La
Mancomunidad del Territorio de Sénia comprende algo más de 2.000 kilómetros
cuadrados. Son, como sabes, 27 municipios de Castellón, Tarragona y Teruel. Y
en ella hay un tesoro: casi 5.000 olivos milenarios en la mayor concentración
de viejos y gloriosos olivos del mundo. Tienen más de tres metros y medio de
perímetro y se elevan a 1,3 metros del suelo. Entre los estudiados por la
Universidad Politécnica de Madrid hay media docena que tienen entre 1.000 y 1.490
años. Y entre los que están todavía esperando que se les extienda su fe de nacimiento
hay uno en Ulldecona (Tarragona) que se calcula que llega a los 1.703 años.
El 9 de
junio 2016, en el Salón de conciertos Vigadó de Budapest, el Consejo
de Europa, ¡nada menos!, otorgó
una mención especial al Paisaje de olivos milenarios del Territorio Sénia (España), noble
paisaje olivarero, lleno de vida y de experiencia.
Parece que Sénia, el nombre que ha quedado, viene
de saniya, como llamaban los árabes
de la zona a una noria o aparato similar frecuente en aquellas tierras para
el riego. Hasta nosotros ha llegado como
acenia, usado en muchos lugares desde
el siglo XII o sus cercanías.
A
mí Senia me suena (pero que me suene no
quiere decir nada) a viejo. Con toda
la razón. Senex, vetulus… era viejo entre los romanos. En las culturas
llamadas clásicas ser viejo era un valor. Porque a esas edades se consideraba
que ser viejo era tener la mente (la sien)
madura, el corazón engrandecido y enriquecido por la experiencia, la prudencia,
la sabiduría, la paciencia, la bondad…
Es
sabio (de viejos o no) educar en el aprecio a los mayores. Hay muchos
argumentos para ello: el reconocimiento a su condición de fuente: de la vida,
del ingreso en la sociedad humana, del aprendizaje del oficio de ser recto y
justo, del sentido del equilibrio y la equidad, de saber dar al tiempo la pausa
que necesita para que el nuevo árbol (el hijo, el nieto…) crezca, se afiance, se
embellezca de flores, dé fruto…