Lucía, Francisco y Jacinta vestidos de fiesta
La historia de Mahoma relata que tuvo de 8 a 20 esposas, aunque se suelen precisar los nombres de once de ellas. De la primera, Jadiya, tuvo a seis de sus siete hijos, entre los que estuvo Fátima, la única que le sobrevivió. Ibrahim, que murió con unos dieciocho meses, fue hijo de Marijah Al-Qibtia (María, la Copta), cristiana.
Fátima llamaron a la hija de Mahoma cuando era joven (fata: joven) y con sus descendientes fueron venerados como raíz de la propia historia. Por eso no es de extrañar que ese nombre se diese a niñas árabes y a algunos lugares de la ocupación musulmana en la península ibérica. Aunque una leyenda local lo atribuye, en el caso que nos ocupa, a que una princesa mora, cautiva de los cristianos, llamada Fátima y después Oriana, fue la esposa del Conde de Ourém.
Pero fue el año 1917 el señalado para que comenzase en aquel viejo y oscuro lugar una historia actual y luminosa. Tres de los más marginados niños de la escasa población de Aljustrel, Lucía de Jesús, y sus primos Francisco y Jacinta Marto, sintieron a partir del 13 de mayo que su espíritu se abría al impulso del amor de Dios en medio de las incomprensiones de los buenos y de la persecución de los que no les dejaban ser buenos.
Cuatro millones de peregrinos de amor van cada año a aquel lugar en el que los tres niños oyeron y entendieron que Dios es bueno, que nos quiere, que quiere que le queramos, que quiere que seamos felices, que le gusta que no equivoquemos el camino de la felicidad, que está con nosotros y que le gusta que estemos con Él.
Y lo hizo – y lo sigue haciendo - con la mejor embajadora de su amor: aquella Virgen que aceptó su Palabra como única guía de su vida, que aceptó que su Palabra se hiciese Hijo en Ella, que nos dice una y otra vez, con la seguridad de saber lo que dice, con la garantía de que lo que dice es cierto, que hagamos lo que Él, su Hijo, nos diga.
Estamos tristemente hartos, esposos recientes y ya al borde del fracaso, de querer celebrar nuestras bodas con mal vino (o sin vino) y somos tan zoquetes que no nos damos cuenta de que tenemos un Hermano que nos habla, que nos está invitando a brindar con Él y levantar la Copa del Vino nuevo, rojo como su Vida y seductor y embriagador como el torbellino de su Entrega. Y que nos felicita con las únicas fórmulas que dan dignidad a nuestras vidas de hombres y sustancia a nuestras vidas de seguidores suyos: «¡Amaos!». «¡Dad la vida por amor!».
Este es el Secreto, el Mensaje de Fátima. Porque Dios es sólo Amor.