sábado, 18 de enero de 2014

Shangri-La.



“Horizontes perdidos” era el título de una novela que el inglés James Hilton escribió en 1933. Algunos años más tarde (1937) la llevó al cine Frank Capra. Y en ella se lució, como siempre, el autor del fondo musical, Dimitri Tiomkin. Vale la pena verla para los que gozan y sufren con las aventuras fantásticas y los sueños fallidos de quienes quieren ser felices y no lo logran: Los pasajeros de un avión que sufre un accidente reciben la atención de los habitantes de Shangri-La, un valle del Tibet, que viven felices y sin envejecer. Pero… ¡siempre allí! Y entonces se le ocurre a uno de ellos, Robert Conway, huir de aquel lugar de feliz monotonía con Sondra, una joven del lugar de la que se enamora. Pero al llegar a la “normalidad” de la vida ¡Sondra recobra el aspecto de su verdadera edad centenaria!
El pasado 10 de enero se incendió gran parte de la ciudad de Dukezong, la “Ciudad de la Luna”, en la Ruta de la Seda y con más de 1.300 años de antigüedad, donde Hilton había situado, según parece, el lugar de su utopía, Shangri-La. Cientos de casas y tiendas de la zona más antigua, casi en su totalidad de madera, han sucumbido, dicen los cronistas, ante el fuego que no respeta antigüedades ni utopías ni sueños. A la 01.30 de la noche, tal vez manos aviesas movidas por corazones sucios atentaron contra el tiempo y el arte.
De ello, aunque lamentándolo por muchas razones, podríamos aprender algo. De la “utopía”, porque desde Tomás Moro usamos ese nombre o esa palabra para huir de nosotros mismos. Pero ya lo habían hecho, sin llamarla así, Eva y Adán. ¿Querían gozar de la manzana o salir de su solitaria espera apenas estrenada? Lo consiguieron. Un artilugio, al que llaman bombo, ha hecho que muchos esperásemos los días pasados salir de nuestra condición de pobres hombres, trasladados, en sueños confesados, a yates de lujo y ocio.
¿Perdemos, por soñar, fuerzas que necesitamos para ser lo que de verdad somos? Lo paradójico es que huyamos del lugar en el que podemos conservar siempre verde nuestra juventud a lugares donde se nos marchitan hasta los sueños.

lunes, 13 de enero de 2014

Gemelos.



Rostov del Don (en ruso Rostóv-na-Donú) es una gran ciudad de Rusia, capital del óblast (algo así como región o provincia…) de Rostov, situada en la desembocadura del río Don sobre el mar de Azov. ¿Ya te has situado? Es una ciudad muy antigua e importante (colonia griega, fortaleza genovesa primero y turca después) con más de un millón de habitantes hoy, muy industrial, comercial y notable nudo de comunicación (¡el Don es muy don!). Disfruta de una espléndida Catedral de la Virgen de la Natividad, se forma en varias universidades, se entretiene con dos equipos de fútbol de primera División (el CF Rostov y el CF SKA Rostov y será una de las sedes de la Copa Mundial de Fútbol de 2018) y su equipo de balonmano juega en el Campeonato de Rusia de balonmano. Y… (esto es lo que ahora nos interesa) ¡tiene una unidad militar compuesta sólo por hermanos mellizos!: la uniformidad duplicada a las armas, vamos. Es una unidad contra revueltas y está acuartelada en esta ciudad. ¿Qué ventaja tiene mantener a algunos pares de mellizos en una unidad militar? Parece que al trabajar en equipo fraterno y gemelar se entienden de perlas, al vuelo, sin palabras: se miran y ¡ya está! O, sin mirarse, reaccionan de un modo igual o muy cercano. Y además, sorprenden y desconciertan al enemigo con sus apariciones y reapariciones programadas.
Hasta aquí la anécdota y su ubicación. Pero de un hecho como éste podrían sacarse reflexiones y decisiones parecidas a las que siguen: ¿Nos preocupa la unidad de criterio, de solución, de actuación en los equipos que formamos: familia, amigos, clubes, asociaciones…? ¿Soñamos con una familia feliz? Y, al mismo tiempo, ¿nos proponemos hacer que lo que llamamos familia sea de verdad una familia? ¿Acudimos a la reunión de nuestra asociación con el ánimo de hacerla más compacta, más “asociada”, más rica en unión y fuerza, más eficaz, más generosa, más… o voy a ella queriendo exponer mi última ocurrencia, porque me parece que es deslumbrante, que soy un genio, que por ella me ensalzarán todos los que la acepten?
Es sólo una cuestión de sentido común que hace veintisiete siglos grabó Esopo, el Moreno, dicen, en la frase “la unión hace la fuerza” de su fábula Los Hijos del labrador. ¿Y dónde está el sentido común?

miércoles, 8 de enero de 2014

Presumir.



El crucero Costa Concordia es el primero de los hermanos gemelos Pacifica, Favolosa, Fascinosa y Carnival Splendor, como todos sabéis. Se presentó en sociedad en julio de 2006 y navegó en su esplendor hasta el 13 de enero de 2012. Con sus 114.500 toneladas pudo lucir el mensaje de unidad y concordia de su estirpe hasta que un accidente – según parece, leve – acabó con sus deseos: una vía de agua de 70 metros de longitud le hizo zozobrar y escorarse casi 90 grados con la irreparable pérdida de la vida de 32 personas.
Era (y sigue siéndolo, pero derrotado) largo: 290,20 m.; ancho: 35,50; y profundo: 8,20 m. de calado (lo de eslora y manga queda para los especialistas). Lo lanzaban por las aguas, con una velocidad de hasta 19,6 nudos (más o menos 33 kilómetros por hora,  seuo), seis motores de 75.600 kW. Tenía 1.555 cabinas de lujo y 70 suites de superlujo; un Samsara Spa, con fitness, gimnasio, piscina de  talasoterapia, sauna, baño turco, solárium… más otras cuatro piscinas, cinco jacuzzis y otros cinco spas; cinco restaurantes, dos Clubes y trece bares…; un teatro, casino y discoteca, un área para niños, un simulador de Grand Prix motor racing y un Cibercafé.
Ya había tenido un susto cuatro años antes en Palermo: parece que una ráfaga de viento impertinente lo llevó hasta un muelle flotante y se dañó su estribor. Pero todo se arregló.
¿Y…?
Virgilio en sus bucólicas (2,17) advertía y sigue advirtiendo: “¡Hermoso muchacho, no te fíes demasiado de tu aspecto!” (O formose puer, nimium ne crede colori!). Unos menos, otros más y otros mucho vivimos fiados de la apariencia, de nuestra apariencia y de la de los demás. Presumir es poner por delante lo que suele siempre quedar atrás. Cuántas veces hemos dicho y hemos oído decir con asombro, reprobación y casi como disculpa: “¡Pues parecía…!”. Hay personas que “parecen” y se esfuerzan en “parecer” y se apoyan en el “parecer” de las cosas, de las personas y de los acontecimientos como si la cáscara poseyese siempre el sabor del fruto. Y en esto no suele haber escarmiento, es decir, la corrección de conducta que supone haber tropezado, el látigo que se aplicaba a los escolares para que aprendiesen, o la burla mucha veces cruel que se hace del que vive del viento.

viernes, 3 de enero de 2014

Groenlandia.



Pobremente trato de situarme donde deseo. Y empiezo diciendo cosas conocidas. Que la enorme isla de Groenlandia, situada allá arriba, al Este de Norteamérica,  tiene una extensión de 2.166.086 kilómetros cuadrados y 61.000 habitantes (pero hace sesenta años eran 34.000). Que la descubrió el año 864 Erik Thordwalson (Erik el Rojo) quien le dio ese nombre (¡optimista!) de Tierra Verde, aunque el 84 por ciento de su superficie está helada. Que es una Región Autónoma de Dinamarca y que su capital es Nuuk.     

Pues bien, un grupo de investigadores de la cátedra de Geografía de la Universidad de Utah, en Salt Lake City, Estados Unidos, a cuyo frente está el profesor Rick Foster, ha descubierto un acuífero en la capa de hielo de Groenlandia, con agua líquida durante todo el año mientras que sus alrededores están helados. Estos alrededores tienen una superficie igual a la de los estados norteamericanos de California, Nevada, Arizona, Nuevo México, Colorado y Utah juntos. Con un espesor medio del hielo de 1,5 kilómetros.

El acuífero descubierto tiene unos 27.000 kilómetros cuadrados. Lo llaman «acuífero 'firn' perenne» y equivale en superficie al estado norteamericano de Virginia Occidental. «Aquí, en lugar de almacenarse el agua en el espacio de aire entre las partículas de roca del subsuelo, se almacena en el espacio de aire entre las partículas de hielo, como el jugo en un cono de nieve», añade Forster. Y añade: «El hecho sorprendente es que el jugo en este cono de nieve nunca se congela, incluso durante el invierno oscuro de Groenlandia. Grandes cantidades de nieve caen sobre la superficie a finales del verano y rápidamente aísla el agua de las temperaturas del aire bajo cero de arriba, permitiendo que el agua persista durante todo el año».

Y como estas líneas no pretenden ser una ventana abierta a la ciencia, sino a la conciencia, sigo con mi “aplicación”.

¿No sucede lo mismo – o algo parecido - en las familias, en los grupos, en la sociedad? Junto a una persona rica en iniciativas, en actividad, en calor, en optimismo, en osadía… están otras que siguen siendo témpanos de hielo a las que no se les ocurre nada, a las que no les pida usted ayuda o algún favor porque están muy ocupados, porque están a lo suyo, cansados de tanto bregar, necesitados siempre de la tranquilidad que da sentarse a renovar fuerzas y a prepararse para momentos mejores.

Si es que no son de los que observan el mundo con sagacidad y hondura y descubren que nadie hace nada bien, que bien merecidas se tienen la crítica y hasta la condena y que son el ludibrio y la ruina de un mundo que anda a trompicones porque no hace caso de las advertencias que ellos, sabios, hacen.

domingo, 29 de diciembre de 2013

Barbakeios.



Seguramente has leído en la prensa el caso de los “ángeles de Barbakeios”. Te lo copio si no te ha llegado. El “poder adquisitivo” de las familias ha caído en Grecia un 40% desde 2008 y en paro está el 27% de la población. Se usa la leña para calentarse, porque no hay dinero para la calefacción. En el viejo mercado de Barbakeios se agolpa la gente desde la seis de la mañana desde hace siglos para comprar pescado, carne, verduras, pan, queso… y se mezclan voces, ruidos, colores y olores.
El pasado domingo, 22 de diciembre, las cosas eran como siempre, pero en esta ocasión, para la preparación de la Nochebuena familiar, se miraban las cosas, los precios y las básculas con mucho cuidado para no pasarse del escaso gasto posible. Cuando “hete aquí” (así se dice al llegar a un cierto punto en los cuentos de hadas) que aparecieron a media mañana, sin saberse de dónde, ni quiénes eran, ocho mujeres vestidas de negro que se situaron junto a otras tantas cajas de pago. Cuando se acercaba una (o uno) a pagar el minúsculo corte de carne que llevaba a su casa, los “ángeles de Barbakeios” (así las han llamado después), no sólo pagaban el coste de lo que ya llevaban, sino que invitaban a los asombrados compradores a que comprasen lo que quisiesen pagándolo ellas igualmente.
El director del mercado declaró a una cadena de TV: "Esta escena increíble siguió durante casi una hora. Al menos 320 personas han hecho la compra gracias a la generosidad de las señoras de negro y al final, según nuestros cálculos, han regalado cerca de 16.000 euros de carne".
Después sucedieron cosas menos maravillosas. Cuando corrió la noticia de la aparición de las misteriosas dadivosas por las calles al pie de la Acrópolis, empezó a crecer el número de compradores, a aumentar el apretón de la gente y… las ocho  bienhechoras desaparecieron en silencio como habían llegado dejando el comentario sobre su intervención.
Esto, aquí, no es una gaceta de prensa, ni una invitación a suponer quiénes serían, ni una reflexión sobre las crisis y sus parches, sino una insinuación a que una auténtica iniciativa de las personas es (o debe ser) un aliento de su espíritu, un gesto de solidaridad, no sólo en dar y en darse, sino en unirse y organizarse para hacerlo. Y muchas cosas más que el inteligente y generoso lector siente bullir en sí.