miércoles, 22 de junio de 2011

La sospecha.

Daisy (o una que se le parece)

Pone Jaime Balmes en el capítulo VI de El Criterio un ejemplo de cómo, por indicios coincidentes y repetidos, nuestra cabeza forja una “verdad” compleja y hasta temible pero sin un pizca de la verdad sospechada. Tom Grant, el buen granjero de South Armagh – Irlanda del Norte – no quiso fraguar el argumento de una novela de misterio. Renunció a la sospecha y montó una cámara que grabó cómo sucedía que, cuando él se levantaba, sus vacas, encerradas al anochecer en el establo, estaban fuera de él. ¿Cómo iba a sospechar que su vaca Daisy, tan pacífica y buena lechera, tan tranquila y obediente, abría desde dentro la cancela del establo? ¿Quién iba a suponer que su sagacidad (la de Daisy) llegase a tanto como sacar la lengua y con sendos movimientos laterales, rápidos y certeros, levantar los dos cierres que bloqueaban la puerta?   
Nos cuesta renunciar a la suspicacia. Suspicacia o sospecha, que significa mirar debajo de la alfombra, mirar debajo. Es decir, ya que a simple vista no veo nada de lo que sospecho y yo estoy seguro de que el hecho existe, es que está escondido. Porque estamos seguros de que el enemigo (o esa persona de la que suponemos que siempre oculta algo) lo oculta porque es un delito.
Las andanzas nocturnas son siempre delictivas. Y Daisy buscaba sólo hierba. Las medias palabras son siempre engañosas. Y Daisy evitaba hablar porque hablar no era lo suyo. Y los gestos disimulados se deben a la intención de que sólo el que está en antecedentes del crimen se entere de lo que le quieren decir. ¡Pobre Daisy!

lunes, 20 de junio de 2011

El tamarino.


El respetable Saguinus mystax (FOTO DE CARNET)

¡De verdad que no me gusta hablar mal de nadie! Ni siquiera decir lo que voy a decir, que no es sino lo que los observadores del tamarino bigotudo saben de este platirrino cuya foto les ofrezco. Le pueden llamar también, sin miedo a equivocarse, pichico barba blanca, bebeleche, tití de mostacho o, con más propiedad - ¡y dignidad! - Saguinus mystax, como lo llaman los zoólogos. No voy a decir todo lo que sé, que es muy poco,  ni mucho menos todo lo que saben sus estudiosos.
Se mueve en el Amazonas común a Perú, Brasil y Bolivia. Y se mueve en las alturas, es decir, que se anda por las ramas. Porque no les gusta bajarse de su alta esfera, situada en los árboles, entre los 9 y 17 metros – y en algún caso mucho más - de altura sobre el nivel de la  vida vulgar. Son una especie de primates muy selecta que no se roza con la gleba. Cada grupo defiende su territorio natural que llega hasta las 50 hectáreas (¡aéreas, claro!).       
Su vida social, pues, es muy aristocrática. Basta decir que forman grupos reducidos (no más de 16 ejemplares), constituidos por pocas familias. Un ejemplar adulto mide unos 25 centímetros sin contar la cola, de otros 15; y pesa alrededor de 400 gramos. Tal vez por la insignificancia de su arqueo intenta presumir o meter miedo con su descomunal bigote blanco.
Una de las últimas cosas que se han observado en su comportamiento (¡increíble para  tan solemne mostacho!) es que alguna vez, probablemente en un ataque de ira, de envidia o de revancha, matan a la cría de la vecina. 
Los chinos, capaces de meter en pocas palabras mucha sabiduría, dicen que la violencia es el refugio de las mentes pequeñas. ¿Será el caso del bebeleche? Porque eso de cargarse al hijo del vecino sin otra razón que la de que le cae mal daría la razón a los chinos. Es verdad que la columna dorsal que aguanta nuestro caminar por esta tierra de encuentros es el egoísmo. Pero su ataque gratuito, la agresión sistemática, el clamor de protesta, la queja como nana infantil, la descalificación de todo lo que no gusta o parece contrario a los propios planteamientos o que no coincide con los criterios que habitan la mente, aparte de ser una forma de dictadura fascista, es una demostración de la angostura, de la pequeñez de la mente, como dice el chino.    
Tal vez el progreso se ha confundido de destinatarios y ha ido a parar a humanos, platirrinos o catirrinos, que confunden ir adelante con arremeter contra el que camina al lado.

sábado, 18 de junio de 2011

No hay mal que por...


… (para) bien no venga. A veces. Pero es bueno suponer que cuando algo no ha ido bien estamos en una de esas veces y es sabio aprovecharla. Fue el caso del vino Tokaji Aszú. Cuentan que Luis XIV dijo al probarlo: "Este es el vino de los reyes y el rey de los vinos". Y en algunas de sus ediciones en la etiqueta consta como lema, en latín, que es más solemne, VINUM REGUM 1650 REX VINORUM, debajo de una corona formada por tres hojas de vid. Tokaji significa "aquí", "de aquí" y es el nombre de la colina en que se produce en el Noreste de Hungría. Y Aszú, “secado”.
Parece que, hacia 1659, ante la amenaza de la invasión turca se decidió retrasar la vendimia en la zona.
Esperaron un mes. Mientras tanto, parte de las uvas de la parte inferior de los racimos se marchitó a causa del hongo Botrytis cinérea, abundante en la zona, que afectó a las uvas inferiores de los racimos llenas de agua por las lluvias de otoño. Pero lo que se presentó como una desgracia, se convirtió en una fortuna. Porque esas uvas afectadas dan al vino obtenido en la prensa de las “normales” su sabor especial. Estas uvas afectadas se recogen, una a una, a lo largo de algunos días por el diferente grado de "maduración". De ellas destila un néctar con casi el 70% de azúcar, con 3,5º, que se añade al vino nuevo o mosto en distintas proporciones: Según el número de puttonyos o serones de uva afectada se obtienen vinos más o menos apreciados. El de 3 puttonyos es el más modestito y con 6 alcanza su cima y más alto precio.
¿Por qué perdemos humor, fuerza y cuajo cuando algo se nos tuerce? Hacer de tripas corazón no es un disparate cuando la cirugía moderna nos abre tantos caminos para enderezar entuertos, perdonar errores, tomar lo que nos parece un despojo y convertirlo en un tesoro.
Debemos descubrir esa oficina de milagros al alcance de nuestra aparente poquedad. Cuando se ama se engendra vida. Y el amor es natural cuando lo que tenemos delante, personas, animales o cosas, nos entusiasma o se nos convierte en amable por obra de nuestro buen deseo. Cuando alguien o algo, en cambio, se nos presenta como un desecho, es cuando nuestro amor puede hacer un milagro. Todos nosotros hemos tenido ocasión de ver brotar una sonrisa en la persona ajada a la que hemos sonreído. Pero a lo mejor (a lo peor) hemos perdido esa ocasión.

jueves, 16 de junio de 2011

"De la Rosa"

Rilke a los 25 años

Rainer María Rilke (1875-1926), el inquieto conquistado y sensible poeta checo que odiaba las armas y se enamoraba de las rosas, quebrantado por la leucemia sin saberlo, y entregado a seducir con la belleza que sugerían sus palabras, pasó una breve temporada de su vida en París. 
Se cuenta de esa estancia (y, si no es verdad, es bonito) que pasando muchas veces por un mismo lugar con una amiga, encontraban a una pobre que, casi doblada sobre sí misma en la acera, pedía limosna. La amiga le dejaba siempre alguna moneda. Y nada Rilke. Un día le preguntó la amiga por qué no daba algo a aquella mujer. El poeta no respondió. Al día siguiente apareció con una rosa. Y al pasar delante de la mendiga le dejó la rosa en el plato. Y entonces aquella mujer, que nunca cambiaba su postura de derrotada, alzó los ojos y, sin decir nada, se puso de pie y desapareció.
Pasaron varios días sin que volviesen a ver a la abatida hasta que apareció como siempre la habían conocido. La amiga preguntó: «¿De qué habrá vivido estos días». El poeta respondió convencido: «De la rosa».
Pasamos por la vida pidiendo y dando limosnas. Pedimos más que damos. Tal vez porque nos parece necesitar todo y porque no encontramos razón de que nos pidan. Pero en nuestro aturdimiento ante el otro, nunca sabemos lo que pide ni por qué lo pide ni qué sentimientos tiene cuando lo hace, cuando no recibe, cuando recibe y según lo que le damos. Es decir, pensamos con más atención en nosotros mismos, en lo que nos va a pasar si damos o no damos, en lo que van a pensar los que nos ven… Y no caemos en que el otro está levantando ante nuestros ojos toda su historia, sus vacíos, sus razones, su orgullo, sus fracasos, sus penas, sus esperanzas y su desesperanza. La tragedia (¡se trata siempre de una tragedia!) la representa no sólo y sobre todo el mendigo de la acera, sino el vergonzante de afecto que pasa por la vida sin recibir atención ni afecto, sin que yo le haga sentir que, al menos para mí, importa y mucho y que me da vergüenza decirle que le admiro y que le quiero. ¡Una rosa!

martes, 14 de junio de 2011

Escapar.

Llama la atención al verlo aparecer en escena. Se trata de la edición coreana del Sur del talent show. Los tres jueces lo miran con curiosidad. Su apariencia es la de un muchacho alto, con rasgos muy coreanos, en actitud sencilla, casi humilde. No sonríe. ¿Sabe sonreír? ¿Puede sonreír? Y se presenta respondiendo a las preguntas que le hacen para situarlo ante el público.  
Es Choi, tiene veintidós años y es huérfano desde los tres. Vive solo desde que tenía cinco años.  Y ha sobrevivido este tiempo vendiendo chicle y bebidas por las calles. Duerme en las escaleras del metro o en baños públicos. Dice que “no piensa ser un buen cantante, pero que le gusta hacerlo". Oyó cantar a artistas del canto y se propuso hacerlo él también. La interpretación que hace a continuación de "Nella Fantasía" de Ennio Morricone provoca en el jurado y en los espectadores emoción y lágrimas. Y pasa, ¡claro está!, a la eliminatoria siguiente.

En mi fantasía yo veo un mundo justo,
en él todos viven en paz y honradez.
Sueño con almas que sean siempre libres,
como las nubes que vuelan,
llenas de humanidad en el espíritu.

Vale la pena mirarlo bien. Repasar su difícil historia y contemplar a la mayoría de nuestros niños, de nuestros adolescentes, de nuestros jóvenes. Y analizar la responsabilidad que nos toca a los que convivimos con ellos o creemos poder acompañarlos en su crecimiento.  
Sobre todo, esto último. ¿Qué no hacemos y deberíamos hacer para cumplir con el papel que se nos ha asignado? ¿Qué modos de educar usamos sin volver sobre ellos para juzgarlos serena, exigente y responsablemente, para  condenarlos en lo que yerran y corregirlos con alegría, con decisión, con grandeza de ánimo, con humildad, con energía?
¿No será que creemos portarnos bien cuando procuramos a nuestros hijos, a nuestros muchachos, que tengan todo, que no tengan que luchar ni privarse ni sufrir? ¿No será que nuestra cercanía los atosiga a fuerza de un proteccionismo impersonal (¿es posible eso?: sí, cuando damos cosas y no nos damos a nosotros mismos), los ciega llenando su vida y sus ojos de tantas cosas que no pueden ver ya horizontes en su vida (¡si ya lo tengo todo!) ni hermanos con los que compartir, ni metas que alcanzar, ni prójimo al que servir?
Basta mirar un poco a nuestro alrededor, escuchar un poco la barahúnda de las palabras que deshonran nuestro aire para advertir que todo se reduce a reclamar la satisfacción de los propios “derechos”. Derechos que son muchas veces caprichos, fantasías, comida para el propio engreimiento, saciedad del gusto, degeneración de lo más noble del corazón humano, que es amar.

domingo, 12 de junio de 2011

Catones.


Hubo y hay muchos Catones. Yo diría que todos buenos. Vamos con algunos y empezamos por Marco Porcio Catón, “el censor”, de familia humilde (234-149 aC). Fue casi un “humanista” dieciocho siglos antes del Humanismo. Fue político notable (por ejemplo, siendo procónsul en España, sometió a los hispanos siempre rebeldes: ¡y ya es mérito!), militar eficaz (tomó parte, por ejemplo, en la batalla de Metauro, donde el sol cartaginés empezó su declive), fecundo escritor y agricultor. Fue sucesivamente tribuno, pretor, cónsul y censor. Como tal, se distinguió por la enérgica defensa de las tradiciones romanas de los mayores, frente a las corrientes que empezaban a llegar de Grecia con el lujo como bandera.
Vamos con otro Catón. Es la firma de un gran catedrático mexicano actual, abogado y prolífico periodista, Armando Fuentes Aguirre. Y para que se vea su enorme valía como pensador de fresca profundidad y la razón, sin duda, del seudónimo apuntado, se ofrece a la lectura una demanda en favor de la limpieza, la belleza y la riqueza de la vida sencilla.  
Me propongo demandar a la revista "Fortune", pues me hizo víctima de una omisión inexplicable. Resulta que publicó la lista de los hombres más ricos del planeta, y en esta lista no aparezco yo. Aparecen, sí, el sultán de Brunei, aparecen también los herederos de Sam Walton y Takichiro Mori. Figuran ahí también personalidades como la Reina Isabel de Inglaterra, Stavros  Niarkos, y los mexicanos Carlos Slim y Emilio Azcárraga. Sin embargo a mí no me menciona la revista.
Y yo soy un hombre rico, inmensamente rico. Y si no, vean ustedes: Tengo vida, que recibí no sé por qué, y salud, que conservo no sé cómo. Tengo una familia, esposa adorable que al entregarme su vida me dio lo mejor de la mía; hijos maravillosos de quienes no he recibido sino felicidad; nietos con los cuales ejerzo una nueva y gozosa paternidad. Tengo hermanos que son como mis amigos, y amigos que son como mis hermanos. Tengo gente que me ama con sinceridad a pesar de mis defectos, y a la que yo amo con sinceridad a pesar de mis defectos.
Tengo cuatro lectores a los que cada día les doy gracias porque leen bien lo que yo escribo mal.
Tengo una casa, y en ella muchos libros (mi esposa diría que tengo muchos libros, y entre ellos una casa). Poseo un pedacito del mundo en la forma de un huerto que cada año me da manzanas que habrían acortado aún más la presencia de Adán y Eva en el Paraíso. Tengo un perro que no se va a dormir hasta que llego, y que me recibe como si fuera yo el dueño de los cielos y la tierra.
Tengo ojos que ven y oídos que oyen; pies que caminan y manos que acarician; cerebro que piensa cosas que a otros se les habían ocurrido ya, pero que a mí no se me habían ocurrido nunca.
Soy dueño de la común herencia de los hombres: alegrías para disfrutarlas y penas para hermanarme a los que sufren. Y tengo fe en Dios que guarda para mí infinito amor.
¿Puede haber mayores riquezas que las mías? ¿Por qué, entonces, no me puso la revista "Fortune" en la lista de los hombres más ricos del planeta?"
¿Y tú como te consideras? ¿Rico o Pobre?

viernes, 10 de junio de 2011

Procariotas.


Theodor von Escherich

Como este mensaje no es ni médico ni griego (el que lo escribe no sabe ni medicina ni griego) basta decir ramplonamente que microorganismos procariotas son los que no tienen núcleo. Hace un siglo exacto que murió Theodor von Escherich, un pediatra germano-austriaco que, veintiséis años antes, había dado el nombre de bacterium coli a una bacteria procariota, huésped no sólo inocua, sino necesaria para el buen funcionamiento de nuestro intestino. Más adelante los colegas de Theodor quisieron que el nombre de ese parásito llevase el apellido de su descubridor.  
Anda ahora esa bacteria encabritada por una Europa más encabritada que ella, sin que se sepa por qué se ha puesto así de agresora, ni quién la ha elevado al grado de asesina, ni si han sido pepinos llegados del Oeste o pimientos del Este o berenjenas del Sur o aguas turbias y soja del lugar. Pero ese es el triste caso.  
Si intentásemos hacer una lista de enfermedades producidas por contagio, como la tripanosomiasis, el dengue, la leishmaniasis, la malaria, la esquistosomiasis, la ceguera de los ríos, la filariasis linfática, la encefalitis vírica, la fiebre amarilla, el cólera, la neumonía, la difteria, el antrax, el tétanos, la tuberculosis… no podríamos dormir tranquilos. Por dos razones unidas y suficientes para provocarnos insomnio: porque llegaríamos a la conclusión de que la lista no se acaba nunca y porque acabaríamos poniéndonos enfermos de antipatía hacia esa oscura y procariota realidad.
¿Dormimos tranquilos a pesar de que el aire que respiramos está plagado de gérmenes? ¿De dónde nos vienen esos aires de contagio personal y colectivo que envenenan tan rápidamente, tan solapadamente?
Nuestros hijos nacen y crecen en el descanso. Apenas llegan a casa se dejan caer sobre el sofá como un peso muerto (¡y tanto!) con un bote de algo líquido en una mano y un bocado de otro algo sólido en la otra. No hacen esfuerzos. Ni estudian ni juegan. De deporte, no se hable: “Pueden lesionarse, hay gente muy bruta, no vale para nada…”. De estudio, poquito. Y si algo sale mal, la culpa la tiene el profesor que es injusto, que se ha vengado porque un día me permití hacerle notar que…, que no sabe enseñar, que no se interesa lo más mínimo por sus alumnos, que para lo único que va allí es para cobrar.
Y cuando han espabilado, se vuelcan sobre el ordenador. Forman con él un solo ser. Abren la asombrosa ventana que les permite llegar a lo más recóndito del mundo. Del mundo que cada uno se selecciona y en el que pierde vista, alegría, creatividad, circulación sanguínea por las extremidades inferiores tan necesitadas de brega, admiración por la belleza… Y se alimenta de fantasía, de engaño, de invitación a lo de siempre, de impulso hacia la queja y la protesta, de veneno sutil que no mata sino que hace algo peor: produce la degeneración de la persona.
“¡Exagerado!” ¿Exagerado? A que hay muchos padres que dicen que sí y a los que todo eso les parece insignificante porque así están tranquilos, porque así gastan menos, porque de ese modo se hacen viejos más aprisa y nos dejan en paz. ¡Y podemos dormir tranquilos!