Hemos
sabido estos días que la beluga NOC aprendió a hablar (los entendidos dicen que
no se la debe llamar ballena blanca o
de otro modo más cariñoso, porque las belugas tienen dientes y las ballenas,
no). La beluga es gordita, pero no llega a crecer
mucho. Dicen los entendidos (y podemos fiarnos de ellos) que los machos, más
grandes que las hembras, no sobrepasan los cinco metros y medio. Las belugas
tienen una protuberancia en la frente y son muy sociables. Tal vez para serlo
poseen un sentido del oído muy alto.
En la Fundación Nacional de
Mamíferos Marinos de EEUU (National Marine Mammal Foundation) en San Diego
empezaron a sospechar, hará unos treinta años, que unas voces que se oían en el
lugar donde nadaban ballenas, delfines y belugas procedían de una de éstas. Y
la grabaron. Emociona escucharla… Y, más todavía, leer la interpretación del
especialista de la Fundación, Sam Ridgway: que la ballena "tuvo que modificar su mecánica
vocal para emitir
este tipo de sonidos" y que "este esfuerzo sugiere una motivación
para el contacto por parte del animal".
NOC murió hace cinco años. Pero escuchar su voz y
saber que a lo mejor aprendió a “hablar” con los hombres para tenerlos de
amigos nos debe llevar a una reflexión que eduque nuestro hablar. Y nuestro
papel de maestros del habla con nuestros hijos, con nuestros nietos, con
nuestros niños, con nuestros jóvenes, con nuestros amigos.
No ofende a nadie (y con ese deseo lo digo) afirmar
que es triste constatar que algunas veces nos parece que en vez de hablar,
ladran o mugen o rugen o balan. ¿Somos nosotros los que usamos un lenguaje que
inspire violencia, miedo, humillación, deseos de huir, sometimiento,
gregarismo, borreguismo o sentimientos de rechazo, antipatía, repugnancia,
condena? Porque el habla se aprende esencialmente en el hogar. O en la guarida
cuando no se ha sido capaz de crear un hogar.
¡Cuántas veces hemos oído, y cuántas no
escuchado, que enseñamos con la vida y que muchas veces hacemos de la voz, don
precioso, un instrumentos de enemistad frente a todos y con todo! ¡Y cuántas
veces hemos conocido familias en las que la voz es un tesoro adornado de
belleza, respeto, estímulo, paciencia, cariño, acogida…!