sábado, 20 de agosto de 2011

Pandora.


Hesíodo nos regala, desde hace más de dos mil setecientos años, las aguas corrientes de los mitos que él bebía en el pasado. Entre ellos narra la extraña historia de Pandora, la primera mujer. Prometeo (cuyo nombre significa “previsión”) había robado el fuego de los dioses sin prever lo que le pasaría después. Zeus, airado, encargó a Hefesto, maestro de la forja, que hiciese una mujer encantadora, ¡Pandora ("¿regalo de todos?”, “¿regalo para todos?”), de tierra, blanda, atractiva, fecunda!, y se la entregase a Epimeteo, hermano de Prometeo, el ladrón del fuego. A Epimeteo (nombre que significa “que se da cuenta después”) le había advertido su hermano que no aceptase regalos de los dioses. Pero quedó tan prendado de un regalo como aquel (Afrodita la había hecho luminosa, Atenas le había enseñado a tejer, Hermes  la había dotado de astucia y falsedad, que no se notaban, y el mismo Hefesto la había adornado con una diadema cuajada de pequeñas y delicadas figuritas de animales) que no pudo resistirse. Pero es que, además, venía con una graciosa caja que, procediendo de los dioses, no podía ser sino una prueba más de su amistad. ¡Ya, ya!
No andaban los cantores de acuerdo en decir si la caja guardaba todas las malandanzas, que se escaparon por toda la tierra cuando Pandora abrió la caja (¡menos la Esperanza que, por esperar, quedó dentro!) o si lo que traía la caja eran todas las bienandanzas que se disiparon en la nada dejando la caja vacía.
Nos vale como imagen (realmente los mitos son la reconstrucción de la realidad humana aupada al escenario de nuestras expectativas) si aceptamos que el mundo está lleno de egoísmo, del Egoísmo, el único mal y el conjunto de todos los males.   
No hace falta ser un experto y honrado analista para comprobar que, en efecto, no hay mal que no sea padre, abuelo, sobrino o hijo del egoísmo. Decimos “honrado” porque vivimos gritando (creyendo que por decirlo más fuerte lo hacemos más verdadero),  que tal cosa no es egoísmo (es decir, que es amor) cuando sabemos de sobra en cada caso que eso que llamamos, gritando, amor no es sino autoerotismo, es decir, autocomplacencia o complacencia que nos seduce a nosotros cuando se la ofrecemos al vecino.      
Sólo el Amor sacia el hambre y la sed de felicidad del ser humano. Sólo el Amor hace desaparecer la peste del egocentrismo que nos encanija y nos autodestruye. Sólo el Amor se convierte en el dique que contiene el mar de las desgracias. ¡Ay si sólo hubiese Amor: no habría desgracias que contener!.

miércoles, 17 de agosto de 2011

El árbol del misterio.


Seguramente conoces el llamado “árbol del misterio”, un enebro que se ha convertido en emblema de Badger Springs, en Arizona, Estados Unidos. Desde hace dieciséis años tiene un comportamiento muy especial: a pesar de que en su cercano entorno se han producido fuegos que han acabado con toda la vegetación, él ha quedado intacto. No es un milagro. Pero yo creo que ni si quiera un misterio. Sí es, sin duda, un árbol especialmente dotado. En el verano de 2008 un incendio arrasó mil hectáreas del precioso pueblo segoviano de Moral de Hornuez, desapareciendo su enebral, el mayor de Europa. Hay árboles, por ejemplo los eucaliptos, que están especialmente dotados para soportar fuegos que arrasan otras especies. Y eso pasa con los hombres.
He tenido ocasión de calar un poco en el alma de unos cuantos jóvenes que pasaban hacia el llamado JMJ. La conclusión de mi “análisis” es la de que son jóvenes normales, natural y sobrenaturalmente dotados para seguir floreciendo en un ambiente social no especialmente favorable para que crezca y madure el espíritu.   
Hablando con algunos jóvenes (exagero un poco, pero no mucho) se producen diálogos como éste: - ¿Qué aficiones tienes? – Mmmm. - ¿Haces deporte? – Mmmm.
-¿Qué tal te llevas con tus amigos? – Mmmm. - ¿Cuál es tu mayor ilusión? – Mmmm.
- ¿Qué autores preferidos tienes en tus lecturas? – Mmmm. - ¿A qué dedicas el tiempo libre? – Al ordenador.   
Es el autorretrato de un joven, seguramente bien construido, pero con muchos pisos vacíos. Es el retrato de muchos jóvenes que ante un incendio y agarrados a su nicho pretendidamente seguro de su tierra familiar no van a aguantar ni el viento ni el fuego ni las responsabilidades de la vida, de una preparación seria para el futuro, de una profesión, de un matrimonio o coyunda, de una felicidad a la que están llamados y necesitan, pero que creen que se saca en una rifa.  
Los jóvenes a los que me refería al principio, de unos 20 años, manifestaban que todos sus pisos están bien amueblados: gozan con la amistad que cultivan con generosidad, trabajan o estudian con ilusión, son optimistas y animosos, no dan importancia a algunas privaciones o fastidios del camino, necesitan sentido para su vida en la atención y  servicio a los demás, tienen como referencia para su felicidad a Cristo lleno de amor en la cruz.
No hace falta que, como los habitantes de Badger Springs a su árbol, les colguemos banderitas en las fiestas de Navidad y Acción de Gracias. No sólo porque no las necesitan. Sino porque no dan importancia a ser normales, a tener familias normales que amueblan todos los pisos de sus vidas con los valores que los hacen incombustibles ante el fuego.

sábado, 13 de agosto de 2011

Un gigante.

Desde hace tres meses miramos al que fue Papa Juan Pablo II como beato. El Papa actual, Benedicto XVI, añadió del pasado 1º de mayo ese título con el que la Iglesia católica reconoce su santidad, a los que ya tenía en vida, conocidos por todos. Uno de ellos fue el de Grande, Magno. No hace falta recordar su vida ni sus actos para aceptar ese calificativo como sumamente adecuado a su persona, a su servicio a Cristo y a su historia.
Cuando en el primer aniversario de su muerte, el 2 de abril de 2006, el Papa Benedicto XVI se preguntaba: “¿Cuál es el legado de este gran Papa…? Su herencia es inmensa, pero el mensaje de su larguísimo pontificado se puede muy bien resumir en las palabras con que quiso inaugurarlo aquí, en la Plaza de San Pedro, el 22 de octubre de 1978: «Abrid, más aún, abrid de par en par las puertas a Cristo»”.
La cercanía de tantas personas a él en sus últimos días, en sus últimas horas, estuvo llena de pena y de cariño. Se iba. Era irremediable. Su alta torre de pregonero de Cristo se abatía. Y sus últimas palabras, en polaco, fueron: «Dejadme que me vaya a la casa del Padre». Es decir, las mismas de la inauguración de su pontificado: «Dejad que se abran las puertas, dejad que Cristo, la Puerta, el Buen Pastor y el Camino hacia el Padre, me tome en sus manos».    
Cuando una personalidad que preside una institución decae notablemente por su debilidad física, aparecen siempre agoreros con alma de buitre que esperan, desean, invocan a la muerte para que vengan otros a quien poder seguir mordiendo.
También se dio (lo sabes por los medios de comunicación) con nuestro Beato: “Que pongan a otro!” “¿A qué espera para renunciar?” “¡Vacío de poder!”… Es verdad que hay “gobiernos” que requieren toda la entereza de la vida. Pero hay otros que consisten precisamente en gobernar muriendo, amando. Uno de ellos es el de la paternidad.
Si Juan Pablo II invitó a abrir las puertas de par en par a Cristo, es justo creer que él lo hizo así. Y que cuando Cristo le llegó clavado en la cruz, se apresuró a ofrecerse para ser cirineo suyo, llevar su propia cruz, aceptar morir clavado como Él, con Él. Ese fue el supremo gesto de gobierno, el único cristianamente eficaz, porque el seguimiento hasta el final de Jesús no podía hacerse sin acabar, como Él, ofreciendo su vida en el dolor.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Chiara Amirante.


Conocí a Chiara Amirante hace catorce años. Cuando nos hablaba de su experiencia personal y de fundadora tenía unos 32 años y había fundado ya la Comunidad Nuovi Orizzonti. Once años antes estudiaba en la Universidad La Sapienza de Roma, ciudad en la que había nacido en 1966, cuando le diagnosticaron una ceguera para la que no había solución. Ofreció a Dios su vida si le concedía la vista y poder así servirlo. Al día siguiente se encontró curada.
Y pensó que en la Estación Termini de su ciudad podía dar con las personas a las que se sintió llamada a servir. Una drogadicta, a la que albergó aquella noche en su casa con susto por parte de su madre, y otra más al día siguiente, fueron las primeras piedras vivas de su obra que nacía de un modo casi espontáneo. Muchachas (y más tarde muchachos) con problemas de drogodependencia, alcohólicas, prostitutas, enfermas de SIDA, recién salidas de la cárcel…. Fueron engrosando una familia muy peculiar marginados sociales, especialmente jóvenes, que encontraban cariño y guía para poder mirar el sol. La Comunidad Nuevos Horizontes tiene un programa pedagógico rehabilitador propio con el que se empeñan y logran en muchos casos la reconstrucción integral de la persona uniendo la dimensión psicológica a la espiritual y humana. 
Dieciocho años más tarde cuenta con unos 20.000 colaboradores, miles de simpatizantes y más de 150.000 Caballeros de la luz que realizan diferentes acciones para la evangelización de la calle. Y, como corresponde a su espíritu, se han constituido más de 500 grupos de oración.
En el Evangelio de Juan encuentra el faro para su entrega en la noche de tantos ciegos de amor: «Como el Padre me amó yo también os he amado a vosotros. Permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he dicho esto para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea colmado. Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado». Y con esa luz experimentó la plenitud de la alegría en el sufrimiento y decidió llevarla a todos los desesperados. El Arte de Amar es su camino. Algunos de los “convertidos” han querido formar parte del núcleo animador de la obra con promesas de pobreza, castidad, obediencia y alegría.
En 1996 puso en marcha el proyecto Ciudadela Cielo, del que hoy hay cinco centros de ese carácter en Italia, Brasil y Bosnia Erzegovina. Además de 142 centros de acogida, formación y orientación; 101 centros de servicios para la Prevención y Sensibilización, Comunicación y sus medios, Espectáculo y animación, Formación, Promoción de la Cultura, Editorial, Servicios Sociales y Cooperación Internacional, Economía y Trabajo, Expresiones artísticas, Espiritualidad y oración.
Hoy Nuovi Orizzonti es una Asociación internacional privada de fieles de derecho pontificio.
¿Cómo es posible todo esto? Jesús lo anunció: «He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido!». Chiara se dejó encender.

domingo, 7 de agosto de 2011

Tortuga con dos cabezas.


De izquierda a derecha: Magda y Lena

La teratología estudia las anomalías de los seres vivos. Por ejemplo, el caso de una tortuga con dos cabezas que me impresionó siendo yo jovencito. ¡Pobre animalito! debí pensar. Porque así lo sentí. Porque la noticia completa era que después de algunas semanas o hasta algún mes de vida aparentemente normal, se murió. No recuerdo si la noticia aclaraba que la culpa la tuvo la cabeza derecha o la izquierda o las dos o ninguna, porque la tuvo el hígado, por ejemplo. Pero el hecho, triste, fue que se murió.   
Ahora cuentan los medios que hace pocos meses nació “una tortuga bicéfala y con cinco patas” en un parque zoológico de Eslovaquia. Y añaden que “tiene dos cerebros conectados al mismo sistema nervioso” y que “los gestores del zoo han llamado Magda y Lena” al animalito (supongo que cuando tienen prisa para decirle[s] algo dirán sin pararse “Magdalena” y se darán las dos por aludidas). Es un consuelo saber por los mismos medios que ha habido “tortugas espueladas (así se llaman, por lo leído) que han llegado a los 50 años con un tamaño de 90 cm de largo y 70 kilos de peso”. Conocí una con esas dimensiones, o más, en África, aunque no era espuelada ni me pudo decir su edad. Devoraba unas enormes hojas de una planta, sin duda sabrosa, y no me hizo caso.   
Cosas como éstas hacen pensar mucho, al menos a mí. Y preguntarse algunas cosas. Por ejemplo: ¿Se puede dar un fenómeno como ese, metafóricamente hablando, en una persona, en una institución, en una familia? ¿Puede subsistir una asociación en la que los pareceres sean tan distintos como lo son dos cabezas? ¿Puede producir, crecer y prosperar una empresa en la que no se comparten las mismas estrategias de funcionamiento? ¿Es oportuna la puesta en marcha de un proyecto si los que concurren a hacerlo realidad no aceptan la alta dirección de una cabeza? ¿Pueden vivir juntas dos personas que no entienden que la vida en común es un ejercicio continuo, total y vital de aportar, contribuir, co-laborar, conllevar, ofrecer, entregar y entregarse? ¿Creen poder educar una mujer y un hombre que han engendrado vidas para la historia si no viven en un amoroso pacto de coincidencia?            
Si Jesús nos enseña a darnos cuenta de que un reino dividido viene asolado y una casa contra sí misma cae, debemos percibir el desconcierto primero y el desprecio de la autoridad después en los hijos, aun desde muy pequeños, cuando ven la división entre sus padres. No hay agresión más fuerte contra su débil seguridad (¡que los niños, los adolescentes, los jóvenes y… sufren de una profunda inseguridad!) que el choque entre los proyectos que defienden sus padres.

jueves, 4 de agosto de 2011

Sí... No...


Releyendo los conocidos versos de La nacencia, de Luis Chamizo (1894-1945), con los que cuenta su angustia ante el parto inminente de su mujer a la que lleva en burro: irse a buscar al médico y dejarla sola o quedarse con ella sin saber lo que debe hacer
¡Dirme, dejala sola...
dejala yo a ella sola com'un perro,
en metá de la jesa,
a una legua del pueblo...
eso no!...
¡No tengo juerzas pa dejala sola...
pero yo de qué sirvo si me queo!,

considero de qué modo la incertidumbre teje nuestra vida. Y, desde luego, haya o no haya dudas, es el ejercicio de decidir el que, sin que nos demos cuenta, más  asiduamente practicamos. Fuera de que nuestros pulmones respiren y nuestro corazón lance sus latidos, casi todo el resto es fruto de una decisión nuestra, consciente la mayor parte de las veces o inconsciente. Un paso, mil pasos, despacio, aprisa, mirar alrededor, mirar al cielo…
Ese tejido de decisiones, enmarañado como una constelación, es la oficina desde la que se produce nuestro progreso. O regreso. Porque algunas veces las decisiones, precipitadas e inmaduras, rebeldes o sumisas, hijas del genio o del puro gusto, engendran en el fondo de nuestro ánimo una desazón que es, cuando menos, difícil de disipar. Se suman las decepciones y sentimos el fracaso. Comprobamos el acierto y, aunque nos haya costado sudor, disfrutamos la victoria: más por la victoria que de la misma victoria.
Lo que es cardinal en nuestra propia vida debe serlo también en el programa que seguimos al educar a nuestros hijos. El maravilloso instinto animal hace que desde que nacemos busquemos satisfacer nuestras necesidades. Y nuestros gustos. Por eso nuestro sabio papel de forjadores de personalidades debe movernos con tiento para hacer comprender que el puro instinto no puede convertirse en el árbitro de las decisiones. Nuestra casta de seres sociales debe tener en cuenta esa privilegiada situación con sus condiciones para que el choque con la vida no sea un castigo ni para nuestros hijos cuando empiecen a navegar ni para la barca del vecino.

lunes, 1 de agosto de 2011

Mi nombre.

Si te asomas al mapa de este mundo tan pequeño en el lugar en que crecen las ciudades en forma de palmeras tendidas en el mar, puedes ver un montón de islitas, muy cercanas unas a otras, en los Emiratos Árabes. 
Una de ellas, Al-Futaisi, es propiedad de un jeque, Hamad Bin Hamdan Al Nahyan. Y ha tenido el gusto de que su nombre (sólo HAMAD: todo no cabría) aparezca bien claro a los ojos del espectador. Espectador desde un satélite o espectador de alguna de las fotos hechas desde esos incansables vigilantes de la mañana. Las letras son canales excavados en la arena. Las dos primeras, HA, como bien puedes ver, son navegables porque están comunicadas con el mar. La superficie que ocupan las cinco letras de su nombre es de tres kilómetros cuadrados: 3 x 1 km2. 
El jeque tiene muchas cosas más. Pero para verlas (como son más pequeñas) debes hacer un viaje y llegarte hasta su museo-pirámide, donde lucen, por ejemplo, sus 200 automóviles, siempre a punto para ser contemplados.         
Es inexplicable la poca atención que prestamos a nuestro ego. No es que te proponga soluciones como la anterior. Pero sí que eches un vistazo a cómo te ves y te preocupes menos de cómo te ven. Cada uno de nosotros es la ejecución vital de un proyecto que viene de lo alto, queramos o no queramos, creamos o no creamos. Nuestros padres, primero, con todos los que han mariposeado alrededor de nuestra vida, y nosotros más tarde, hemos puesto las manos en esta pasta de la que está saliendo (¡esto nunca se acaba: siempre cabe seguir modelando!) la obra de arte que estamos destinados a ser. Nuestros padres nos ayudaron a comprender que éramos noble barro y contribuyeron acertadamente a modelar rasgos ejemplares. O nos hundieron porque nos dijeron que de aquel lodo no llegaría nunca a salir algo que mereciese la pena. Y se lo creímos. Pero, si hubiese sido así, estamos o hemos estado equivocados. Porque, en guardia para oír qué dicen los otros de nosotros, perdemos la oportunidad de vernos como somos. Y dejamos de continuar la silenciosa, inacabable, a veces dura y exigente, misteriosa, maravillosa tarea de labrarnos como el Creador de todas las cosas nos ha pensado.

jueves, 28 de julio de 2011

¿En qué nos bañamos?

En esta Europa nuestra de nuestro bienestar hay una playa ante la que se puede leer en letras grandes: PROHIBIDO BAÑARSE. PELIGRO DE TIFUS. Cuando, guiados por el olor, llegamos a unos metros de ella, encontramos el motivo de la prohibición en letra más pequeña. Y como la letra es abundante, aquí van sólo algunas frases que dicen casi todo: 
«La prohibición de bañarse tiene como finalidad prevenir e impedir que se ponga en peligro la salud de las personas por la presencia de descargas cloacales en las aguas marinas y de los correspondientes desechos orgánicos… Las concentraciones masivas de bacterias fecales con numerosos microorganismos patógenos producen tifus, salmonella, hepatitis y otras enfermedades infecciosas».
No es agradable la descripción de lo que nuestros ojos podrían ver después. O nuestra imaginación fantasear. Pero seguramente la realidad supera la fantasía.  En la realidad está – y esto es lo grave - que allí hay gente que se baña, que se tiende en la arena para tomar el sol, que se come su bocadillo de media mañana, que… Eso es lo que escribe el periodista que hace la denuncia. Y nosotros quedamos con el desagrado de que el progreso haya podido llegar a ser eso.  
¿En qué nos bañamos? Porque del agua sucia podemos de algún modo librarnos. Nos limpiamos con una buena friega de gel. Los poros quedan más o menos limpios y podemos añadir algún desinfectante.
Pero vivimos sin darnos cuenta del mal que nos empapa por tantas vías en el mundo loco de la comunicación. Bañamos nuestro espíritu y lo empapamos de bacterias, virus, gases asfixiantes, aguas fecales de la conciencia, productos deformados del criterio (“¿Qué más da?”), posturas de relativización de la conducta (“¡Pues a mí me parece muy bien!”), masificación y mimetismo que despersonalizan (“Lo hacen todos”)…
Y lo peor es que ciertas fuentes de esa alimentación las tenemos en casa, al alcance de un ratón, como remedio para obtener que nuestros hijos nos dejen en paz. La enfermedad se manifiesta cuando nos damos cuenta de su vagancia, de su insensibilidad de conciencia, de que carecen de horizontes, de aspiraciones, de independencia, de sana y robusta personalidad. Y que la comunicación con ellos se hace más rara, más difícil, más triste: se han convertido en huéspedes en el propio hogar.