Cuando en el verano del año 79 d.C. el Vesubio se cargó todo
lo que pudo a su alrededor, lo hizo de forma diferente según las distancias.
Pompeya, como sabes, quedó arrasada por el fuego, el viento y las rocas. La
población de Herculano, un poco más cercana y hacia el Oeste, se vio invadida
por la lava que quedó como incrustada en ella. Basta pensar que sobre ese
enorme depósito de lava solidificada se empezó a construir, hacia el siglo X,
otra ciudad que se llamó Resina, o porque había un caserío con el nombre de
Risina o porque aparecía resina o
algo parecido en aquellos parajes. Pero con gran acierto volvió a llamarse
Ercolano en 1969.
Entre los hallazgos de su lenta excavación está la biblioteca
mejor conservada de la antigüedad, casi en su integridad. Sus papiros quedaron a salvo de la
erupción del Vesubio y son, después de tanto tiempo y de su rareza, un tesoro
arqueológico muy notable. La mayor parte son tratados de filosofía escritos en
griego. Pero… (es natural que haya “peros” después de tal catástrofe y tantos
siglos) no se pueden desenrollar. Se presentan sumamente frágiles de modo que
en el primer intento de hacerlo se dañó totalmente alguno de ellos. Por otra
parte su contenido nos ha llegado por otras manos y otros lugares.
De todos modos, cuando se quiso identificarlos y
clasificarlos se recurrió a una lectura por medio de rayos X. Y se pudo
constatar que la tinta usada, en contra de la idea de que la mezcla con hierro
en tinta no se dio hasta el año 420 d.C., la de los pergaminos romanos de
Herculano estaban escritos con una tinta hecha a base de negro de humo, la goma
que más tarde se llamó arábiga, y plomo.
Este largo preámbulo puede servir para una reflexión breve en dos líneas. El asombro sobre el fenómeno de la inventiva humana al servicio desde siempre de la ciencia y de la sabiduría. Y la veneración que debemos mantener, a pesar del torrente de instrumentos que nos ofrece hora a hora la técnica actual, por las enseñanzas que nos vienen desde muy atrás, pero que conforman nuestra actitud de solidaridad con el pasado que se convierte en el presente en escuela de solidez y pertinacia.
Este largo preámbulo puede servir para una reflexión breve en dos líneas. El asombro sobre el fenómeno de la inventiva humana al servicio desde siempre de la ciencia y de la sabiduría. Y la veneración que debemos mantener, a pesar del torrente de instrumentos que nos ofrece hora a hora la técnica actual, por las enseñanzas que nos vienen desde muy atrás, pero que conforman nuestra actitud de solidaridad con el pasado que se convierte en el presente en escuela de solidez y pertinacia.