Este es el quokka. Seguramente
tienes uno en tu casa y en ese caso esta presentación es inoportuna. Pero si tú
(otro “tú”) no lo tiene o no lo conoces, déjame que te lo presente.
Parece que fue el marinero
holandés Samuel Volckertzoon el primero que lo vio en una isla del suroeste de
Australia en 1658. Creyó que era un gato salvaje. Se ve que lo vio mal, porque
su morrito de ardilla, su porte de pequeño canguro o su aspecto de rata bien
alimentada distaban mucho de los rasgos de un felino. Al año siguiente Willem
de Vlamingh llamó Rottnest, es decir, «nido de ratas» en holandés, a esa isla
en la que el quokka vive todavía.
Sonríe feliz porque tiene a su
alcance hojas, tallos y cortezas de muchas plantas que abundan en esas islas.
Pero tal vez no sepa que los entendidos le han puesto en la lista roja de los animales en extinción. Este
pequeño canguro necesita (y cada año lo encuentra menos) un bosque donde
refugiarse: la agricultura es un ansioso enemigo. Se sube a los árboles que
puede. Pero no lo suficiente como para que las zorras, los perros, los mismos
gatos con los que lo confundió
Volckertzoon, y los dingos no lo alcancen. Son naturalmente pacíficos,
confiados, cariñosos... Se dejan querer. Les gusta, ¡les encanta!, lo que los niños (y los grandes) que los
encuentran les dan con generosidad: pan. Está prohibido hacerlo y multado
seriamente, pero ¡es tan agradable saltarse la norma…! Y ese cambio de dieta
está acabando con ellos. No están hechos para el pan.
Parece que es difícil que se
piense bastante en el mal creciente y profundo, irremediable muchas veces, que mina la educación que reciben nuestros
niños, adolescentes y jóvenes. Para que “no sufran”, para que “estén
contentos”, para que “lo pasen bien”, para que “nos dejen en paz”, “porque
tienen derecho”, para que… cambiamos la dieta del ser humano, programado para
la acción, para el trabajo, para la emulación, para el esfuerzo, para la
superación, para el servicio, para la construcción de un mundo sólido, para la
solidaridad, para la renuncia, para el dolor cuando llegue, para el amor… y
hacemos de ellos máquinas gripadas de pistón, de
rodamientos, de culata… apenas salidas de la cadena de producción que pueblan un parque
de semovientes que no saben hacia dónde deben ir o forman parte de un rebaño
que va detrás del que va delante.
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