Pink and White Terraces llamaban en nueva Zelanda hasta el 10 de junio de 1886 a las
enormes piscinas de piedra rosa y blanca formadas por la Naturaleza, redondas,
incrustadas en terrazas de sílice y desde las que sus aguas termales caían en
el gran Lago Rotomahana de la Isla del Norte (o Te Ika un Maui en lengua maorí). Eran, dicen, la octava maravilla
del mundo. ¿Qué pasó aquel 10 de junio? El volcán Tarawera volcó sobre
ellas su lava y su fuego y quedó borrado aquel admirable paraíso.
Al cabo de los 131 años pasados,
dos investigadores, Rex Bunn y Sascha Nolden,
dicen: "Todo yace a lo largo de la orilla bajo 10 o 15 metros de lava y
fango. Tenemos que excavar". No se sabía dónde estaban hasta que
dieron con unas notas de 1859 del geólogo y cartógrafo Ferdinand von
Hochstetter que les dieron el espaldarazo para ponerse a investigar: ¡la octava
maravilla estaba allí!
Estas líneas no son una
invitación para visitar la tierra de la haka,
el desafío de los maoríes antes de un partido; o la tierra donde se rodaron las
escenas de exterior de El Señor de los
anillos y de El hobbit.
Son una convencida incitación a
la lectura. En una etapa de la historia en la que las imágenes son casi el
único alimento del hombre, vale la pena detenerse a pensar, no tanto en el mal
que puedan hacer y que tantas veces hacen, sino en el vacío que ese ejercicio
casi continuo provoca en la personalidad del hombre hoy. Y más y peor, en la de
los niños y jóvenes mañana.
Vale la pena proponer de manera inteligente en la escuela y en el hogar un criterio que lleve a apreciar
la grandeza intelectual y espiritual de la lectura.
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