“… algunos que
quieren vivir con espíritu de libertad si de algunos son reprendidos, ladran
como perros, muerden como serpientes, se duelen con parturientes, diciendo malo
a lo bueno y bueno a lo malo, verdadero a lo falso y falso a lo verdadero”.
Este escrito es
viejo. Quiero decir que lo escribió alguien hace algún siglo. Era español y
escribía pensando en sus compatriotas. Porque hace siglos había españoles (o
así nos llamaban los ingleses, los franceses, los italianos, los portugueses…
aunque en su lengua) y compatriotas
porque había patriotas, palabra hoy en desuso creciente.
El escrito es viejo y
seguramente no se debe aplicar a este mundo en el que tantas cosas han
cambiado: la cultura ha madurado, la estatura ha crecido, las miras son amplias
de tanto como hemos viajado, las intenciones son puras después de los muchos
procesos de desinfección como hemos sufrido.
Pero tengo que
confesar que conozco a algunos (pocos, desde luego) que siguen ladrando como
perros, mordiendo como serpientes, llorando como parturientes y viendo mal
donde hay bien y bien donde hay mal, verdad donde todo es falso y lo contrario.
Cuando son reprendidos, claro. O cuando les entran ganas de reprender. Que
suele ser lo normal.
Dicen que les gusta
vivir en libertad. Es difícil saber si les gusta vivir en libertad o con espíritu de libertad, como escribió
el autor lejano. No hablan de democracia. ¡Menos mal! Este de la democracia es
un concepto tan viejo como la vieja Grecia y que corresponde a una realidad en
la que la libertad es un cuento. Más bien parece que de espíritu de libertad
¡no les queda nada! Les basta que haya libertad. Para ellos. Para juzgar, para morder,
para ladrar, para llorar, para falsear… Pero ¡ay si les reprende! Porque
entonces el embudo se convierte en el instrumento con el que defienden la
libertad: “libertad para mí, pero tú no debes hablar: ni sabes qué dices ni por
qué lo dices ni qué razón te asiste. Aquí el que manda soy yo. Aquí el que
ladra, el que muerde, el que otorga verdad o falsía a los principios y a las
doctrinas soy yo”.
¿Os habéis dado
cuenta de que el que más clama por la libertad es el que menos la cultiva? ¿Que
el que impone la sinrazón es quien menos razón tiene? ¿Que el que blande la
violencia ladrando, llorando, mordiendo, falseando es el que menos da?
“Algo huele a podrido
en Dinamarca” le decía con toda razón Marcelo a Hamlet. ¿No estaremos
acostumbrándonos a tomar la podredumbre como alimento de nuestro destino?