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sábado, 14 de mayo de 2016

Cebuella.

A este precioso mono con cabeza de león y uñas de plantígrado, con las que se abraza a un dedo humano, lo llaman en la seria lista zoológica de congéneres, Cebuella pigmaea. Pero sus amigos de la Amazonia, donde vive, le llaman, por ejemplo, y con más confianza, tití pigmeo, tití enano, mono de bolsillo, chichico, mono de piel roja, tití león, mono leoncito, mono de bolsillo… No sé en China, de donde procede la foto que vemos. Es un primate platirrino (siguen diciendo los entendidos y seguimos aprendiendo los profanos) que es lo mismo que decir que es chatito. Y lo sitúan en la familia de los callitriquidas. ¡Qué horror!: con lo fácil que es decir de pelo lindo, bonito. Porque así lo tienen y así les gusta tenerlo. Son un poco presumidillos y cuidan mucho su aspecto, ya que conviven en comunidades reducidas en las que desean presentarse bien. Este de la foto, nos dicen, mide 12 centímetros, que suele ser una talla bastante corriente, aunque algunos llegan a 15. Y a todo esto hay que añadir que su especie está en camino de extinción. 
Produce dolor saber que hay animales, como el tití enano, que van a dejar de existir porque encuentran dificultad en reproducirse, les falta la tranquilidad que necesitan para desarrollarse y vivir, se los busca para convertirlos en mascotas, se les priva de su aire o se les hace difícil la soledad en que progresan de acuerdo con su naturaleza.
¿No pasa algo parecido con nuestros hijos? Algo parecido, pero aproximado, porque hay hogares en los que no se tiene en cuenta la fragilidad de los sentimientos de los hijos: el desconcierto ante la conducta de sus padres porque exigen lo que ellos no cumplen; la necesidad de afecto sin lograrlo porque no hay entre los esposos la cordialidad que están esperando y deseando y que no aparece nunca; la serenidad que solo se asimila cuando es el tono constante en que debiera transcurrir la vida familiar. Hay hijos que dudan de que sus padres los quieran. Porque se sienten perseguidos o porque si no constatan que los padres se quieren de verdad deducen que, con mayor razón, no los quieren tampoco a ellos. Consideran que son un estorbo para sus padres porque se sienten tratados como un estorbo.
Hay padres que no saben que sus hijos piensan y sienten cosas que nunca se atreverían a manifestar, porque les cabe el miedo de que no serían comprendidos o aceptados.

lunes, 9 de mayo de 2016

La vida.

Creo que ninguno de nosotros se ha puesto a contar cuántos insectos o plantas… se conocen en la Tierra. Parece que, en números muy redondos, se ha llegado a proponer que los insectos conocidos (la referencia es, naturalmente, a especies, no a individuos) son más de 800.000. Menos, pero muchas también, son las plantas: 248.000; 200.000 los artrópodos no insectos (arañas, cangrejos, ciempiés…); 70.000 los hongos; 50.000 los moluscos; 30.000 los protozoos; 27.000 las algas; 19.000 los peces; 12.000 los platelmintos (esos gusanos que no tienen patas ni vértebras);  9.000 las aves; 9.000 las medusas; 6.300 los reptiles; 4.200 los anfibios; 4.000 los mamíferos...
Esto es lo conocido. Pero es frecuente encontrar en la prensa o, más todavía, en publicaciones especializadas, que se han descubierto nuevas especies. Por ejemplo, investigadores de la Universidad de Berkeley han clasificado 1.000 nuevas especies de bacterias y arqueas (parecidas a las bacterias, dicen los entendidos, pero diferentes), que viven en lagos, cuevas y bosques de nuestro Planeta, la Tierra.
Bastaría este burdo recuento para despertar en cada uno de nosotros una seria actitud de admiración y respeto ante la vida en cualquiera de sus modalidades. Pisar una hormiga es un acto que tal vez se haga pensando que molesta o que mancha o que nos puede invadir. Nada de eso sucede ni va a suceder. ¿Cuántos millones de años hemos convivido con ellos y no han deshecho el mundo?
Y sin embargo, respetar la vida, ese maravilloso don inexplicable, es algo que para algunos no tiene importancia. Cuando se trata de un ser humano (pensemos en una ejecución mortal, en la víctima de una reyerta, en eso que tan perversamente se llama “violencia de género”, en una guerra, en un aborto…) se está frustrando el recto camino de la construcción de la historia, se está produciendo un fracaso de Dios. Y no hay nada más aberrante que lo más venerable de la historia, que es la vida, se someta al capricho, a la barbarie, al desahogo de quien se convierte con ello en un ser vil y despreciable.

miércoles, 30 de marzo de 2016

El Cobia.

…o la cobia. ¿La conoces? Tal vez por otros nombres: esme-dregal, pejepalo, bonito negro… Es un pez marino único en su especie y género: Rachycentron, dicen los que hablan difícil, que vive especialmente en aguas tropicales; de cabeza ancha y aplastada con el lóbulo de la aleta de la cola más largo que el inferior. Tal vez para parecer más atractiva tiene dos bandas finas plateadas en sus costados.
No te fíes. No solo porque puede llegar a viejo, 15 años, sino porque puede llegar a medir dos metros y pesar casi setenta kilos. Es más bien solitario. Aunque por el aprecio de su carne se cultiva en piscinas dentro del Pacífico a algunos kilómetros de las costas de Panamá, Ecuador y Colombia. Pero es un depredador voraz que acaba con todos los crustáceos, calamares y corvinas que llegan a su boca.
Hace unos meses la rotura de uno de sus criaderos, frente al Ecuador, hizo que se rompiese y una gran cantidad de cobias decidiesen vivir su vida y campar a sus anchas. La explicación que dieron las autoridades entendidas fue la del “avanzado deterioro y falta de mantenimiento en las jaulas contenedoras”.
Algunos pescadores consultados afirmaron que estos cobias “han arrasado con todo a su paso y los han dejado sin alimento ni con qué sustentarse en Ecuador, Colombia y Panamá… Lograron nadar 1.000 kilómetros en dos meses y medio y ahora ponen en jaque las costas de Colombia, Panamá y México”. Y los científicos del Instituto Smithsoniano alertan en la BBC “sobre los efectos de largo alcance sobre la pesca y la ecología marina en el Pacífico Oriental”. Como al cobia no hay ningún otro pez que lo cace hace de su mundo marino un reino de destrucción.
Y como esta no es una lección de ictiología, pasamos a la aplicación a nuestras vidas. ¿No nos da miedo (o sin miedo porque somos valientes) que una cobia humana o una bandada de cobias humanas anden sueltas haciendo lo que les parece que es su derecho y la victoria de sus convicciones y acaben con la vida de los que andamos atontados sin tener en cuenta ese peligro? Analiza, lector amable y precavido, la situación de indefensión de ciudadanos e instituciones que creen que todo lo nuevo, por muy tragona cobia que sea, está muy bien y que deben tener libertad para adueñarse de sus aguas porque están en su derecho. Es verdad que nuestros jóvenes deben crecer cultivando su libertad, pero es un deber suyo y nuestro alimentarla de modo que no se convierta en despiste y veleidad. El justo criterio, la adecuada cercanía, la amistad y el prestigio de nuestro sensato magisterio puede y debe servirles para que juzguen con acierto antes de adherirse a las bandas plateadas de la novedad y el atractivo de los portadores de muerte.

miércoles, 20 de enero de 2016

Entre lobos.

Doce años pasó Marcos Rodríguez Pantoja entre lobos (ENTRE LOBOS tituló Gerardo Olivares la película que dirigió en 2010 sobre Marcos); entre lobos, ciervos, gamos, jabalíes, zorros y tejones del Parque natural de la Sierra de Cardeña, en el Nordeste de la Provincia de Córdoba. Desde 1953 hasta 1965; desde los siete hasta los diecinueve años. Y en la maleza no muy intensa poblada por el roble melojo, los quejigos, alcornoques, acebuches, jaras y brezos.
Un guarda forestal avisó de su presencia a la Guardia Civil que lo rescató de un destierro que había dejado en él un hondo sentido de la vida en solitario en una etapa muy sensible de ella. Inteligente y astuto, fue ganándose la amistad de aquel amplio paraje en el que no solo vivió entre lobos, sino que se convirtió en su “hermano mayor”.     
Le costó volver al mundo humano del que le había alejado su padre al darlo como compañero a un cabrero que desapareció enseguida de su presencia.  
Un cura joven, Juan Luis Gálvez, le volvió al habla humana. Las Hermanas del Hospital de Convalecientes de Madrid le ayudaron a caminar erguido y un buen corazón gallego le llevó a convivir con él en la dulce tierra del Noroeste español donde sigue hoy con nostalgias de una vida extraña, pero hecha propia.
Este es el torpe resumen de una intensa vida que puede despertar en nosotros muchas reflexiones y alguna que otra decisión.
Cuando se le ve tirado en el suelo compartiendo abrazos y querencias con un lobo comprendemos por qué dice que la vida entre animales es más apacible que entre hombres. Y cuando se le contempla como ido, pero sin duda atravesado por añoranzas de la paz de su soledad, nos damos cuenta de que la vida en la que los hechos le han vuelto afortunadamente a introducir, sentimos hacia él la ternura que produce haber despertado a un hijo pequeño de un bello sueño.
La aplicación a nuestra vida es la de que no podemos decidir que la aspereza de la sociedad que nutrimos tan llena de pretensiones, envidias, rivalidades, odios, imposiciones sea el modelo para nosotros y para nuestros hijos. No podremos evadirnos, pero sí forjar en nuestra conciencia la decisión de mantenernos en la nobleza moral a la estamos destinados.

viernes, 15 de enero de 2016

La Indaba.

Algunos comentaristas de los altos hechos mundiales comentaban que lo que se  hizo en París hace unas semanas, la conferencia sobre el clima, fue una indaba de los delegados de los 195 países que lo firmaron.
Una indaba, sin duda lo sabes, es un corro, una conferencia de los izinDuna u hombres principales de los pueblos zulúes y xhosa de Sudáfrica. Parece que en idioma zulú el término indaba equivale a nuestro “asunto”, “negocio”, “trato”. En una indaba, pues, se dice lo que se desea o necesita, lo que se puede dar o transigir, lo que cae fuera de esa hipótesis de concesión, lo que conviene ver como bien para todos. Y se concluye con la decisión que satisfaga a más comparecientes.
Han contado en París los intereses conflictivos, como es natural. Pero se ha llegado a entender que todos los que habitan la Tierra y la queman o la desnaturalizan lanzando al aire humos de grandeza industrial o hundiendo en el suelo sus puyas venenosas comparten una parcela común. La Tierra, por grande que nos parezca, su cinturón ecuatorial no medirá nunca más de 40.042 kilómetros, como dicen los más exigentes;  o 40.075, que es la medida de los más generosos. 5.830 es la distancia en kilómetros entre París y Nueva York, dicen los papeles. Bien poca distancia en realidad.
Necesitamos una indaba para poder convivir. Compartir el suelo que se pisa obliga a compartir en él muchas otras cosas. Una persona inteligente lo entiende y no  pretende que el punto de partida y el de llegada de la convivencia sea mantener porque sí y obligar a los demás a que compartan la propia teoría social o política, el propio criterio sobre credos, el propio gusto sobre churros y jamones. No hay más camino que respetar lo que en los demás hay de no ofensivo, de no excluyente, de no intolerante, de no invasivo. Es decir, que el propio gusto no será nunca dogma, ni el propio dogma criterio de vida, ni el propio esquema vital eje de giro para todos.
La indaba de la familia y en la escuela se impone cuando no hay amor. Porque si hay amor no hace falta indaba. El amor hace fácil la inteligencia, es decir, la capacidad de leer dentro, de complacer, de dar y de darse. Pero parece que amar, es decir, ser inteligente, es tan difícil que no son muchos los que comparten la misma parcela sin pisarse.

viernes, 17 de abril de 2015

Contaminación.

A lo mejor no es verdad, pero un Instituto Internacional para Sistemas Aplicados de Análisis austriaco ha lanzado la voz de alarma, publicada recientemente por el Washington Post, sobre la situación de contaminación de algunas ciudades dentro de 15 años. Sitúa en el vértice a ciudades como Milán, Turín, Gijón, Estocolmo, Stuttgart, París…  Mírate en el mapa. 
Se trata de adoptar medidas eficaces, y no como hasta ahora que hemos sido bastante remisos, para reducir el tanto por ciento de PM10 en el aire (PM10 son pequeñas partículas sólidas o líquidas de hollín, polvo, ceniza, metálicas - silicatos, aluminatos, metales pesados…- cemento, polen, sustancias orgánicas… que proceden de incendios, volcanes, combustiones: ¡ay los automóviles!, industrias, labores de construcción y del campo, quemas alegres de todo lo que estorba…
Aseguran que el clima, el estado de la atmósfera y de las aguas y, de un modo directo, de la pureza o impureza del aire del que toman vida bosques, animales y vegetales consumibles sufren de nuestra desidia o incultura.
Porque incultura es lo contrario de cultura que significa conocimiento, sí, pero también sabiduría, cortesía, civilización…  
Y porque esa incultura sobre la naturaleza es fruto de la incultura sobre el hombre, fruto de la falta de educación, es ahí donde debiéramos sentirnos sensibles, más sensibles, muy sensibles.  
Dejemos aparte la oleada de mal gusto que empapa muchas de nuestras actuaciones y manifestaciones. Desde las personales, nacidas de la debilidad del que no se preocupa de embellecer un mundo que de por sí ya es precioso (mundo, cosmos… significan precisamente limpio, bello, admirable) y las que brotan de una cierta violencia interior animal que lleva a deteriorar, achantar o hasta destruir la belleza porque nos fastidia que haya alguien más guapo que nosotros; o las que desplegamos para llamar la atención porque tenemos un cierto prurito de no saber vivir si no somos los primeros, los que más hablan, los que más gritan, los que más ruido hacen.
Cultura y educación es saber que ocupamos un lugar junto a muchos otros, y que ni ese lugar ni esos muchos otros tienen por qué aguantar nuestras excentricidades ni nuestras gracias destructoras. Que ese lugar debe quedar limpio para el que venga después (nadie está aquí para siempre). Y que esos otros tienen, al menos, el mismo mérito y derecho a que se respete su identidad.

jueves, 11 de septiembre de 2014

Quokka.

Este es el quokka. Seguramente tienes uno en tu casa y en ese caso esta presentación es inoportuna. Pero si tú (otro “tú”) no lo tiene o no lo conoces, déjame que te lo presente. 
Parece que fue el marinero holandés Samuel Volckertzoon el primero que lo vio en una isla del suroeste de Australia en 1658. Creyó que era un gato salvaje. Se ve que lo vio mal, porque su morrito de ardilla, su porte de pequeño canguro o su aspecto de rata bien alimentada distaban mucho de los rasgos de un felino. Al año siguiente Willem de Vlamingh llamó Rottnest, es decir, «nido de ratas» en holandés, a esa isla en la que el quokka vive todavía. 
Sonríe feliz porque tiene a su alcance hojas, tallos y cortezas de muchas plantas que abundan en esas islas. Pero tal vez no sepa que los entendidos le han puesto en la  lista roja de los animales en extinción. Este pequeño canguro necesita (y cada año lo encuentra menos) un bosque donde refugiarse: la agricultura es un ansioso enemigo. Se sube a los árboles que puede. Pero no lo suficiente como para que las zorras, los perros, los mismos gatos con  los que lo confundió Volckertzoon, y los dingos no lo alcancen. Son naturalmente pacíficos, confiados, cariñosos... Se dejan querer. Les gusta, ¡les encanta!,  lo que los niños (y los grandes) que los encuentran les dan con generosidad: pan. Está prohibido hacerlo y multado seriamente, pero ¡es tan agradable saltarse la norma…! Y ese cambio de dieta está acabando con ellos. No están hechos para el pan.

Parece que es difícil que se piense bastante en el mal creciente y profundo, irremediable muchas veces,  que mina la educación que reciben nuestros niños, adolescentes y jóvenes. Para que “no sufran”, para que “estén contentos”, para que “lo pasen bien”, para que “nos dejen en paz”, “porque tienen derecho”, para que… cambiamos la dieta del ser humano, programado para la acción, para el trabajo, para la emulación, para el esfuerzo, para la superación, para el servicio, para la construcción de un mundo sólido, para la solidaridad, para la renuncia, para el dolor cuando llegue, para el amor… y hacemos de ellos máquinas gripadas de pistón, de rodamientos, de culata… apenas salidas de la cadena de producción que pueblan un parque de semovientes que no saben hacia dónde deben ir o forman parte de un rebaño que va detrás del que va delante.

domingo, 17 de agosto de 2014

Un gigante.

Este gigante de la foto se llama Yakouba Sawadogo al que seguramente conoces por los periódicos. Por ellos sabes que en 1974 se propuso frenar el avance del desierto en su región de Gourga, en Burkina Faso. Ha recuperado en cuarenta años tres millones de hectáreas en ocho países del Sahel. Y ahora se pueden cultivar, habiendo olvidado que eran un desierto. El Sahel (que significa “borde”) es un cinturón de 5.400 km desde el Atlántico hasta el Mar Rojo. Está al sur del desierto del Sahara y tiene una anchura variable entre varios centenares y mil kilómetros. Y cubre una superficie de más de tres millones de kilómetros cuadrados.
Empleó los métodos tradicionales de la agricultura llamada “ZaÏ” puesta al día: en hoyos de unos veinte centímetros depositaba la semilla que interesaba con estiércol y compost. Las lluvias completaban la obra. 
Le salió bien y obtuvo “cosechas” dobles y hasta cuatro veces mayores. Añadió árboles que ayudaban a mantener la humedad del suelo. Y se dedicó a recorrer largas distancias en su moto para convencer a todos los agricultores de la nación que pudo, el resultado de su empeño. 
Se hicieron algunos documentales con su propuesta y dio en 2013 conferencias en 29 aldeas sobre el “ZaÏ”. Y una nueva iniciativa, organizada junto con Ashley Norton y Naaba Ligdi, llevará esta enseñanza, antes de las lluvias de 2014, en doce clases magistrales para cuatro estudiantes, a jóvenes agricultores de la región Yatenga que quieran luchar como él lo ha hecho.
¿Nos hemos medido, de verdad, alguna vez? ¿Qué nos falta para dar talla de gigante? ¿O, al menos, de aprendiz de gigante? ¿Qué medida es la que queremos para nuestros hijos, para los niños, los adolecentes, los jóvenes que crecen (o deben crecer) a nuestra sombra? Porque en un análisis que debemos hacer, continua y valientemente, debemos ver si nuestra sombra es la de una generosa entrega que estimule la entrega de nuestros educandos o es un paraguas de pura protección que les impide salir de sí mismos, lanzarse fuera de las propias y pobres bardas y aprender que sólo pensando en los demás, viviendo para los demás, yendo hacia los demás, queriendo a los demás… podremos ver una cosecha que detenga el desierto del egoísmo que parece invadir el mundo de hoy, tan estéril de amor en tantos gestos, tantas propuestas, tantos oscuros “saheles” de muerte.

sábado, 19 de abril de 2014

Cerezas.



Estamos en el Japón, en el parque nacional de Fuji-Hakone-Izu, de la provincia de Shizuoka. Y vemos al fondo el celebérrimo Monte Fuji coronado de nieve.  Pero hoy  no podemos quedarnos embebidos en la blancura perfecta del Monte. No por el frío que podríamos llegar a sentir, sino  porque tenemos delante parte de los cerezos en flor del parque que nos acoge.

Los japoneses tienen un verbo “de estación”, que solo usan en esta del gozoso florecimiento de los cerezos: Hanami, que significa “admirar las flores”. Pero no vale para las rosas o las lilas. Es un verbo propio de los cerezos, porque las flores por antonomasia son para ellos las del cerezo. El punto más alto de la floración de las sakura, las flores del cerezo, dura pocos días.  Y  los japoneses lo esperan para hacer un ejercicio de admiración, asombro, esperanza y luminosidad interior. Y desde comienzos de marzo se dan a conocer las previsiones de la floración, que varía de región a  región.

Es verdad que en España tenemos lugares como El Piorno, El Jerte, El Frasno, Corullón, Etxauri, Gallinera, La Bureba como escenarios de esa explosión de Primavera… Y que se organizan viajes familiares y colectivos para gozarse con la generosa pincelada de blanco que cubre a los afortunados cerezos de esos privilegiados lugares. Pero tal vez falta en nuestras vidas la actitud de pasmo ante la belleza de un fenómeno tan sugestivo como es la resurrección de la Naturaleza con esas vestiduras de gala.

Esta reflexión debemos pasarla a nuestra vida de creyentes cristianos. La Pascua no es solo una fecha en el calendario, ni solo la celebración de un hecho gozoso del pasado: la Resurrección de la Vida de Cristo entregada por amor. Es la realidad presente de ese hecho. Dios no tiene calendario. Porque para Él todo es presente. Y la Pascua cristiana, la Resurrección del Verbo de Dios, de su Cristo, es un acontecimiento que, lo sepamos o no, lo queramos o no, lo sintamos o no, invade nuestras vidas. También nosotros somos herederos de la Resurrección. No sólo de la que se operará en nosotros un día. Sino de la de Cristo, que ya ha venido a habitar, vivificado, en cada uno de nosotros.

viernes, 21 de febrero de 2014

Yamal.



La capital de Yamal, en el Ártico, es Salekhard. Yamal significa en la lengua de los nénets “Fin del mundo”. Los nénets, los khantys y los selkup son los tres grandes grupos de pobladores de Yamal. Yamal es una península que tiene una extensión equivalente a un poco más de la cuarta parte de la de España. Allí está la fuente de la que se extrae la mayor parte del gas natural de Rusia. Con decir que al año se obtienen más de ocho millones de toneladas. Y hay renos, muchos renos. Bueno, medio millón de renos, si no nos paramos a contarlos con mucha atención. Renos nómadas que van y vienen según el momento del año en busca de pastos. Y que cuidan miles de pastores, igualmente nómadas, que dicen que a ver qué va a pasar con sus vidas si Gazprom, el monopolio ruso, le hinca el diente y les agujerea su  permafrost: ya sabes, el terreno helado de aquella latitud.  

La vida está condicionada para estos nómadas por la temperatura de su tundra. Veamos: por ejemplo, la media (¡media!) más baja, en 1900, fue de 11º bajo cero. La más alta, en 1940, de – 3º. Y la media más frecuente, entre -6º y - 7ºC.       

Hace algunos días veía un reportaje sobre la vida de aquella gente, encorsetada en espesos refajos, manguitos, perneras y gorros de piel. No es para menos. Y no se quejan. Lo más admirable de sus encendidas caras, pequeñas y grandes, según las edades, es su contento. Estoy seguro de que no se trataba del que produce que a uno le saquen en una foto. En sus tiendas, fuera de ellas, con los renos, en los juegos, durante la comida… ¡no se quejan! ¡Sonríen siempre!

Vivimos (al menos a mí me parece vivir) en un mundo en el que la queja, la protesta, el pinchazo al vecino y al lejano, al conocido y al ignorado, al pariente y al de DNI distante, el descontento, echar de menos no se sabe qué… es frecuente, en algunos casos, continuo y diría (¿pero quién soy yo para afirmarlo?) que patológico.

¿No ha pensado usted en aportar al mundo, al menos al mundo pequeño o grande que le rodea, una brizna de luz, una ráfaga de aire limpio, una chispa de calor? Somos nómadas, aquí abajo o junto al río Obi de la Siberia helada. No hagamos de nuestra casa un mausoleo de lona o de piedra o de humor negro en el que el huésped se nos quede de hielo.

viernes, 3 de enero de 2014

Groenlandia.



Pobremente trato de situarme donde deseo. Y empiezo diciendo cosas conocidas. Que la enorme isla de Groenlandia, situada allá arriba, al Este de Norteamérica,  tiene una extensión de 2.166.086 kilómetros cuadrados y 61.000 habitantes (pero hace sesenta años eran 34.000). Que la descubrió el año 864 Erik Thordwalson (Erik el Rojo) quien le dio ese nombre (¡optimista!) de Tierra Verde, aunque el 84 por ciento de su superficie está helada. Que es una Región Autónoma de Dinamarca y que su capital es Nuuk.     

Pues bien, un grupo de investigadores de la cátedra de Geografía de la Universidad de Utah, en Salt Lake City, Estados Unidos, a cuyo frente está el profesor Rick Foster, ha descubierto un acuífero en la capa de hielo de Groenlandia, con agua líquida durante todo el año mientras que sus alrededores están helados. Estos alrededores tienen una superficie igual a la de los estados norteamericanos de California, Nevada, Arizona, Nuevo México, Colorado y Utah juntos. Con un espesor medio del hielo de 1,5 kilómetros.

El acuífero descubierto tiene unos 27.000 kilómetros cuadrados. Lo llaman «acuífero 'firn' perenne» y equivale en superficie al estado norteamericano de Virginia Occidental. «Aquí, en lugar de almacenarse el agua en el espacio de aire entre las partículas de roca del subsuelo, se almacena en el espacio de aire entre las partículas de hielo, como el jugo en un cono de nieve», añade Forster. Y añade: «El hecho sorprendente es que el jugo en este cono de nieve nunca se congela, incluso durante el invierno oscuro de Groenlandia. Grandes cantidades de nieve caen sobre la superficie a finales del verano y rápidamente aísla el agua de las temperaturas del aire bajo cero de arriba, permitiendo que el agua persista durante todo el año».

Y como estas líneas no pretenden ser una ventana abierta a la ciencia, sino a la conciencia, sigo con mi “aplicación”.

¿No sucede lo mismo – o algo parecido - en las familias, en los grupos, en la sociedad? Junto a una persona rica en iniciativas, en actividad, en calor, en optimismo, en osadía… están otras que siguen siendo témpanos de hielo a las que no se les ocurre nada, a las que no les pida usted ayuda o algún favor porque están muy ocupados, porque están a lo suyo, cansados de tanto bregar, necesitados siempre de la tranquilidad que da sentarse a renovar fuerzas y a prepararse para momentos mejores.

Si es que no son de los que observan el mundo con sagacidad y hondura y descubren que nadie hace nada bien, que bien merecidas se tienen la crítica y hasta la condena y que son el ludibrio y la ruina de un mundo que anda a trompicones porque no hace caso de las advertencias que ellos, sabios, hacen.