jueves, 11 de septiembre de 2014

Quokka.

Este es el quokka. Seguramente tienes uno en tu casa y en ese caso esta presentación es inoportuna. Pero si tú (otro “tú”) no lo tiene o no lo conoces, déjame que te lo presente. 
Parece que fue el marinero holandés Samuel Volckertzoon el primero que lo vio en una isla del suroeste de Australia en 1658. Creyó que era un gato salvaje. Se ve que lo vio mal, porque su morrito de ardilla, su porte de pequeño canguro o su aspecto de rata bien alimentada distaban mucho de los rasgos de un felino. Al año siguiente Willem de Vlamingh llamó Rottnest, es decir, «nido de ratas» en holandés, a esa isla en la que el quokka vive todavía. 
Sonríe feliz porque tiene a su alcance hojas, tallos y cortezas de muchas plantas que abundan en esas islas. Pero tal vez no sepa que los entendidos le han puesto en la  lista roja de los animales en extinción. Este pequeño canguro necesita (y cada año lo encuentra menos) un bosque donde refugiarse: la agricultura es un ansioso enemigo. Se sube a los árboles que puede. Pero no lo suficiente como para que las zorras, los perros, los mismos gatos con  los que lo confundió Volckertzoon, y los dingos no lo alcancen. Son naturalmente pacíficos, confiados, cariñosos... Se dejan querer. Les gusta, ¡les encanta!,  lo que los niños (y los grandes) que los encuentran les dan con generosidad: pan. Está prohibido hacerlo y multado seriamente, pero ¡es tan agradable saltarse la norma…! Y ese cambio de dieta está acabando con ellos. No están hechos para el pan.

Parece que es difícil que se piense bastante en el mal creciente y profundo, irremediable muchas veces,  que mina la educación que reciben nuestros niños, adolescentes y jóvenes. Para que “no sufran”, para que “estén contentos”, para que “lo pasen bien”, para que “nos dejen en paz”, “porque tienen derecho”, para que… cambiamos la dieta del ser humano, programado para la acción, para el trabajo, para la emulación, para el esfuerzo, para la superación, para el servicio, para la construcción de un mundo sólido, para la solidaridad, para la renuncia, para el dolor cuando llegue, para el amor… y hacemos de ellos máquinas gripadas de pistón, de rodamientos, de culata… apenas salidas de la cadena de producción que pueblan un parque de semovientes que no saben hacia dónde deben ir o forman parte de un rebaño que va detrás del que va delante.

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