¿Hay
en los animales sentimientos? Me gusta acariciar un hecho más que conocido y
viejo que tú recuerdas. Hace unos meses Brett Johnson, profesor de inmersión en
la costa de la isla Cayman Brac, una
de las islas del mismo nombre entre Cuba y Jamaica, narraba (y mostraba un
video a propósito): "Vino hacia mí como para pedirme ayuda". Se
trataba de un tiburón que nadaba suavemente hacia él y llevaba algo extraño
clavado en la cabeza: ¡un cuchillo de 30 centímetros! Brett se sintió llamado a
extraérselo y lo hizo. “Una vez que se vio libre del arma, sin duda agradecido,
el animal se alejó rápidamente de allí”.
A
nadie le extraña la conducta amiga, paciente, heroica de un perro hacia su
amigo humano, grande o pequeño. Y contemplando escenas en las que observamos
encantados esa actitud, quedamos asombrados.
¿Hay
en los hombres sentimientos? Me pregunto esto porque el panorama que nos
regalan los llamados medios despierta
en mí dudas. ¡Claro que hay en los hombres sentimientos! El hombre (¡y la mujer
mucho más!) es un manojo de sentimientos, un tesoro de sentimientos.
¿De
dónde surge entonces la duda? De que ese panorama suele ser el que trafica con
el interés, la morbosidad, el desahogo de los lectores, oyentes o
espectadores que quedan felices al
comprobar que hay gente peor que ellos. Hay algo de esto. También atrae
asomarse a hechos que tienen olor o sabor de misterio, de transgresión que uno
no se atrevería a probar.
Pero
lo que importa ante este mundo tan rico y serio de los sentimientos es que los eduquemos, porque podemos y
debemos educarlos. Que los sentimientos se educan o no se educan en la familia,
en la escuela, en los grupos, en las asociaciones lo demuestra la contemplación
del comportamiento en la vida social, en la de los medios, en la política, en tantas ocasiones
de relieve más o menos sobresalientes ante las que nos preguntamos o decimos,
por ejemplo, ¿De dónde ha salido este?, ¿Qué leche ha mamado este?, ¿Tendrá
padre?, ¡Pobre madre!...
Los sentimientos se cultivan, se educan, se implantan con un comportamiento en el que el contagio se impone día a día, momento a momento, con cada aliento de la vida.
Los sentimientos se cultivan, se educan, se implantan con un comportamiento en el que el contagio se impone día a día, momento a momento, con cada aliento de la vida.