martes, 12 de julio de 2016

Como una cabra.

Seguí con mucha atención una conferencia didáctica y creativa (con ánimo de despertar la creatividad en sus oyentes) de Thomas Thwaites, diseñador gráfico inglés. Explicaba cómo, recurriendo a la fuente de las cosas, uno mismo puede hacer lo que la industria nos ofrece. Recurrió a una mina de hierro para obtener ese metal, obtuvo plástico maleable para adaptarlo a su máquina y consiguió cobre para diversas partes y funciones del microondas que iba construyendo. Cuando, terminado todo, lo enchufó, se le quemó totalmente. No le habían permitido obtener de una Hevea Brasiliensis, el caucho necesario para aislar los cables del enchufe.
Este pensador de 34 años, cansado “de ser un ser consciente de sí mismo y capaz de arrepentirse del pasado y preocuparse sobre el futuro” (son afirmaciones suyas) y viendo al perro de un amigo “feliz, feliz de estar vivo”, decidió compartir con unas cabras tres días de experiencia caprina. Se hizo un disfraz, unos suplementos para las manos y ¡hala, al monte! Parece que se sometió a un tratamiento craneal para estar callado ese tiempo, pero renunció a la implantación de un estomago apto para digerir hierba. Y como la cabra tira al monte, subió con ellas hasta donde ellas quisieron. “Fui capaz de seguirlas alrededor de un kilómetro en esta migración – afirmaba al final de la experiencia -, pero después comenzaron a ir cuesta abajo y sencillamente me abandonaron entre el polvo. Así que pasé el resto del día tratando de alcanzarlas y cuando por fin lo logré llegué a un sitio bastante bonito, donde el pasto era muy suave”.
Como ves, querido lector, Thomas Thwaites, es un estupendo caricato. Pero, además de hacernos, cuando menos, sonreír, despierta en nosotros preguntas muy serias, aunque vengan envueltas en cables de cobre sin aislante y pezuñas sospechosas de cabra.
¿No vivimos demasiado encadenados al siempre igual que aprendimos de niños? ¿No dependemos de los esquemas de la tecnología hasta el punto de dejar de ser nosotros mismos? ¿Hemos intentado el ejercicio de meternos en el pellejo de otros para conocer, sentir y reaccionar tras una experiencia que nos puede hacer más comprensivos, más compasivos, más grandes de corazón, mejores?

jueves, 7 de julio de 2016

Castigar?

Yamato Tanóoaka apareció una semana más tarde. Perdonó a su padre por haberle castigado dejándolo en la carretera y prometió portarse bien en adelante. A los siete años debe de ser arriesgado caminar unos cuantos kilómetros hacia Nanae-cho sin saber nada del lugar. Y sin saber ni haberse encontrado por aquellos parajes con osos salvajes, como se decía al dar la noticia.
Supo después, seguramente, que se le había buscado afanosa y sistemáticamente pero en dirección errónea.
Pasado el susto y vuelto al abrazo paterno, se nos vienen muchas preguntas a la cabeza. Empecemos por la más espontánea: ¿Le habrá castigado el abuelo del niño al padre por haber perdido al nieto? (¿perdido o abandonado?). ¿Habrán dormido padre y madre alguna noche de las que mediaron hasta el encuentro? ¿Qué habrán revuelto en su cabeza y en su corazón durante el obligado insomnio? ¿Existirá alguna mediación legal para hechos como el presente? ¿Le habrá pedido perdón el padre al hijo por haberse pasado de justo? ¿Sentirá el padre que, de verdad, fue justo y si lo cree así, en qué grado practicó la justicia? ¿Tiraba el niño piedras a los coches y viandantes? ¿Llevaba en el coche repuesto de piedras? ¿Conducía el padre el coche o tenía conciencia de que estaba conduciendo algo más?          
Para un padre o una madre o un maestro o una profesora es un problema esto de la administración de castigos. 
Si castigar es, como se dice y parece correcto, hacer bueno, ¿estamos seguros de que el castigo hace bueno al que lo recibe y es bueno el que lo impone? Porque si no es bueno el que lo impone ¿tiene derecho y fuerza para imponérselo al que, como él, necesita hacerse bueno? El primer sentimiento del que recibe un castigo es un insulto callado al que le castiga. Y probablemente el insulto, mire usted por dónde, es acertado y justo.
El único modo de castigar, es decir, de hacer bueno, de educar, es amar. Don Bosco decía que la educación es cosa del corazón. El no empezó proponiéndose educar. Nació, creció y se hizo grande amando. Y excluyó de su camino de padre al que no era capaz de sentirse hijo, es decir, de sentir que era amado. Cuando se decía - y se sigue diciendo - que el admitía en su casa, en su “oratorio” a todos, se afirma que lo hacía a todos los que eran capaces de sentirse amados. Porque en su casa, en su “oratorio”, se dispensaba como alimento de vida el amor.

sábado, 2 de julio de 2016

Infinity...

La naviera americana Celebrity Cruises pasea por los anchos mares del mundo sus buques, remozados y aumentados en número poco a poco. Tal vez  los conozcas. Su flota, formada por Millennium, Summit, Constellation, Infinity…, viaja por el Caribe, Florida, Bermudas, Nueva Inglaterra, Canadá, Galápagos, Alaska... Y programa ampliar sus destinos ofreciendo a bordo todas las comodidades y atractivos posibles en estos gigantes de los océanos.
No hace mucho una de estas naves, la Infinity, de 292 metros de larga (eslora, dicen los entendidos y aficionados de la noble esfera de la navegación), tuvo un pequeño incidente en el puerto de Ketchikan de Alaska: se incrustó levemente de costado en el muelle y abatió parte del mismo. Y ella quedó dañada en su casco y en parte de su interior. Con una noche más en el puerto se repuso de su embestida con un leve coste de tres millones de dólares, dicen los gacetilleros, sin que hubiese heridos y otros males que lamentar y seguir lamentando. ¿Te acuerdas del Costa Concordia?        
¿Nos enfrentamos en el mar de la vida, nosotros y nuestros grumetes, con la mayor certeza de que no vamos a quebrar nuestro proyecto con un acceso equivocado a lo que se nos presenta como meta segura de atraque? ¿Nos fiamos, porque somos listos, fuertes y decididos, de nuestra sabiduría y de nuestro dominio de la preciosa nave que creemos ser (¡y lo somos, pero…!) y de los mares por donde se mueve y se va a mover? 
Hace poco escuchaba las razones sinrazón del padre de un muchacho que había roto su vida en la sentina de la droga. Y al escucharle se me ocurrían muchas preguntas que haces muchas veces ante la idiotez de un padre atolondrado que educa dando, concediendo, transigiendo y abandonando el mando de la propia nave y de la de su hijo y acaba llorando el fracaso más triste de su vida.

lunes, 27 de junio de 2016

Catequesis en Alepo.

El 22 de Mayo fue domingo. En el Oratorio salesiano de Alepo terminó el año catequístico de este curso. Pudieron reunirse casi un mes después de la suspensión de actividades debida al conflicto. Don Pier Jabloyan decía: “Aquí Don Bosco está todavía vivo y trabaja con los jóvenes y para los jóvenes. Tratamos de transmitir a estos muchachos el espíritu de Don Bosco, el espíritu de familia. Es lo que intentamos hacer en estos tiempos de guerra”.
Como son tantos y la foto es tan pequeña, tal vez no llegas a advertir algo que llama la atención y alienta el alma: sonríen felices.
Contra guerra cabe de nuevo la guerra. En los conflictos se suele intervenir acreciendo el conflicto o despertando otro. Pero en medio de la guerra hay quien es capaz de mantener el espíritu despierto para el bien, aunque esté herido en lo más hondo. Don Pier Jabloyan, lo acabamos de leer, lo explica así: “Aquí Don Bosco está todavía vivo y trabaja con los jóvenes y para los jóvenes. Don Bosco mantiene vivo el espíritu de familia. Donde hay familia hay unidad, cariño, esperanza, tesón, amor… porque se ha abierto la puerta al único que puede dar todo eso: Cristo, el Hijo, el Testigo fiel del amor del Padre. 

miércoles, 22 de junio de 2016

Aborto.

En Libertad Digital, hace cosa de un año (25 de agosto de 2015) se publicaban estos versos de Fray Josepho. Sin duda los conoces, pero te hará bien leerlos de nuevo. Si no los leíste, encontrarás en ellos la lógica que hace bien al pensar, discernir y decidir.
He suprimido el guion que precede a cada intervención de los dos amigos que se hablan, pero figuran, como ves, en tipo distinto sus preguntas y afirmaciones.
Bastan por sí solos para nuestro intento, no en la defensa de la tradición, sino en la del ser humano.
¿Prohibirías los toros? Sin duda alguna, sí.
¿Por qué quieres prohibirlos, si me gustan a mí?
Porque matan al toro, sin ninguna razón.
Pues no te comas ese bocata de jamón.
Perdona, no es lo mismo. Te ruego que concretes.
Al toro lo torean. ¡También lo hacen filetes!
Lo malo es que se haga por diversión y fiesta.
¿La diversión es mala? ¿Acaso te molesta?
Me molesta que el público disfrute con la muerte.
Oye, pues tú no vayas, si eso no te divierte.
¡Jamás hay diversión si un ser vivo se inmola!
¿Te fastidia tal vez porque es fiesta española?
El toro sufre mucho por culpa del torero.
¿Y la vaca disfruta cuando va al matadero?
Muere un ser indefenso, y eso es lo que deploro.
¿Indefenso? Perdona. Ponte enfrente de un toro…
El torero va armado. No aguanto que se queje.
¿Y el feto, en un aborto? ¿A ese quién lo protege?
El aborto es distinto. Decide la mujer.
Pero el feto está vivo. Y también es un ser.
Si me sales con esas, ya el debate lo corto.
¿Te asquean las corridas y te mola el aborto?

viernes, 17 de junio de 2016

Suricatos.

O suricatas, ya que su nombre científico es suricata suricatta (¡un respeto!). Viven en el Sur de África (Namibia, Botsuana -desierto de Kalahari-) y, aburridas, en algunos zoos. Es una mangosta, la más pequeña, prima hermana de la garduña, conocida entre nosotros. Se asocian en grandes grupos, en los que solo una pareja suele ser la que reproduce, mientras que los demás componentes se resignan a colaborar alimentando a las crías. Las hembras son agresivas entre sí para mantener o lograr el papel de madre. Y lo hacen engordando. Los machos dejan el grupo cuando están en condición de ser dominantes y buscan serlo en otro grupo. Son muy sociales y juegan y fingen luchar y perseguirse, especialmente las  crías.
No es que sean un ejemplo para nosotros, pero la tentación de poder más para mandar más es parecida. Nos cuesta ser parte de un todo y tendemos a sobresalir, a que se nos haga caso, a que nos den una prebenda en la que logremos que se nos tenga en cuenta o podamos gobernar nuestro corralito. A lo mejor no nos atrevemos a decir la última palabra y nos resignamos a decir la penúltima  o no decir ninguna. O a lo mejor tenemos siempre alguna palabra que decir y nos gusta, no solo que se nos oiga, sino que, si es posible,  nos sigan. 
Son admirables esas mujeres y hombres de pocas palabras pero de mucha entrega, de entrega generosa, de entrega generosa. Parece que no vale la pena fijarse en ellos. Hay quien los tiene, tal vez, por puros peones. Pero el que no avancen a caballo no significa que no sean quienes mejor construyen, más luchan, más aportan… En realidad son más.

domingo, 12 de junio de 2016

Laura.

Hace unas semanas (estoy seguro de que lo leíste), en el partido de dieciseisavos de final del Campeonato de Europa de bádminton en Francia para optar a los juegos de Río, jugaban la húngara Laura Sarosi y la alemana Karin Schnaase. A esta se le desprendió la suela de una zapatilla y se quedó a punto de quedar descalificada porque en su bolsa no tenía repuesto. “A punto”… porque la húngara, en vez de cantar su victoria al no poder seguir en el juego su oponente, sacó el par de zapatillas que llevaba en su repuesto y se las dio a Karin que calzaba el mismo número. El partido continuó obteniendo la victoria la recalzada por 21-18.
En la página web en la que se piden firmas para obtener en favor de Laura una invitación especial del COI para Río, se lee, por ejemplo: "La húngara le ofreció sus zapatillas con una sonrisa, como si fuera la cosa más natural del mundo". "Y para Laura era, por supuesto, la cosa más natural del mundo y la esencia de la gran comunidad del bádminton". Lo que hizo Sarosi "verdaderamente abraza la cultura y el espíritu olímpico que en las dos últimas décadas ha sido enterrado a causa de su excesiva comercialización".
Estoy seguro de que cada uno de nosotros siente y cuenta o guarda sus sentimientos a propósito de esta joven húngara. Me permito callarme los míos pero, al mismo tiempo, escribir algo de lo pobre que me viene a mi mente de poblador de la generalidad de los pensantes (el pensamiento de los que ocupan la excepcionalidad se encarna en papeles más altos).     
En la vida del día a día, en la calle, en los  espectáculos, en el lugar de trabajo, en las tertulias de toda especie y número, en cada momento y a toda hora se oyen estas expresiones, manifestación del corazón: «Allá ella». «Ya sabrá arreglarse», «Me alegro», «Se lo ha ganado», «Bien merecido lo tiene», «Había que cortarle los humos», «Se lo ha buscado», «Que se aguante», «Se le acabaron las ínfulas», «Si se veía venir»… Y muchas más expresiones menos “pulidas»” que estas.
Son fruto del corazón, es decir, de los sentimientos que tenemos y engordamos hacia los demás. Porque en el fondo (del corazón, ¡claro!) hay un cocedero continuo de envidias, revanchas, suspicacias, deseos de venganza, impotencia, vagancia, asechanzas reprimidas… y hasta odio.
Es triste que este fenómeno exista. Más triste que se justifique, que se propale, que se vierta en otros corazones, especialmente cuando esos corazones están en los primeros trajines para amueblarse. 

martes, 7 de junio de 2016

Horror Vacui

Aristóteles, al que llamamos el estagirita (porque nació en Estagira de Calcídica, asomada al golfo Estrimónico del mar Egeo) hace ya 2.400 años escribió mucho. Dicen que más de doscientos tratados. De todo lo habido. En su Física, uno de esos tratados, afirmaba que “la naturaleza aborrece el vacío”. Como la afirmación es atrevida y hasta un tanto ambigua, han dicho lo mismo o lo contrario otros pensadores de todo tiempo y espacio. Escribió también De lineis insecabilibus, que rozaba un poco el tema. E insistía en que la belleza es unidad de partes si está dotada de táxis (correcta distribución), symmetría (correcta proporción) y to horisménon (contención: ni grande ni chica, que no se salga de los márgenes).
Hay quien dice que la expresión latina que encabeza este escrito, muy aristotélica, es de Mario Praz, un pensador italiano, que la empleó ante el ahogo que se sentía en las manifestaciones sociales de la era victoriana inglesa.
Yo me aventuro a atribuírsela, si no en la expresión, sí en sus preceptos, a Marco Vitruvio Polión, arquitecto, escritor, ingeniero y tratadista romano del siglo I aC. Escribió, inspirado en los griegos, diez libros De Architectura. De él se conserva, en ruinas, excavadas en 1960, cerca de Pésaro, la basílica del Fanum Fortunae en honor de Augusto. Un modelo de elegancia y sencillez.
Observa la vida actual de grandes y chicos. Bien pudiera pensarse que los criterios de Aristóteles y de Vitruvio, maestros en todos los siglos, pudiesen aplicarse en muchas manifestaciones de nuestra vida, aunque no tengan que ver con la arquitectura. En construcciones suntuarias, en casas normales, en casas modestas, en jardines, en armarios, estanterías, mesitas, cocinas, cajones, bolsillos… el buen gusto, la sobriedad, la parsimonia, el ahorro, el sentido común, hasta la comodidad y la táxis, la symmetría y el to horisménon fallan porque falla el criterio sólido y práctico de la existencia. Tantas cosas inútiles, adquiridas por contagio (“porque lo tiene el vecino”), o por capricho (“… es tan bonito”), por puro gusto (“qué ganas tenía de hacerme con ello”), por orgullo (“para que se enteren”), por envidia (“no voy a ser manos”)… en el fondo, por impersonalidad (“no voy a ser el único que no…”). Es decir, porque no soy capaz de ser yo mismo y, porque presumiendo de libertad, me atan “los otros”.

jueves, 2 de junio de 2016

El "Maestro"

En el Museo de Bellas Artes de Sevilla respira un cuadro de José Villegas Cordero, sevillano (1844-1921), director en 1893 de la Academia Española de Bellas Artes en Roma y en 1901 del Museo del Prado. Su título es “La muerte del maestro”. En Baeza, el 21 de junio de 1889, se acabó la corrida (en beneficio del también sevillano Antonio Sánchez “el Tato”, mutilado unos años antes en otra corrida y en situación económica precaria) con la muerte del cordobés “Bocanegra”, es decir, Manuel Fuentes y Rodríguez, que yace ante todos, ellos y nosotros.
Villegas dedicó al recuerdo de aquella desgracia la triste y bellísima pintura en la que se empeñó desde 1893 hasta 1910. Sin duda contaba para esa dedicación dolorosa y prolongada el recuerdo de que la muerte del Bocanegra se dio al acudir él, que no estaba muy dotado para el toreo y un poco cecuciente entonces, ya mayor y entrado en peso, en ayuda del inexperto torero Hormigón. Una brutal cornada del cuarto de la tarde le alcanzó provocando su muerte al día siguiente. 
Hasta aquí la crónica. Y ahora la reflexión. Ante un cuadro podemos pasar un rato largo. La belleza de los representados, la grandeza del hecho concretado en la pintura, el acierto del color, el aire, la proporción, la vida… nos retienen. Confieso que he dedicado bastantes ratos a mirar este cuadro de Villegas. Se me ocurre pensar que es una meditación colectiva ante la muerte. Todos callan. Todos sienten el dolor por lo sucedido. Todos sucumben por la propia inutilidad ante un hecho que no tiene vuelta atrás. Tal vez los más cercanos al muerto y a su muerte en la arena se dicen: “¡Si yo me hubiese adelantado…!”. El que, agachado, a la izquierda, recoge la ropa de Manuel Fuentes piensa acaso: “¡Ya, ¿para qué?”. El que, en actitud de arrodillarse en la derecha del cuadro, se une a la acción del sacerdote, reza, sin duda: “¡Qué entre por la única Puerta Grande que lleva a la auténtica Gloria…!”.
Lo que imagino que pasa en ese duelo debiera ser más común en nuestra vida: “Me interesa el otro. Sufro con él o, al menos y mejor, por él”, “¡Ojalá hubiera hecho algo en su favor!”, “¿Por qué no le eché una mano?”. “Un quite oportuno no es tan difícil y puede convertirse en un triunfo del otro”.  

sábado, 28 de mayo de 2016

La Ghrelina.

No me digas que no es bonita la ghrelina. Sin duda la conoces, pero no sabías cómo era. Y yo tampoco. Pero me la presentaron hace unos días. Me explicaron que es, aproximadamente, un importante eslabón en nuestro crecimiento corporal. La sintetiza especialmente el estómago y ella se encarga de regular el metabolismo de la energía en nuestro cuerpo: en el hipotálamo (esa pequeña glándula que tenemos en el centro del cerebro) anima a unas neuronas de por allí para que estimulen nuestro apetito. La llaman por eso la “hormona del hambre”: aumenta cuando estamos más o menos en ayunas y disminuye una vez que hemos comido.
Me da miedo pensar en lo que piensa al leer esto, si lo lee, algún conocedor científico de este tema tan atractivo. Pero estoy seguro de que disculpará mi ignorancia y comprenderá la intención que me mueve a escribir esto.
Nuestra ghrelina tiene mucho trabajo: elimina los vasos sanguíneos que se han quedado flacuchos, produce la hormona del crecimiento GH, regula nuestro peso y apetito y la presión arterial, protege el corazón y organiza el camino que nos lleva a comer: atención, un cierto regusto antes de probar lo que se come, ganas de comer, comer y memoria de lo que se ha comido y memoria en general (ciertas drogas que afectan a  la memoria han afectado también a la ghrelina).
¿Lo aplicamos a la educación? Creemos que educamos. En realidad lo que hacemos es acompañar a nuestros jóvenes compañeros de viaje en su maravilloso proceso de crecer. Un niño, un joven se educa a sí mismo. Pero nuestro papel es indispensable. De nosotros debe recibir en la medida y ritmo oportunos, el estímulo para que entren con agrado, con decisión y entusiasmo en el progreso de ir haciendo de su valiosa personalidad (a veces frágil, a veces desorientada, a veces caprichosa, a veces testaruda…) un tesoro en su  vida y en la historia gracias a la transformación y crecimiento de la ghrelina que estimule en ellos la búsqueda de la mejor maduración.