A este
precioso mono con cabeza de león y uñas de plantígrado, con las que se abraza a
un dedo humano, lo llaman en la seria lista zoológica de congéneres, Cebuella pigmaea. Pero sus amigos de la
Amazonia, donde vive, le llaman, por ejemplo, y con más confianza, tití pigmeo, tití enano, mono de bolsillo, chichico,
mono de piel roja, tití león, mono leoncito, mono de bolsillo… No sé en China,
de donde procede la foto que vemos. Es un primate platirrino (siguen diciendo
los entendidos y seguimos aprendiendo los profanos) que es lo mismo que decir
que es chatito. Y lo sitúan en la familia de los callitriquidas. ¡Qué horror!: con lo fácil que es decir de pelo lindo, bonito. Porque así lo
tienen y así les gusta tenerlo. Son un poco presumidillos y cuidan mucho su
aspecto, ya que conviven en comunidades reducidas en las que desean presentarse
bien. Este de la foto, nos dicen, mide 12 centímetros, que suele ser una talla
bastante corriente, aunque algunos llegan a 15. Y a todo esto hay que añadir
que su especie está en camino de extinción.
Produce dolor saber que hay animales, como el tití enano, que
van a dejar de existir porque encuentran dificultad en reproducirse, les falta
la tranquilidad que necesitan para desarrollarse y vivir, se los busca para
convertirlos en mascotas, se les priva de su aire o se les hace difícil la
soledad en que progresan de acuerdo con su naturaleza.
¿No pasa algo parecido con nuestros hijos? Algo parecido,
pero aproximado, porque hay hogares en los que no se tiene en cuenta la
fragilidad de los sentimientos de los hijos: el desconcierto ante la conducta
de sus padres porque exigen lo que ellos no cumplen; la necesidad de afecto sin
lograrlo porque no hay entre los esposos la cordialidad que están esperando y
deseando y que no aparece nunca; la serenidad que solo se asimila cuando es el
tono constante en que debiera transcurrir la vida familiar. Hay hijos que dudan
de que sus padres los quieran. Porque se sienten perseguidos o porque si no
constatan que los padres se quieren de verdad deducen que, con mayor razón, no
los quieren tampoco a ellos. Consideran que son un estorbo para sus padres
porque se sienten tratados como un estorbo.
Hay padres que no saben que sus hijos piensan y sienten cosas que nunca se atreverían a manifestar, porque les cabe el miedo de que no serían comprendidos o aceptados.
Hay padres que no saben que sus hijos piensan y sienten cosas que nunca se atreverían a manifestar, porque les cabe el miedo de que no serían comprendidos o aceptados.
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