Doce años
pasó Marcos Rodríguez Pantoja entre lobos (ENTRE
LOBOS tituló Gerardo Olivares la película que dirigió en 2010 sobre
Marcos); entre lobos, ciervos, gamos, jabalíes, zorros y tejones del Parque
natural de la Sierra de Cardeña, en el Nordeste de la Provincia de Córdoba.
Desde 1953 hasta 1965; desde los siete hasta los diecinueve años. Y en la
maleza no muy intensa poblada por el roble melojo, los quejigos, alcornoques,
acebuches, jaras y brezos.
Un guarda
forestal avisó de su presencia a la Guardia Civil que lo rescató de un
destierro que había dejado en él un hondo sentido de la vida en solitario en
una etapa muy sensible de ella. Inteligente y astuto, fue ganándose la amistad
de aquel amplio paraje en el que no solo vivió entre lobos, sino que se
convirtió en su “hermano mayor”.
Le costó
volver al mundo humano del que le había alejado su padre al darlo como
compañero a un cabrero que desapareció enseguida de su presencia.
Un cura
joven, Juan Luis Gálvez, le volvió al habla humana. Las Hermanas del Hospital
de Convalecientes de Madrid le ayudaron a caminar erguido y un buen corazón gallego le llevó a convivir con él en la dulce tierra del Noroeste español donde sigue
hoy con nostalgias de una vida extraña, pero hecha propia.
Este es el
torpe resumen de una intensa vida que puede despertar en nosotros muchas
reflexiones y alguna que otra decisión.
Cuando se
le ve tirado en el suelo compartiendo abrazos y querencias con un lobo
comprendemos por qué dice que la vida entre animales es más apacible que entre
hombres. Y cuando se le contempla como ido, pero sin duda atravesado por
añoranzas de la paz de su soledad, nos damos cuenta de que la vida en la que
los hechos le han vuelto afortunadamente a introducir, sentimos hacia él la
ternura que produce haber despertado a un hijo pequeño de un bello sueño.
La aplicación a nuestra vida es la de que no podemos decidir que
la aspereza de la sociedad que nutrimos tan llena de pretensiones, envidias,
rivalidades, odios, imposiciones sea el modelo para nosotros y para nuestros
hijos. No podremos evadirnos, pero sí forjar en nuestra conciencia la decisión
de mantenernos en la nobleza moral a la estamos destinados.
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