Hace algunos meses pasó por la mente de algún privilegiado la idea de que estaría
bien montar un concierto “Big night out”,
ya sabes, en un zoo de Bristol.
Y acudieron algo así como 1400 personas. A los animales no se les invitó
porque ya estaban allí, en su casa. Triste casa la suya, es decir, la que les
habían asignado en la prisión.
Un miembro de la Asociación Captive
animals’ protection society grabó a los animales durante aquella
demostración “artística”. Se observa claramente un desacostumbrado movimiento
nervioso de los felinos de un lado para otro en su jaula. “Con un concierto
como este, entre la música y el ir y venir de la gente, es natural que los
animales sufran. No están acostumbrados a un guirigay semejante”.
En 2014 -se recuerda– hubo algo parecido en el zoo de Londres: uno de los
asistentes a aquel disparatado espectáculo musical, por ejemplo, echó un vaso
de cerveza sobre un tigre y otros intentaron tirarse al agua con los pingüinos.
El revuelo de los medios sociales de expresión logró con su justa y enérgica
protesta suspender para al futuro cualquier espectáculo como aquel.
Transigir no es una actitud noble, ni valiente, ni justa. Transigir es siempre una manifestación de debilidad, necedad y error. En nuestra noble misión educativa, en la que tratamos de proponer criterios, actitudes y actuaciones nobles, no cabe la más mínima concesión a la ordinariez, la chabacanería, la insolencia, la grosería… Cualquier debilidad de nuestra parte se convierte en permiso, concesión… e invitación al desorden.
Transigir no es una actitud noble, ni valiente, ni justa. Transigir es siempre una manifestación de debilidad, necedad y error. En nuestra noble misión educativa, en la que tratamos de proponer criterios, actitudes y actuaciones nobles, no cabe la más mínima concesión a la ordinariez, la chabacanería, la insolencia, la grosería… Cualquier debilidad de nuestra parte se convierte en permiso, concesión… e invitación al desorden.