Dos de las culturas más ordenadas del pasado fueron, sin duda, la etrusca y
la romana. De la primera vino la segunda. Para ellos, en el ajetreo de pensar y
ordenar una ciudad nueva, había un precepto que seguían fielmente. Repasémoslo
con brevedad.
Se buscaba una superficie llana. En ella una yunta de bueyes, guiada por un
sacerdote, trazaba un primer surco de forma cuadrada o rectangular, que
constituía el pomerium de la futura
ciudad.
En el centro de cada lado se levantaba el arado, porque allí irían las
puertas: una en cada punto cardinal. La zona central interior, futura calle que
iba de Este a Oeste, se llamaba Decumano
Máximo. La otra calle, perpendicular a la primera, que iba de Norte a Sur,
era el Kardo Máximo. Y en su cruce,
centro de la ciudad, se hacía un agujero o mundus
cubierto con una losa que llevaba esta inscripción UBI TERRA
PATRUM IBI PATRIA. Sobre el mundus se colocaba la groma, instrumento
para el trazado recto de las calles.
Y los augures hacían los sacrificios oportunos para conocer las condiciones
salubres del lugar estudiando los hígados de los animales sacrificados.
Debemos estas noticias a Hyginus
gromaticus, agrimensor en tiempos del emperador Trajano, autor de varios
libros de agrimensura cuyo apellido-apodo se debía a su oficio, como habrás
intuido.
Proyectar, ordenar, construir, dotar una nueva ciudad romana era una labor
delicada, precisa, exigente y larga. Se trataba de obtener el favor de los
dioses, aplicar al arte a los estudiosos, acertar con el Sol y sus solsticios y
lanzar la vista a la lejanía para lograr calles perfectamente alineadas.
¿Y mis hijos? ¿Y mis pupilos? Empezamos soñando. Creemos que ya nos vienen
hechos. Nos molestan sus desvíos, aun los más pequeños. Y nos fastidia tener
que decir, una y otra vez, las cosas, porque no acaban de entender que las
queremos así y asá y no como a ellos les parece.
No acertamos. Y no porque no tengamos razón (que alguna vez sí la tenemos),
sino porque no hemos aceptado que la
educación es cosa del corazón, no de la cabeza (no siempre y
fundamentalmente).
Esas palabras que quedan subrayadas son de Don Bosco. Él tuvo una madre a la que quiso entrañablemente y de la que recibió siempre toda su entraña. Aprendió a educar al sentirse educado por ella. Y el carácter de Juan Bosco, ya desde niño, no era precisamente el de una persona endeble. Pero se dejó educar por quien le amaba, especialmente su madre, Margarita, y don Juan Melchor Calosso que le modeló como hombre cuando solo tenía catorce años.
Esas palabras que quedan subrayadas son de Don Bosco. Él tuvo una madre a la que quiso entrañablemente y de la que recibió siempre toda su entraña. Aprendió a educar al sentirse educado por ella. Y el carácter de Juan Bosco, ya desde niño, no era precisamente el de una persona endeble. Pero se dejó educar por quien le amaba, especialmente su madre, Margarita, y don Juan Melchor Calosso que le modeló como hombre cuando solo tenía catorce años.