que la fraternidad se meta donde no la llaman, y menos en mi fondo, eso habría que verlo; que no le veo ni gracia ni respeto a que alguien toque con su luz lo que yo tengo en mi fondo sin meterme con nadie… Y, además, ¿una luz que de lo eterno llega? ¡Es demasiado!: meterse en el fondo de uno, ¡mal! Pero pretender que la luz con que quiere iluminar mis fondos venga de lo eterno, en absoluto. Es un derecho que no acepto.
¡Y sigo sin conocerme!