Educar no es fácil. Si encontramos en la clase, en la calle, en el patio de
un centro escolar, en el metro, en una acera, o... en nuestra propia casa jóvenes
que, evidentemente, no son educados o, más propiamente, no están educados,
podemos deducir que a sus padres y educadores les resultó difícil educarlos. Y
lo lograron a medias. O no lo lograron.
En cambio, muchachos que, tal vez, no conocieron a sus padres ni tuvieron
educadores en su infancia en lugares impensados, tal vez se acerquen a nosotros
con el aplomo de una persona madura, de un acompañante fiel. ¿Por qué? Han
tenido cerca la experiencia de un ambiente, de unos amigos sinceros que
desplegaron junto a él la vivencia de “razón, religión y cariño” que, según Don
Bosco, constituyen el tesoro de una “buena” educación.
Así lo vivió él. Y en marzo de 1877 creyó oportuno manifestarlo a los que
tenían interés en conocer el secreto de su “sistema educativo”, publicándolo en
un precioso folleto: “El Sistema
Preventivo en la educación de los jóvenes”.
Era, en cierta extensión, una novedad. Porque se consideraba muy
difusamente que la disciplina era el resorte más adecuado para hacer un hombre
de un muchacho. El dicho Avis, navis et
puer a puppa reguntur, o algo parecido y fácil de traducir, era un axioma
en la pedagogía de entonces.
¿Dónde está la clave del feliz resultado del “método” de Don Bosco? Un
adolescente, un muchacho (entendía Don Bosco) necesita la cercanía asidua, la
amistad sincera, la comprensión benévola de un amigo que engendra simpatía (palabra mágica si se ahonda en
su enjundia), presencia incondicional, seguridad en el camino. Porque un
adolescente en trance de educarse (que desea madurar positivamente en su
conducta, en sus relaciones con los demás, en la necesidad de inserirse en lo
plural que le rodea) siente soledad e inseguridad y la necesidad de estímulos,
de alguien cercano que le ayude a ser él mismo.
¿Por qué a veces no lo logramos? Porque nos cansamos, porque tenemos otras
cosas que hacer, porque ya le hemos dicho mil veces que…
Un buen educador crea un aire especial en el que el muchacho se sienta
crecer, ser él mismo, decidir, buscar y lograr metas nobles que le ennoblezcan.
Pero seguir junto a él (no estoy pensando, naturalmente, en una continua
permanencia física) durante el tiempo que dura esa búsqueda nos llega a cansar.
Sería bueno analizar si mi interés y mi afecto son sinceros y fuertes, son
generosos y optimistas para constatar que hemos acertado en nuestro
empeño.