Suena poco y hasta
parece que suena mal. Pero fue el nombre que Gilbert Keith Chesterton, su
hermano Cecil e Hilaire Belloc dieron a una propuesta de justicia social que
superase el racionalismo sin corazón, el cientificismo sin horizontes, el
socialismo en todas sus formas de tijeras para la libertad, el liberalismo
industrial sin alma y el capitalismo sin hígado. Hundían sus raíces, tal vez un
poco ingenuamente, en la doctrina que el Papa León XIII había desplegado
sabiamente en su encíclica Rerum Novarum.
E idearon una
asociación a la que dieron el nombre de Liga
Distribucionista en la que recibieron el eficaz apoyo del irlandés padre
dominico Vincent McNabb, conocido ya por los lectores de estas Buenas Noches.
Quedó elegido presidente – y lo fue hasta su muerte - el mismo Gilbert que puso
al rojo su semanario G.K. Weekly (El semanario de G.K.) para
difundir la iniciativa. En la primera reunión de la liga Gilbert fue nombrado
presidente, cargo que ejerció hasta su muerte. Y se crearon delegaciones en
Bath, Birmingham, Croydon, Londres y
Worthing.
El francés Peter
Maurin, fundador del movimiento del trabajador católico y aliado con la sierva
de Dios Dorothy Day, batalladora periodista norteamericana, continuaron la obra.
Maurin proclamaba que
era necesario que todo hombre tuviera su casa, cristianos, católicos o no:
“Quienes ya tuvieran una, tenían que tener otra “Habitación para Cristo”, el
hermano sin casa. Y Chesterton escribía sobre la “limosna” o, mejor, la ayuda
al necesitado, afirmando que la diferencia entre un Católico y un Altruista es
que el Altruista le da dinero a las personas que se lo merecen y el Católico le
da dinero a quien no se lo merece, porque sabe que en un principio él no merece
tampoco el dinero que tiene (¡Ojalá!).
Un
hombre, trabajador y entusiasta como Chesterton, que murió a las 62 años
después de haber escrito 80 libros, cientos de poemas, más de 200 cuentos,
artículos y ensayos; que sufría, como otros miembros de su familia, temporadas
de depresión; que fue atacado por su conversión al catolicismo y que defendió
su decisión con el fervor de un misionero, bien vale como ejemplo para nuestra
vida, muchas veces encerrada en nuestros mezquinos intereses y en proceso de
ahorro para capitalizar con vistas a la vida eterna.