Siurana
Palpar la pasión de un apasionado apasiona. Y hace sentir admiración por personas así, envidia por no ser como ellos y sueños de creer que este mundo vago y vicioso en que vivimos pueda convertirse en un paraíso de creatividad y armonía.
Pienso esto al leer en la prensa una entrevista con Dominik A. Huber, un alemán de Munich de cuarenta años que en el Priorat, apoyado en Eben Sadie, enólogo de Sudáfrica, ha puesto en marcha un nuevo modo de glorificar el vino con la estimadísima orientación del viticultor Jaume Sabaté.
No interesan aquí los términos ni las técnicas de mimar la vida o hacer de la vinificación una novedad, un acto creativo.
"El Priorat es un lugar extremo. Primero creo que tiene algo magnético y por algo aquí han construido hace mil años un monasterio enorme (cartuja de Scala Dei). No soy nada religioso pero una cierta espiritualidad sí que se siente, si estás solo, a veces, y un poco por la tarde cuando cambia la luz se percibe una fuerza tremenda. Vivo aquí todo el año, desde hace cuatro años, y noto mucho esto, me da mucha energía, es un sitio muy arcaico, muy pobre, no es la Toscana, que es dulce, bonita, rica, verde… El Priorat es duro, no se muestra por su lado más suave, lo tienes que buscar, es como una belleza un poco tímida, oculta, pero que después se muestra de un modo muy intenso, muy potente".
Parece que hoy toda la fuerza del progreso, aliada y robustecida por la ciencia, la industria, la técnica, la investigación, se aplica a hacer todo fácil, todo hecho, todo terminado, todo digerido. Dicen los estudiosos que la inutilidad de masticar ha hecho que se hayan ido perdiendo a lo largo de los tiempos parte de los molares: salen o no salen las “muelas del juicio”. ¿Para qué si no hacen falta? Dentro de mil años ¿estará la dentadura humana formada por treintaidós piezas?
Facilitamos las cosas y vamos reduciendo todo a papillas. Y ante toda situación que se presenta nos encontramos débiles. Nuestros hijos nacen fuertes y sanos. Pero nuestra falsa atención los va haciendo endebles en lo más hondo de su personalidad. No sueñan con luchar, con crear, con conquistar, con descubrir, con merecer, con emprender, con exponer. Si repasásemos estos y muchos otros verbos que forman el bagaje espiritual de un hombre hecho y derecho nos daríamos cuenta de que son precisamente las acciones y los empeños que tratamos de evitar porque decimos que no queremos que sufran. ¡Así salen ellos!