Ese
es el nombre y esta la figura, en recreación bienintencionada, de un cuerpo
extraño que flota en el espacio. Los astrónomos, que saben de astros, no saben
si es una estrella un poco rara o un planeta joven y solitario que se ha
desprendido de su debido lugar y vaga por el espacio. Tampoco excluyen que sea
una enana marrón, de masa baja o de alta densidad metálica. Lo descubrieron en
2012 y andan pensando en ello, desde entonces, relativamente despistados,
porque el análisis espectroscópico da que hay en ella (o él) metano y agua.
La
universidad francesa Grenoble Alpes
supuso en un momento inicial que formaba parte del conjunto llamado AB Doradus de unas treinta estrellas que
parecen caminar juntas a su aire por el espacio. Pero AB Doradus es mucho más joven, de entre 50 y 120 millones de años,
que nuestra (o nuestro) CFBDSIR J214947.2-040308.9.
Me
he referido a este cuerpo atípico con un poco de zumba por dos razones: porque
no conozco ese mundo que nos contempla desde tan lejos; y, porque al enterarme
de la actitud de justificado despiste de los estudiosos ante este querido
cuerpo celestial, lo he comparado con el conocimiento que a veces tenemos de
nuestros muchachos.
Creemos
conocerlos, sabemos lo que les decimos, quedamos satisfechos porque nuestro
criterio nos parece acertado, oportuno y eficaz. Pero hay veces (o muchas veces
o siempre) en que no sabemos si nos escuchan, no sabemos lo que piensan al
oírnos, no sabemos si lo que les decimos les vale para algo y si lo que piensan
despierta en ellos reacciones de rechazo, aunque, como es natural, prefieran
dejarnos en la ignorancia sobre ello.
¿Dónde está el fallo? Para mi respetuoso
parecer, falla el diálogo. Diálogo que, como es fácil comprender, no es una
sucesión de dimes y diretes. Un diálogo constructivo se da, pienso, cuando hay
sintonía afectiva entre él y yo. Sólo si me quiere, si me aprecia, si soy algo
para él en la alta nube de la estima, habrá comunicación. Que no consistirá
siempre en darme la razón, pero sí y siempre en tenerme como el compañero de
camino en el que puede confiar, al que se puede recurrir, y cuyo hombro puede
servirle siempre de fiel y cálido descanso.