"El Evangelio de la resurrección de Jesucristo comienza
con el ir de las mujeres hacia el sepulcro, temprano en la mañana del día
después del sábado. Se dirigen a la tumba, para honrar el cuerpo del Señor,
pero la encuentran abierta y vacía. Un ángel poderoso les dice: «Vosotras no temáis»,
y les manda llevar la noticia a los discípulos: «Ha resucitado de entre los
muertos y va por delante de vosotros a Galilea». Las mujeres se marcharon a
toda prisa y, durante el camino, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «No temáis:
id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán». No tengáis
miedo, no temáis, no temáis. Es la voz que anima a abrir el corazón para
recibir este anuncia porque después de la muerte del Maestro, los discípulos se
habían dispersado; su fe se deshizo, todo parecía que había terminado,
derrumbadas las certezas, muertas las esperanzas. Pero entonces, aquel anuncio
de las mujeres, aunque increíble, se presentó como un rayo de luz en la
oscuridad. La noticia se difundió: Jesús ha resucitado, como había dicho... Y también
el mandato de ir a Galilea; las mujeres lo habían oído por dos veces, primero
del ángel, después de Jesús mismo: «Que vayan a Galilea; allí me verán». No
temáis e id a Galilea. Galilea es el lugar de la primera llamada, donde todo empezó.
Volver al lugar de la primera llamada. Volver allí, volver al lugar de la
primera llamada. Jesús pasó por la orilla del lago, mientras los pescadores
estaban arreglando las redes. Los llamó, y ellos lo dejaron todo y lo
siguieron.
Volver a Galilea quiere decir releer todo a partir de la
cruz y de la victoria. Sin miedo, no temáis. Releer todo: la predicación, los
milagros, la nueva comunidad, los entusiasmos y las defecciones, hasta la traición;
releer todo a partir del final, que es un nuevo comienzo, de este acto supremo
de amor.
También para cada uno de nosotros hay una «Galilea» en el
comienzo del camino con Jesús. «Ir a Galilea» tiene un significado bonito,
significa para nosotros redescubrir nuestro bautismo como fuente viva, sacar energías
nuevas de la raíz de nuestra fe y de nuestra experiencia cristiana. Volver a
Galilea significa sobre todo volver allí, a ese punto incandescente en que la
gracia de Dios me tocó al comienzo del camino. Con esta chispa puedo encender
el fuego para el hoy, para cada día, y llevar calor y luz a mis hermanos y
hermanas. Con esta chispa se enciende una alegría humilde, una alegría que no
ofende el dolor y la desesperación, una alegría buena y serena.
En la vida del cristiano, después del bautismo, hay otra
Galilea, hay también una «Galilea» más existencial: la experiencia del
encuentro personal con Jesucristo, que me ha llamado a seguirlo y participar en
su misión. En este sentido, volver a Galilea significa custodiar en el corazón
la memoria viva de esta llamada, cuando Jesús pasó por mi camino, me miró con
misericordia, me pidió de seguirlo; ir a Galilea significa recuperar la memoria
de aquel momento en el que sus ojos se cruzaron con los míos, el momento en que
me hizo sentir que me amaba.
Hoy, en esta noche, cada uno de nosotros puede preguntarse:
¿Cual es mi Galilea? Hacer memoria, ir atrás ¿Dónde está mi Galilea? ¿La
recuerdo? ¿La he olvidado? Búscala y la encontrarás, allí te espera el Señor.
He andado por caminos y senderos que me la han hecho olvidar. Señor, ayúdame:
dime cual es mi Galilea; sabes, yo quiero volver allí para encontrarte y
dejarme abrazar por tu misericordia. No tener miedo, no temer. Volved a Galilea.
El evangelio de Pascua es claro: es necesario volver allí,
para ver a Jesús resucitado, y convertirse en testigos de su resurrección. No
es un volver atrás, no es una nostalgia. Es volver al primer amor, para recibir
el fuego que Jesús ha encendido en el mundo, y llevarlo a todos, a todos los
extremos de la tierra.
«Galilea de los gentiles»: horizonte del Resucitado,
horizonte de la Iglesia; deseo intenso de encuentro... ¡Pongámonos en camino!