Ya se sabe. Una empresa es una iniciativa (empresa viene de emprender, comenzar…) que busca producir bienes de
uso o consumo. Pretende prestar un servicio público y social y facilitarlos a
quien no puede llegar a tener esos bienes con sus propios medios. ¿Quién se
hace un coche para transportar mercancía o para viajar? Hay empresas que los
fabrican y a ellas se acude ¡Elemental! Y del mismo modo que el que transporta
en su camión fruta al mercado y así se gana la vida y trata de ahorrar para
mejorar su flota, lo hace el que la vende. Generalmente (¿y por qué no todas?)
las empresas se hacen para producir riqueza para sí mismas que revierte en el
bienestar de la sociedad en las que se mueven. Una sociedad que no alienta la
existencia y el trabajo de los emprendedores es una sociedad que se ahoga a sí
misma.
Hay también empresas u organizaciones que buscan alentar la
cultura. Otras, la dignidad de los ciudadanos o, al menos, de los socios que
las forman. Otras, la belleza, el arte, el deporte...
Los que leen estas líneas se mueven con el grato recuerdo de Don
Bosco. Saben que fue un sacerdote que se entregó a los muchachos arrinconados
de Turín. Vivió con ellos y aprendió de ellos. Y ellos aprendieron de él a ser
buenos cristianos, es decir, capaces de amar. Y honrados ciudadanos, es decir,
capaces de mejorar la sociedad en la que vivieron.
Los que leen estas líneas saben que estamos celebrando el
segundo centenario del nacimiento de ese generoso emprendedor (16 de agosto de
1815), ese pobre hombre y rico creyente que, en la visita a los muchachos
amontonados en la cárcel, quiso hacer para ellos y para todo el que lo siguiese
una empresa. Una empresa de bienes, pero no para el uso ni el consumo, sino
para la dignidad de la vida y la grandeza del amor. Es decir, una empresa de
santidad.
La iglesia católica tiene para algunos de ellos títulos clásicos
que los proponen como ejemplos de ese negocio de amor: nueve santos (el mismo
Don Bosco, María Mazzarello, colaboradora suya en la fundación de las
salesianas; Domingo Savio, un joven
valiente y excepcional en amar y servir; Luis Versiglia y Calixto Caravario,
asesinados por defender la dignidad de unas muchachas; y cerca de ellos José
Cafasso, Luis Orione, Luis Guanella y Leonardo Murialdo) más ciento doce beatos, once venerables y veintinueve siervos
de Dios.
Y a la cabeza de todos ellos, la madre de Don Bosco, a la que
con toda razón llamaban los huérfanos y pobres muchachos del arroyo y
seguiremos llamando nosotros Mamá Margarita.
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