Dicen los napolitanos,
pero muchos otros les dan la razón, que el Metro (tren metropolitano) de
Nápoles es el más bonito de Europa. Enseña, además de vías y convoyes, como es
su deber, cisternas, acueductos
del siglo IV antes de Cristo, un teatro romano, criptas y cementarios llenos de
pathos, sugestiones y leyendas,
refugios antiaéreos de hace sesenta años y cultivos de albahaca (¡ah la
pasta!).
Pues
bien, Toledo es una estación de la línea 1 en
el barrio de San José. Y nada menos que el diario inglés The Daily Telegraph asegura que es la estación de Metro más bella
de Europa. Y la CNN le da la razón. En 2013 obtuvo el premio Emirates leaf international award como “Public building of the year”. En 2015
se le concedió el premio ‘International Tunnelling Association: Oscar de las
obras subterráneas’, y eso que competía con las de Sydney y Jerusalén.
Está
proyectada por el arquitecto español Óscar
Tusquets y se abre
a las zonas del barrio Carità, a la
cercana de los Quartieri Spagnoli, y a la
inmediata plaza Carità.
¿Es esta
una invitación a visitar Nápoles y conocer su metro? ¿Por qué no? Pero la
intención aquí precisa es la de invitar a hacer otra visita: a nuestro pasado. Pensamos
poco en él. Vivimos a veces como si nada anterior tuviese relieve o dignidad.
Olvidamos fácilmente que estamos enraizados en el ayer, creemos que el presente
es fruto de la magia o la modernidad, excluimos de nuestros sentimientos y
actitudes los de la admiración, el agradecimiento, la fidelidad, la imitación
de lo mucho que ha habido antes de nosotros. Desconocemos el mundo que queda
más allá de nuestras querencias y tomamos como molde para nuestras vidas lo más
cómodo y cercano.
Y, en otra dirección, la del
futuro, descuidamos la convicción de que, en él, seremos “pasado”, “el pasado”,
del que - ¡ojalá! – los que derivan de algún modo de nosotros guardarán o no
recuerdo, alimentarán sus vidas con nuestro recuerdo, si nuestro recuerdo les
lleva estímulo, osadía, decisión, entrega, generosidad y belleza.