lunes, 9 de mayo de 2016

La vida.

Creo que ninguno de nosotros se ha puesto a contar cuántos insectos o plantas… se conocen en la Tierra. Parece que, en números muy redondos, se ha llegado a proponer que los insectos conocidos (la referencia es, naturalmente, a especies, no a individuos) son más de 800.000. Menos, pero muchas también, son las plantas: 248.000; 200.000 los artrópodos no insectos (arañas, cangrejos, ciempiés…); 70.000 los hongos; 50.000 los moluscos; 30.000 los protozoos; 27.000 las algas; 19.000 los peces; 12.000 los platelmintos (esos gusanos que no tienen patas ni vértebras);  9.000 las aves; 9.000 las medusas; 6.300 los reptiles; 4.200 los anfibios; 4.000 los mamíferos...
Esto es lo conocido. Pero es frecuente encontrar en la prensa o, más todavía, en publicaciones especializadas, que se han descubierto nuevas especies. Por ejemplo, investigadores de la Universidad de Berkeley han clasificado 1.000 nuevas especies de bacterias y arqueas (parecidas a las bacterias, dicen los entendidos, pero diferentes), que viven en lagos, cuevas y bosques de nuestro Planeta, la Tierra.
Bastaría este burdo recuento para despertar en cada uno de nosotros una seria actitud de admiración y respeto ante la vida en cualquiera de sus modalidades. Pisar una hormiga es un acto que tal vez se haga pensando que molesta o que mancha o que nos puede invadir. Nada de eso sucede ni va a suceder. ¿Cuántos millones de años hemos convivido con ellos y no han deshecho el mundo?
Y sin embargo, respetar la vida, ese maravilloso don inexplicable, es algo que para algunos no tiene importancia. Cuando se trata de un ser humano (pensemos en una ejecución mortal, en la víctima de una reyerta, en eso que tan perversamente se llama “violencia de género”, en una guerra, en un aborto…) se está frustrando el recto camino de la construcción de la historia, se está produciendo un fracaso de Dios. Y no hay nada más aberrante que lo más venerable de la historia, que es la vida, se someta al capricho, a la barbarie, al desahogo de quien se convierte con ello en un ser vil y despreciable.

miércoles, 4 de mayo de 2016

Papiros.

Cuando en el verano del año 79 d.C. el Vesubio se cargó todo lo que pudo a su alrededor, lo hizo de forma diferente según las distancias. Pompeya, como sabes, quedó arrasada por el fuego, el viento y las rocas. La población de Herculano, un poco más cercana y hacia el Oeste, se vio invadida por la lava que quedó como incrustada en ella. Basta pensar que sobre ese enorme depósito de lava solidificada se empezó a construir, hacia el siglo X, otra ciudad que se llamó Resina, o porque había un caserío con el nombre de Risina o porque aparecía resina o algo parecido en aquellos parajes. Pero con gran acierto volvió a llamarse Ercolano en 1969.
Entre los hallazgos de su lenta excavación está la biblioteca mejor conservada de la antigüedad, casi en su integridad. Sus papiros quedaron a salvo de la erupción del Vesubio y son, después de tanto tiempo y de su rareza, un tesoro arqueológico muy notable. La mayor parte son tratados de filosofía escritos en griego. Pero… (es natural que haya “peros” después de tal catástrofe y tantos siglos) no se pueden desenrollar. Se presentan sumamente frágiles de modo que en el primer intento de hacerlo se dañó totalmente alguno de ellos. Por otra parte su contenido nos ha llegado por otras manos y otros lugares.  
De todos modos, cuando se quiso identificarlos y clasificarlos se recurrió a una lectura por medio de rayos X. Y se pudo constatar que la tinta usada, en contra de la idea de que la mezcla con hierro en tinta no se dio hasta el año 420 d.C., la de los pergaminos romanos de Herculano estaban escritos con una tinta hecha a base de negro de humo, la goma que más tarde se llamó arábiga, y plomo.
Este largo preámbulo puede servir para una reflexión breve en dos líneas. El asombro sobre el fenómeno de la inventiva humana al servicio desde siempre de la ciencia y de la sabiduría. Y la veneración que debemos mantener, a pesar del torrente de instrumentos que nos ofrece hora a hora la técnica actual, por las enseñanzas que nos vienen desde muy atrás, pero que conforman nuestra actitud de solidaridad con el pasado que se convierte en el presente en escuela de solidez y pertinacia.

viernes, 29 de abril de 2016

Pasado?

Da gusto saborear el fruto de la investigación de los estudiosos del pasado. Todo es quietud, madurez, hondura, misterio… Hace gozar (y sufrir al mismo tiempo) saber que, por ejemplo, en Galicia (según las conclusiones de los que se hunden en la historia para sentir la riqueza que ella encierra) hubo unos 420 monasterios reales,  conventuales, familiares, parroquiales… De ellos se conserva la memoria, la tradición, documentos más o menos completos y precisos, sus muros, la iglesia, los nobles restos medievales desde el siglo VIII hasta el comienzo del XVI.    
Lugares como Abadín, Baralla, Sobrado do Picato, Penela, Amoexa, Vilane, Baleira, o Mosteiro de San Pedro da Esperela donde se vertió sangre de moros y cristianos.  Duarría, Río Roza, Orizón, Labio... La Capela de San Martiño, los monasterios de  Vilafrío, de Santa María de Moreira, dependiente del espléndido cisterciense de Santa María de Meira.
La lista sería larga e impropia de un lugar tan modesto como este, pero sugeridora de sentimientos y preguntas como los que siguen y que bien pudieran ser el arranque para nuestros hijos de una reflexión gozosa. ¿Dónde está el origen de nuestros apellidos? ¿Sé que tengo ocho bisabuelos (¿tantos?; sí: cuatro ellas y cuatro ellos) sin los que la vigorosa planta de mi “yo” no habría crecido nunca o, al menos, así?  O, de otro modo, ¿quiénes fueron los que dieron nobleza a mi estirpe? ¿He pensado alguna vez que no soy hijo del azar o nacido en una col como el Totó adoptado como propio por aquella encantadora viejecita de Milagro en Milán
Y, más importante aún, ¿me siento, no solo deudor, sino compromisario en esa maravillosa ráfaga de vida que me viene desde tan lejos, desde tantos ancestros, desde lugares, estados y situaciones para mí desconocidos, pero a los que debo dar respuesta con mi conducta personal?
Nos corresponde educar, formar, tal vez encauzar o reencauzar vidas. ¡Debiera darnos placer acompañar - ¡arduo trabajo! - a nuestros educandos hacia el pasado: hacerles sentir que son herederos de generaciones sin número, con grandeza, con ilusiones - ¡todos los sueños! - sobre sus descendientes (incluidos ellos mismos); abrirles a la ilusionante idea de desplegar la bandera de su apellido como  un proyecto que embellezca la vida de muchas personas y dé luz y calor a muchas más...!

domingo, 24 de abril de 2016

La Herencia.

El perfil del Palacio de los Reyes de Navarra de Olite (Palacio Real o Castillo de Olite) ha despertado, sin duda alguna vez, tu atención y simpatía. Empezó a vivir como fortaleza (en aquellos tiempos todo tenía naturaleza de fuerza) en el siglo XIII. Y se remató en el siglo siguiente. Fue Carlos III, el Noble, quien en el siglo XV, comenzó la ampliación del anterior castillo, dando lugar al Palacio de los Reyes de Navarra. Y así te parecerá lo mires por donde lo mires, teniendo en cuenta la complejidad de su estructura y la variedad de sus estilos. Puedes apreciar esa variedad de elementos sobre todo si le sigues en su decadencia, su ruina, su abandono e incendios y, afortunadamente, su restauración y su vuelta a la belleza y a la vida a partir de 1923 y todavía en nuestros días.
Es tan bonito que se declaró como la primera maravilla medieval de España cuando cumplía cuatrocientos años de edad. Lo merece. ¡Lástima que los jardines que lo rodearon hayan desaparecido y se vea en lo alto, aislado, como un precioso trofeo encima de un armario. Pero todo se andará. 
Ese huevo que ves arriba le pertenece. No es sino la enorme tapa del enorme depósito de nieve como provisión para tiempos de sequía. Y me trae al pensamiento de nuestra actitud del vivir al día que hoy nos domina. Me atrevería a decir que “vivir al día”, pensando poco en el mañana y nada o casi nada en el pasado, es una enfermedad espiritual muy extendida. Y es grave porque, además de ser hereditaria, es gravemente contagiosa. El célebre y sabio carpe diem! de los romanos, tan mal entendido y tan peor aplicado, impera en nuestros ritmos. Y nos tiene sin cuidado cuando ahorramos esfuerzos en construir y construirnos sin que nos preocupe que, a lo mejor, la casa, hecha de ese modo, se nos puede venir abajo. El ahínco en estudiar, en capacitarnos para saber, para ser mejor, para vivir con más nobleza y servir con mayor honradez cede lugar al menor esfuerzo porque conocemos a muchos que sin esfuerzos de ayer van tirando hoy. ¡Y cómo tiran!

martes, 19 de abril de 2016

El Gris.

Llama fuertemente la atención el comportamiento del perro con el hombre. Por eso no extraña lo que se nos cuenta de la aparición de un perro, al que llamaron Gris, en momentos de peligro en la vida de Don Bosco. Lo vieron y acariciaron los muchachos del Oratorio. Y desde 1854, en que se dejó ver por primera vez, hasta 1866, el Gris acompañó a Don Bosco por Turín varias veces o le impidió salir de casa.       
Más asombrosa fue su aparición en Vallecrosia, una ciudad asomada al mar y a mitad de distancia entre Ventimiglia y Bordighera. Volvía Don Bosco a la casa salesiana acompañado por don Francisco Durando de una visita al obispo de la ciudad. Era una tarde lluviosa y transitaban por calles mal iluminadas y peor pavimentadas. Esto sucedió el 14 de febrero de 1883. El perro apareció delante de ellos y los fue precediendo a una cierta distancia hasta llegar a su destino. Don Francisco Durando decía que no había visto nada. Don Bosco, al comentar el hecho y cómo el perro acomodaba el paso al de los dos salesianos, decía que no podía ser el Gris, casi veinte años más tarde que el de Turín, pero que “seguramente era un hijo suyo o un nieto”.
Pero sigamos. A primeros de Mayo de 1959 regresaban algunos salesianos de Roma a Turín con la urna de los restos de Don Bosco que habían trasladado para la inauguración de la Basílica de Don Bosco en la capital de Italia. Apareció en La Spezia un perro que se empeñó en acompañar a la expedición. Don Renato Celato, un joven salesiano entonces, conducía el coche del Rector Mayor, don Renato Ziggiotti. Y nos cuenta que, al llegar de madrugada a la iglesia de la casa salesiana de la Spezia para descansar unas horas, vieron que había un perro echado junto a la puerta de la iglesia. Colocaron la urna en el presbiterio y el perro entró y se colocó debajo de ella. A mediodía del día siguiente salió al patio donde los muchachos jugaron con él sin que aceptase la comida que le daban. Pero a la hora de la comida subió el comedor de los salesianos donde dio varias vueltas por entre las mesas y donde alguno de los presentes le largó una patada. Salió de allí, pero cuando fueron a recoger la urna para viajar a Turín, lo encontraron debajo de ella, habiendo estado la iglesia cerrada. Siguió a la comitiva hasta Sampierdarena donde desapareció.   
Haz los comentarios que desees hacer, porque los míos serían, cuando menos, inoportunos.

jueves, 14 de abril de 2016

Gaius Appuleius Diocles

Cayo Apuleyo Ninfidiano y su hermana Ninfidiana dedicaron a la Fortuna Primigenia, en Palestrina, una estatua en recuerdo y honor de su padre, Cayo Apuleyo Diocles, que murió en aquella ciudad “a los 42 años, siete meses y veintitrés días” en 146. En la base del monumento pusieron sus hijos la lápida que bien puedes leer arriba, pero que transcribo por si acaso no.

                                                  C. APPVLEIO DIOCLI
                                               AGITATORI PRIMO FACT
                                            RVSSAT NATIONE HISPANO
                                              FORTVNAE PRIMIGENIAE
                                      DD.C. APPVLEIVS NYMPHIDIANVS
                                                 ET NYMPHYDIA FILII
Cayo Apuleyo Diocles había nacido en Mérida Augusta (lo dice brevemente la tercera línea). Y había sido conductor – agitator - de cuadrigas en el equipo rojo (se lee en las líneas segunda y tercera).
Desde que Nerón, casi un siglo antes, había traído de uno de sus viajes a Grecia el espíritu deportivo, los juegos y un poco más tarde sus sucesores el pan gratis, habían empezado a corromper a una ciudadanía, la de la capital del Imperio, que estaba más por divertirse que por trabajar. Los circos (“máximo”, al pie del Palatino, y el de Calígula y Nerón, al pie de la colina Vaticana) eran lugares de encuentro, de apuestas, de comida, de luchas y de pasarlo bien durante horas y horas y hasta días y días.
Algún experto ha sumado los premios que nuestro paisano Cayo Apuleyo desde que empezó a correr a los 18 años, hasta su retirada profesional, pudo ganar en su carrera de carros: hasta 35.863.120 de sextercios, que hoy serían – aventura un cálculo posible - 13.600 millones de euros.
En el circo de Nerón apareció, entre otras dedicadas a héroes del mismo deporte, una lápida en la que se contaban detalladamente sus proezas: 4.257 carreras (alguna hasta con siete caballos unidos en un mismo tiro) y 1.462 victorias; dando, además, el nombre glorioso de los caballos. Y sus ganancias.
Nos vale para meditar. La grandeza debe nacer de la entrega constante. El honrado no es el que lo es en un acto concreto, siendo artero en los demás, sino el que ofrece en una bandera llena de sudor tal vez, pero limpia de marrullería, el fruto de su trabajo. Y tenaz no es el que pone toda su fuerza en conseguir un premio halagüeño, sino el que pone en su vida, día a día, acto a acto, gesto a gesto, la constancia del esfuerzo sin mengua hasta que la cuerda aguanta.
Nuestro arte de educadores y padres consiste en alentar sin desfallecer, con la belleza de la trasparencia, el entrenamiento de nuestros artistas de la  vida en ciernes. 

sábado, 9 de abril de 2016

Y volvió!!

Sin duda conoces la anécdota. Joâo Pereira de Souza, jubilado como pescador y albañil, de 71 años, vive en una isla cercana a la costa de Rio de Janeiro, Brasil. En 2011 encontró una mañana en la playa un pingüino cubierto de petróleo y con grandes dificultades para moverse y, probablemente, vivir. Se lo llevó a su casa y le dedicó casi diez días para dejarlo limpio y fuerte de modo que pudiese vivir en libertad. Se despidió de Dindim (le había regalado también ese delicioso nombre) sin suponer lo que sucedió algunos meses más tarde: que Dindim volvió. Y desde entonces, cada año ese cariñoso Spheniscus magellanicus (¡con lo bonito que es Dindim!) después de recorrer unos dicen que cinco mil, otros que hasta ocho mil kilómetros, regresa para pasar unos días con su amigo.
Me resulta muy difícil definir eso tan misterioso que llamamos sentimiento. Tiendo a creer que brota de un juicio racional que el hombre elabora a partir de experiencias, de relaciones, de sensaciones. Y quedo alelado cuando conozco la “conducta” de perros que demuestran que sienten, que recuerdan, que agradecen, que necesitan pagar con su “afecto”; que lloran la ausencia del que “aman” (¡porque aman!) y se agitan como fuera de sí cuando vuelven a encontrarlo. También los pingüinos, como los perros, tienen “alma” y me doy cuenta de que todo ser vivo (no sé si los gatos también) se modela interiormente con una actitud de dependencia amorosa que los guía. Hemos visto el modo de comportarse con ternura (¡pobrecitos, con la ternura de que son capaces!) los elefantes huérfanos cuidados y mimados por sus tutores.
¿Y el hombre? Me temo que el hombre es mucho más inteligente (¡menos mal!) y por eso es capaz de fabricar sentimientos voluntarios y tal vez conscientes de cálculos, rechazos, exigencias, despechos, resentimientos, venganzas y hasta violencia.
¿Cómo es posible? No han recibido amor. Es triste oír a algún padre que dice de su hijo: “Me ha salido…”. Los hijos no “salen”. Son, decía el del verde gabán del Quijote, pedazos de la entraña de sus padres. Pero cuando el padre no sabe amar, amar siempre, amar en todo, amar sobre todo, amar cuando exige, cuando corrige, cuando propone, cuando endereza, cuando se muestra “decepcionado”… el hijo se tuerce. Porque se ha retorcido interiormente al convencerse de que su padre no le quiere.

lunes, 4 de abril de 2016

Takinoue.

Será verdad o no será verdad. Yo tiendo a creer que, siendo tan bonito, no puede ser sino verdad. En Shintori, de la prefectura de Miyazaki, en Japón, viven la señora Kuroki y el señor Kuroki. Tal vez lo sabes ya. Nos sonríen desde la foto. Cultivan el campo y, como buenos japoneses, la belleza. Detrás de ellos se puede ver un mar de flores que no han nacido porque sí. El señor Kuroki, nos dicen, se propuso curar con ellas a su esposa, afectada de ceguera y de otro mal peor, la tristeza y la depresión. Desde 1956 viven en ese lugar. Poco a poco en su larga vida la diabetes, leemos en la noticia que comentamos, sumió a la señora Kuroki en una creciente ceguera y en una incurable desgana que la fue recluyendo en su hogar.
Pero el corazón de un enamorado (mira su mano sobre el hombro de su amada) fue capaz de crear un mundo nuevo. Sembró semillas de ternura y 'shibazakura', una especie de rosas muy aromáticas. El olor de tantas flores y el calor del amor de su marido hicieron que la esposa saliese al sol, al aire y a la encariñada caricia del esposo sobre su hombro que refleja la de su corazón. Te hará bien leer más de esta noticia en algún medio de comunicación de esos pocos que regalan auténtica belleza y sincero amor.
Mientras tanto, puedes pensar y preguntarte conmigo: ¿cómo es el mundo que cultivo?; ¿qué semillas siembro en él?; ¿qué lo llena?; ¿son mi gusto, mi proyecto, mi interés, mi cuenta bancaria las rosas que riego para mí?; ¿no me he dado cuenta de que la inercia sigue alimentando en mí al niño caprichoso del pasado, molesto por todo lo que los demás hacen y no me gusta y empeñado en que los demás hagan lo que me gusta a mí?; ¿me empeño en pensar que la razón está siempre de mi parte, que si cedo es por no pasarlo yo mal y no para que los míos crezcan con el buen olor de una familia que se ama? Es decir, ¿me he empeñado en ser, y lo vivo con arrojo, un verdadero esposo, un auténtico padre, un valiente educador?

miércoles, 30 de marzo de 2016

El Cobia.

…o la cobia. ¿La conoces? Tal vez por otros nombres: esme-dregal, pejepalo, bonito negro… Es un pez marino único en su especie y género: Rachycentron, dicen los que hablan difícil, que vive especialmente en aguas tropicales; de cabeza ancha y aplastada con el lóbulo de la aleta de la cola más largo que el inferior. Tal vez para parecer más atractiva tiene dos bandas finas plateadas en sus costados.
No te fíes. No solo porque puede llegar a viejo, 15 años, sino porque puede llegar a medir dos metros y pesar casi setenta kilos. Es más bien solitario. Aunque por el aprecio de su carne se cultiva en piscinas dentro del Pacífico a algunos kilómetros de las costas de Panamá, Ecuador y Colombia. Pero es un depredador voraz que acaba con todos los crustáceos, calamares y corvinas que llegan a su boca.
Hace unos meses la rotura de uno de sus criaderos, frente al Ecuador, hizo que se rompiese y una gran cantidad de cobias decidiesen vivir su vida y campar a sus anchas. La explicación que dieron las autoridades entendidas fue la del “avanzado deterioro y falta de mantenimiento en las jaulas contenedoras”.
Algunos pescadores consultados afirmaron que estos cobias “han arrasado con todo a su paso y los han dejado sin alimento ni con qué sustentarse en Ecuador, Colombia y Panamá… Lograron nadar 1.000 kilómetros en dos meses y medio y ahora ponen en jaque las costas de Colombia, Panamá y México”. Y los científicos del Instituto Smithsoniano alertan en la BBC “sobre los efectos de largo alcance sobre la pesca y la ecología marina en el Pacífico Oriental”. Como al cobia no hay ningún otro pez que lo cace hace de su mundo marino un reino de destrucción.
Y como esta no es una lección de ictiología, pasamos a la aplicación a nuestras vidas. ¿No nos da miedo (o sin miedo porque somos valientes) que una cobia humana o una bandada de cobias humanas anden sueltas haciendo lo que les parece que es su derecho y la victoria de sus convicciones y acaben con la vida de los que andamos atontados sin tener en cuenta ese peligro? Analiza, lector amable y precavido, la situación de indefensión de ciudadanos e instituciones que creen que todo lo nuevo, por muy tragona cobia que sea, está muy bien y que deben tener libertad para adueñarse de sus aguas porque están en su derecho. Es verdad que nuestros jóvenes deben crecer cultivando su libertad, pero es un deber suyo y nuestro alimentarla de modo que no se convierta en despiste y veleidad. El justo criterio, la adecuada cercanía, la amistad y el prestigio de nuestro sensato magisterio puede y debe servirles para que juzguen con acierto antes de adherirse a las bandas plateadas de la novedad y el atractivo de los portadores de muerte.

viernes, 25 de marzo de 2016

El GENIS de Umberto Eco.

En esta casa salesiana de Niza Monferrato aprendió Umberto Eco a tocar el genis en la Banda Musical O.S.A. del Oratorio. En aquel Oratorio encontró a un joven sacerdote, pequeño de estatura, pero inmenso de corazón, don Francisco Celi, que dejó su vida educando, construyendo, animando, alegrando a muchos cientos de jóvenes desde 1941 hasta cincuenta años más tarde; mejorando la casa, la iglesia, el teatro, los juegos del oratorio, el campo de fútbol, las clases, buscando penosamente trabajo a los que habían salido del colegio en años difíciles de la guerra. “Aquel pequeño salesiano de acero era un horno de ideas y un torbellino de acción: había puesto todo en las manos de Dios”.
El fiscorno contralto (llamado también genis) es un instrumento musical, en tono de Mi bemol de la familia de los cobres que se usaba en las bandas. En el capítulo 119 de su novela El péndulo de Foucault usó Umberto Eco ese nombre, añorando sin duda  el aprendizaje que él hizo a los 13 años de la mano de Don Francisco Celi.  Uno de los personajes, cuando joven, desea ardientemente tocar la trompeta en la banda para poder impresionar a una cierta Ceceilia con una sonatina.
«…El genis – me dijo don Tico – es la osamenta de la banda, es su conciencia rítmica, su alma. La banda es como un rebaño¸ los instrumentos son las ovejas, el maestro es el pastor, pero el genis es el perro fiel y gruñón que lleva al paso a las ovejas.  El maestro mira ante todo al genis, y si el genis le sigue, las ovejas le seguirán…».
Era un recuerdo de infancia, sin duda, un afectuoso recuerdo que, como todos los antiguos alumnos de Nizza, guardaba de don Francisco Celi, un pequeño hombre gigante, un padre incansable y lleno del afecto que trascendía de su sacerdocio.
Pero era también un principio educativo que intuyó en el estilo de Nizza y que llevó siempre en su labor de formador. Un líder del espíritu, un genis, es un instrumento valioso para consolidar amistad, compañerismo, fidelidad, tesón y búsqueda común de metas nobles.