miércoles, 7 de noviembre de 2012

Me los como.



Es un poco viejo este recuerdo. Y un poco sucio. Pero mucho menos que otros que nublan nuestra memoria y oscurecen las páginas y las pantallas de nuestras vidas. Si va aquí es porque creo que de él se puede sacar algún provecho.
Una joven señora leía serenamente un libro en el parque del Retiro de Madrid en la suave mañana de un lejano Otoño. Era claro que estaba esperando un niño. Otros dos, llegados unos 5 y 3 años antes, jugaban cerca de ella. El mayor, responsable y probablemente alarmado por lo que veía realizar con tenacidad a su hermano pequeño, alertó: “¡Mamá,  Juanito se está comiendo los mocos!”. La mamá, defensora de la higiene de sus hijos y consciente de su grave responsabilidad de madre y educadora, reaccionó: “¡Juanito, no te comas los mocos, que son veneno!”. Y Juanito, muy dueño de sí y de sus circunstancias y mientras seguía, terne que terne, en su cuidadosa operación de extracción y consumo, objetó con dignidad y determinación: “¡Pues si los son…, que lo sean, pero yo… me los como!”.  
Y así siguieron: languideciendo un poco la mamá en su alerta y afianzándose otro poco Juanito en su decisión. Y se acabó la anécdota.
Pero puede empezar la reflexión. Yo doy la señal de salida con algunas preguntas. Tú puedes seguir con más provecho, sin duda, que con lo que a mí se me pueda ocurrir. ¿Quién inventó el soplamocos? ¿Cuál es la causa de que los niños empiecen a desbarrar tan pronto? ¿Era aquella suave escaramuza un retrato de la relación de aquella madre lectora y aquel niño peleón? ¿Puede una madre creer que su intervención educativa puede quedarse en un aviso lánguido y lejano? ¿Y encastillarse en sus gustos cuando delante de sí tenía un campo de batalla en el que su actuación debía ser firmemente exigente y cariñosamente correctora? ¿Qué habrá sido de aquel niño glotón y pertinaz en su desacato? ¿Caben los caprichos en una acción formativa de subrayar los valores, de animar a apreciarlos, de colaborar en hacerlos riqueza personal, de hacer que las relaciones de amor entre madre e hijo vayan más allá de prevenir sobre los venenos de la historia?

viernes, 2 de noviembre de 2012

Uirapurú.



… o Irapuru, Guirapuru, Tangará, Rendeira, Pássero-de-fandango, Realejo… lo llaman. Porque vive y embellece la selva en las Guayanas, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia… Y, sobre todo, la selva amazónica de Brasil. Y es natural que en cada sitio le quieran dar su nombre.
Su apariencia no es muy brillante, ya lo ves en su retrato. Ni es grande, ni presume. Es más, se oculta. Y sólo en la etapa de la búsqueda de compañera y mientras hace el nido, por la mañana, durante unos minutos, y a lo largo del tiempo que emplea en rematar su casa, quince días, se hace oír.    
Pero su canto es único. No se parece a nada de lo que solemos escuchar de ruiseñores y canarios. Tan único, que dicen sus vecinos que la selva toda calla cuando él canta. Parece el preludio de flauta de una orquesta que también calla porque no se atreve a responder tan bellamente.  
Y añaden que su historia es triste y grandiosa. Un joven (dice una de las leyendas que afirma saber su pasado), enamorado de la esposa del cacique y sin poder hacerla suya, pidió al dios Tupá que lo convirtiese en pájaro para poder cantar para siempre su amor y su añoranza.
Alguna lección podemos aprender de este pájaro que se llama Uirapurú, es decir, el pájaro que no es pájaro. Se me ocurren éstas. Nuestra voz, ese don maravilloso del hombre, ¿llena la selva de la vida con belleza? Observad a los que hablan a vuestro alrededor. Observémonos a nosotros mismos. Además de que la modulación de las palabras no es fruto del esfuerzo por regalar a los demás algo agradable (hay madres que viven gritando, padres que ponen orden en su casa con palabras-látigo), todo el valor de la persona se nos escapa en críticas, dicterios, venganzas, desquites, amenazas, lecciones dictatoriales, excrementos verbales, ataques a lo más alto…
Parece como si, viendo que alrededor de nuestras vidas todo fuese caos, pretendiésemos, como señores de la verdad y la justicia, poner orden con el desorden ensordecedor de nuestros improperios: en el hogar (¡dulce hogar!), en la tertulia, en la asociación, en la calle…
Seguir adelante a trompazos (hablamos así cuando no tenemos más recursos que la trompa) nos hace acreedores a recibir el nombre de el hombre que no es hombre.

domingo, 28 de octubre de 2012

Prever.



La reciente condena de un tribunal a siete miembros de la Comisión de Grandes Riesgos de Italia a seis años de cárcel por haber ofrecido información falsa sobre la posibilidad de que L'Aquila sufriera un terremoto nos llena de inquietud. En aquel seísmo del 6 de Abril de 2009 murieron 209 personas, como recordamos.
"La valoración que se hizo del riesgo sísmico fue aproximada, genérica e ineficaz en relación con los deberes de prevención y previsión que tenía la comisión" afirmó  la acusación. Por su parte la defensa sostiene que era imposible prever el terremoto.
Causan pena las víctimas causadas por el terremoto. Causa aprensión que no se pueda presagiar el seísmo. Y causa  desconcierto conocer que se condena a quienes no podían saber con certeza, sino sólo aproximada y genéricamente lo que podía suceder. 

Pero como aquí no se habla de terremotos sino que se pretende sacar de ello alguna lección que sirva para nuestra vida diaria, allá van estas reflexiones. ¿Es posible predecir cómo van a salir los hijos? ¿Los hijos bien orientados, de conducta recta, con actitudes maduras, trabajadores, austeros, generosos, entregados a su deber, a su familia, abiertos a los demás,  felices, altruistas… ¿son fruto de la suerte? Una madre de familia con hijos así, me decía, indignada: “Y me dicen que qué suerte he tenido con mis hijos”.

El desastre de la escuela, de la calle, de la historia… ¿puede dar al traste con muchachos sólidos en sus convicciones, fieles a sus valores, recios en la defensa de su identidad e independencia? Y, sin embargo, hay padres que encuentran enseguida culpables del desvío de sus hijos. Todo menos negar que son unos sinvergüenzas porque no han encontrado en su hogar ni hogar, ni padres, ni educadores, ni guías, ni modelos de bien. Me decía un padre sobre su hijo: “¡Ojalá se muriera!”. Y otro a propósito de un fallo grave de su hija: “¡Si lo hubiese sabido, le habría roto la cara de una bofetada!”. Y la hija comentaba: “¡Mi padre no me ha querido nunca!”.

martes, 23 de octubre de 2012

¡Contacto!



Hemos sabido estos días que la beluga NOC aprendió a hablar (los entendidos dicen que no se la debe llamar ballena blanca o de otro modo más cariñoso, porque las belugas tienen dientes y las ballenas, no). La beluga es gordita, pero no llega a crecer mucho. Dicen los entendidos (y podemos fiarnos de ellos) que los machos, más grandes que las hembras, no sobrepasan los cinco metros y medio. Las belugas tienen una protuberancia en la frente y son muy sociables. Tal vez para serlo poseen un sentido del oído muy alto.
En la Fundación Nacional de Mamíferos Marinos de EEUU (National Marine Mammal Foundation) en San Diego empezaron a sospechar, hará unos treinta años, que unas voces que se oían en el lugar donde nadaban ballenas, delfines y belugas procedían de una de éstas. Y la grabaron. Emociona escucharla… Y, más todavía, leer la interpretación del especialista de la Fundación, Sam Ridgway: que la ballena "tuvo que modificar su mecánica vocal para emitir este tipo de sonidos" y que "este esfuerzo sugiere una motivación para el contacto por parte del animal".
NOC murió hace cinco años. Pero escuchar su voz y saber que a lo mejor aprendió a “hablar” con los hombres para tenerlos de amigos nos debe llevar a una reflexión que eduque nuestro hablar. Y nuestro papel de maestros del habla con nuestros hijos, con nuestros nietos, con nuestros niños, con nuestros jóvenes, con nuestros amigos.
No ofende a nadie (y con ese deseo lo digo) afirmar que es triste constatar que algunas veces nos parece que en vez de hablar, ladran o mugen o rugen o balan. ¿Somos nosotros los que usamos un lenguaje que inspire violencia, miedo, humillación, deseos de huir, sometimiento, gregarismo, borreguismo o sentimientos de rechazo, antipatía, repugnancia, condena? Porque el habla se aprende esencialmente en el hogar. O en la guarida cuando no se ha sido capaz de crear un hogar.  
¡Cuántas veces hemos oído, y cuántas no escuchado, que enseñamos con la vida y que muchas veces hacemos de la voz, don precioso, un instrumentos de enemistad frente a todos y con todo! ¡Y cuántas veces hemos conocido familias en las que la voz es un tesoro adornado de belleza, respeto, estímulo, paciencia, cariño, acogida…!  

jueves, 18 de octubre de 2012

¿Agradecer?



El cantante napolitano Enrico Caruso murió joven, a los 48 años, el 21 de Agosto de 1921. Algunos especialistas del mundo del canto lo consideran como el mejor tenor hasta hoy. Además de una voz excepcional tenía un corazón grande y generoso. Había ayudado a los niños de un orfanato norteamericano. Según se cuenta, al conocer el hecho triste de su muerte, decidieron hacerle un regalo: enviaron un cirio al santuario de la Virgen del Rosario de Pompeya para que ardiese las 24 horas de cada 1 de Noviembre en la capilla de la Virgen en su memoria. Dado que el cirio pesa 500 kilogramos y tiene 5.4 metros de alto y 1.5 metros de circunferencia, se calcula que durará 120.000 horas encendido. Como lo está sólo 24 horas al año, llegará hasta el año 6.921.

¿Es innata la gratitud en el ser humano? ¿Es sólida, duradera, constante? “Es de bien nacidos ser agradecidos” se dice entre nosotros. Pero se tiene la impresión, al girar la vista en el propio entorno, que este sentimiento no se da por igual en todos. ¿Es que hay alguien mal nacido? ¿O juega también la educación en el aliento de esta virtud? Yo no lo dudo. Cuando a un niño se le inicia razonada y sabiamente en la vida, ya desde pequeño, en el “sentido del otro” ante el hermano más pequeño o mayor que él, ante los padres, los maestros, los mismos amigos y compañeros, crece en él la actitud de aprecio, respeto, atención y afecto. Agradecer no es pagar una deuda por un favor recibido. Se podría saldar con otro favor recíproco y… en paz.
Agradece de verdad el que ve en el otro una persona para el que se ha hecho un hueco en el corazón. O, dicho de otro modo, agradece el que ama. O de otro modo todavía: enseñar a amar es ayudar a que crezcan todos los sentimientos positivos de los que es capaz el ser humano. Y así el agradecimiento será una noble irradiación del propio corazón.