Como casi todos los
norteamericanos, Ra Paulette acudió a la Universidad. No le fue. Trabajó
después – dicen las fuentes - en distintos frentes como el de empleado de
correos, guardia de seguridad, obras públicas para instalación de tuberías… No
le fue. Tenía un “sino” que le apartó hasta el desierto de Nuevo México donde,
a partir de 1985, se le despertó el ímpetu de “descubrir algo que ya estaba
allí” abajo, cuenta él. Se sintió arqueólogo. Creó un mundo artístico a partir
de una capillla subterránea, de una red de 14 galerías con una inmensa catedral
en un conjunto de 8.400 metros cuadrados. Una escalera, un pico, una pala y una
mente creadora le han movido durante 25 años a crear obras “que no sean un fin
en sí mismas, sino una herramienta de cambio espiritual y social”. Es verdad
que se han concedido media docena de premios a documentales que presentan el
fruto de su trabajo, pero él afirma: “No gasto ni un gramo de mi energía en
tener éxito”. Prefiere "el polvo, la soledad y la belleza de la
naturaleza". Se afirma que su historia “El
exacavador” podría quedar premiada con el Oscar al mejor cortometraje
documental. Pero él se encierra en sus 'cavernas de meditación', como las
llama, al margen de la venta de la que se habla por un millón de dólares.
A sus 67 años es un
ejemplo de muchas cosas: imaginación, trabajo, libertad de espíritu,
iniciativa, creatividad, tesón, tenacidad, indiferencia ante la gloria humana,
constancia, esfuerzo, entusiasmo (“pienso en ello las 24 horas del día”, dice)…
Puede ser que el
conjunto de su vida y de su obra no nos sirva de modelo para el cabal ciudadano
que queremos ser o queremos formar. Pero ¡cuantos de sus rasgos nos sirven para
trazar un perfil casi ideal de quien desea cambiar espiritualmente a la sociedad como él desearía y aportar el fruto de una vida que haga el mundo más
bello, más grande, más generoso.