Son nada menos que 105.000 kilómetros cuadrados los que ocupa el desierto de Atacama. Los que lo conocen dicen que es impresionante: por su horizonte infinito, su sequedad (la mayor del planeta, aseguran), su silencio, su soledad… Las lluvias se miden con un promedio de 2 milímetros por año. Está en el norte de Chile, en la Región de Antofagasta y el norte de la Región de Atacama, entre los Andes y el mar. Y es parte de un desierto mayor en el que se integra también el desierto costero de Perú. Y lo bordean los ríos Loa y Copiapó.
Parece una tierra estéril. Pero sucede que de vez en cuando (una de esas veces fue de un modo todo especial el pasado año 2000) lo transforma un milagro y se convierte en “El Desierto Florido”. Una lluvia generosa, aunque no necesariameente torrencial, hace un vergel del yermo. El color fucsia de las “patas de guanaco”, la “malvilla” en todas sus especies, la “coronilla de fraile”, la “rosita”, las rojas "añañucas" hacen creer que se está soñando.
Las semillas que viven y esperan convertirse en flor; la tierra, que duerme y espera convertirse en cuna, llegan a ser así lo que desean ser, lo que sueñan ser, lo que pueden ser, lo que deben ser.
Esto es un espejo de algunos desiertos mucho más espléndidos que Atacama, porque son esos niños, adolescentes y jóvenes que esperan ansiosamente unas gotas de vida llegadas desde sus padres. Hay niños (¡niños!) que confiesan que viven agazapados, como semillas muertas, en el seno de su abuela. Esperan. Pero de sus padres sólo reciben sofiones. Y adolescentes y jóvenes que se arriman al calor de la calle porque el hogar de su casa está siempre apagado. Sus padres están muy lejos, absorbidos por el trabajo, las preocupaciones, el mal humor, la decepción de sí mismos. Y no dejan caer ni una gota de cariño sobre esa semilla, que es fruto de su vientre y que todavía no ha empezado a abrirse como una luminosa flor.
Hay padres que intentan, o lo parece, dar todo a sus hijos. “Que no les falte nada”. Y hacen una larga lista de cosas que van acumulando sobre la soledad de sus hijos como un manto pesado de distancia y asfixia. Pero lo que necesitan, la lluvia de amor, una palabra de interés, de muestra de que son padres, que debiera ser lo más espontáneo, lo más inmediato y urgente, no llega nunca porque no tienen tiempo.