martes, 28 de enero de 2014

Ra Paulette.



Como casi todos los norteamericanos, Ra Paulette acudió a la Universidad. No le fue. Trabajó después – dicen las fuentes - en distintos frentes como el de empleado de correos, guardia de seguridad, obras públicas para instalación de tuberías… No le fue. Tenía un “sino” que le apartó hasta el desierto de Nuevo México donde, a partir de 1985, se le despertó el ímpetu de “descubrir algo que ya estaba allí” abajo, cuenta él. Se sintió arqueólogo. Creó un mundo artístico a partir de una capillla subterránea, de una red de 14 galerías con una inmensa catedral en un conjunto de 8.400 metros cuadrados. Una escalera, un pico, una pala y una mente creadora le han movido durante 25 años a crear obras “que no sean un fin en sí mismas, sino una herramienta de cambio espiritual y social”. Es verdad que se han concedido media docena de premios a documentales que presentan el fruto de su trabajo, pero él afirma: “No gasto ni un gramo de mi energía en tener éxito”. Prefiere "el polvo, la soledad y la belleza de la naturaleza". Se afirma que su historia “El exacavador” podría quedar premiada con el Oscar al mejor cortometraje documental. Pero él se encierra en sus 'cavernas de meditación', como las llama, al margen de la venta de la que se habla por un millón de dólares.
A sus 67 años es un ejemplo de muchas cosas: imaginación, trabajo, libertad de espíritu, iniciativa, creatividad, tesón, tenacidad, indiferencia ante la gloria humana, constancia, esfuerzo, entusiasmo (“pienso en ello las 24 horas del día”, dice)…
Puede ser que el conjunto de su vida y de su obra no nos sirva de modelo para el cabal ciudadano que queremos ser o queremos formar. Pero ¡cuantos de sus rasgos nos sirven para trazar un perfil casi ideal de quien desea cambiar espiritualmente a la sociedad como él desearía y aportar el fruto de una vida que haga el mundo más bello, más grande, más generoso.

jueves, 23 de enero de 2014

¡Han robado un nenúfar!



Así es de pequeña y de bonita la Nymphaea thermarum. El único ejemplar que había en la colección de nenúfares del Real Jardín Botánico de Kew (entre Richmond upon Thames y Kew, al Suroeste de Londres) una inmensidad de belleza de 120 hectáreas donde trabajan 700 personas. Carlos Magdalena, asturiano, investigador, descubridor, conservador… denunció la desaparición del nenúfar enano, ¡el único de Kew!, sucedido el pasado día 9 de enero. Se trata de una especie que procede de Ruanda. ¡y que, por estar en peligro de extinción, la llevó al Real Jardín, según nos dicen los medios, nuestro gijonés! Scotland Yard está detrás del autor del robo, pero…
En el jardín está uno de los mayores y mejores bancos de semillas del mundo. Y en él se yerguen pabellones, pequeños palacios, museos… que albergan ejemplares  soberbios de especies preciosas.
Cuando la obsesión por la educación de los niños, de los jóvenes (y de los adultos) ronda por la cabeza, como a mí me sucede, acude este pensamiento: ¿Cuántas “especies preciosas” de la educación, de la maduración, de la formación de las personas han desaparecido y siguen desapareciendo, con peligro de extinción, de este mundo en el que parece que lo tenemos ya todo, y que todo lo que tenemos nos parece que está bien?       
Parece como si fuese una necesidad adquirir el grado suficiente de vulgaridad para parecernos a los muchos que la cultivan, no sólo para no llamar la atención, sino porque nos parece que ser vulgares es el mejor modo de llamar la atención. ¿En qué estoy pensando? En muchas cosas. Y los inteligentes lectores de estas líneas están repasando, estoy seguro, otras tantas líneas escritas en la vida social y dándome la razón.   
Vayamos, por ejemplo, a uno de esos panfletillos, que no sé por qué se llaman “del corazón”, para reflexionar sobre estas tres cosas: cómo hay quien cree que es ejemplar publicar un producto como ese; cómo hay quien ofrece jirones de su vida, no precisamente ejemplares, para salir en esa prensa; y cómo hay quien alimenta su difusión y se alimenta con la basura que ofrece.
Ya sé que hay quien me acusará diciendo: “¡Ya estamos!”, “¡Intransigente!”, “¡Deja que cada uno haga, diga, coma… lo que quiera!”.
¿Lo ves? ¡Pero sigo queriendo que se salve la nymphaea thermarum! 

sábado, 18 de enero de 2014

Shangri-La.



“Horizontes perdidos” era el título de una novela que el inglés James Hilton escribió en 1933. Algunos años más tarde (1937) la llevó al cine Frank Capra. Y en ella se lució, como siempre, el autor del fondo musical, Dimitri Tiomkin. Vale la pena verla para los que gozan y sufren con las aventuras fantásticas y los sueños fallidos de quienes quieren ser felices y no lo logran: Los pasajeros de un avión que sufre un accidente reciben la atención de los habitantes de Shangri-La, un valle del Tibet, que viven felices y sin envejecer. Pero… ¡siempre allí! Y entonces se le ocurre a uno de ellos, Robert Conway, huir de aquel lugar de feliz monotonía con Sondra, una joven del lugar de la que se enamora. Pero al llegar a la “normalidad” de la vida ¡Sondra recobra el aspecto de su verdadera edad centenaria!
El pasado 10 de enero se incendió gran parte de la ciudad de Dukezong, la “Ciudad de la Luna”, en la Ruta de la Seda y con más de 1.300 años de antigüedad, donde Hilton había situado, según parece, el lugar de su utopía, Shangri-La. Cientos de casas y tiendas de la zona más antigua, casi en su totalidad de madera, han sucumbido, dicen los cronistas, ante el fuego que no respeta antigüedades ni utopías ni sueños. A la 01.30 de la noche, tal vez manos aviesas movidas por corazones sucios atentaron contra el tiempo y el arte.
De ello, aunque lamentándolo por muchas razones, podríamos aprender algo. De la “utopía”, porque desde Tomás Moro usamos ese nombre o esa palabra para huir de nosotros mismos. Pero ya lo habían hecho, sin llamarla así, Eva y Adán. ¿Querían gozar de la manzana o salir de su solitaria espera apenas estrenada? Lo consiguieron. Un artilugio, al que llaman bombo, ha hecho que muchos esperásemos los días pasados salir de nuestra condición de pobres hombres, trasladados, en sueños confesados, a yates de lujo y ocio.
¿Perdemos, por soñar, fuerzas que necesitamos para ser lo que de verdad somos? Lo paradójico es que huyamos del lugar en el que podemos conservar siempre verde nuestra juventud a lugares donde se nos marchitan hasta los sueños.

lunes, 13 de enero de 2014

Gemelos.



Rostov del Don (en ruso Rostóv-na-Donú) es una gran ciudad de Rusia, capital del óblast (algo así como región o provincia…) de Rostov, situada en la desembocadura del río Don sobre el mar de Azov. ¿Ya te has situado? Es una ciudad muy antigua e importante (colonia griega, fortaleza genovesa primero y turca después) con más de un millón de habitantes hoy, muy industrial, comercial y notable nudo de comunicación (¡el Don es muy don!). Disfruta de una espléndida Catedral de la Virgen de la Natividad, se forma en varias universidades, se entretiene con dos equipos de fútbol de primera División (el CF Rostov y el CF SKA Rostov y será una de las sedes de la Copa Mundial de Fútbol de 2018) y su equipo de balonmano juega en el Campeonato de Rusia de balonmano. Y… (esto es lo que ahora nos interesa) ¡tiene una unidad militar compuesta sólo por hermanos mellizos!: la uniformidad duplicada a las armas, vamos. Es una unidad contra revueltas y está acuartelada en esta ciudad. ¿Qué ventaja tiene mantener a algunos pares de mellizos en una unidad militar? Parece que al trabajar en equipo fraterno y gemelar se entienden de perlas, al vuelo, sin palabras: se miran y ¡ya está! O, sin mirarse, reaccionan de un modo igual o muy cercano. Y además, sorprenden y desconciertan al enemigo con sus apariciones y reapariciones programadas.
Hasta aquí la anécdota y su ubicación. Pero de un hecho como éste podrían sacarse reflexiones y decisiones parecidas a las que siguen: ¿Nos preocupa la unidad de criterio, de solución, de actuación en los equipos que formamos: familia, amigos, clubes, asociaciones…? ¿Soñamos con una familia feliz? Y, al mismo tiempo, ¿nos proponemos hacer que lo que llamamos familia sea de verdad una familia? ¿Acudimos a la reunión de nuestra asociación con el ánimo de hacerla más compacta, más “asociada”, más rica en unión y fuerza, más eficaz, más generosa, más… o voy a ella queriendo exponer mi última ocurrencia, porque me parece que es deslumbrante, que soy un genio, que por ella me ensalzarán todos los que la acepten?
Es sólo una cuestión de sentido común que hace veintisiete siglos grabó Esopo, el Moreno, dicen, en la frase “la unión hace la fuerza” de su fábula Los Hijos del labrador. ¿Y dónde está el sentido común?

miércoles, 8 de enero de 2014

Presumir.



El crucero Costa Concordia es el primero de los hermanos gemelos Pacifica, Favolosa, Fascinosa y Carnival Splendor, como todos sabéis. Se presentó en sociedad en julio de 2006 y navegó en su esplendor hasta el 13 de enero de 2012. Con sus 114.500 toneladas pudo lucir el mensaje de unidad y concordia de su estirpe hasta que un accidente – según parece, leve – acabó con sus deseos: una vía de agua de 70 metros de longitud le hizo zozobrar y escorarse casi 90 grados con la irreparable pérdida de la vida de 32 personas.
Era (y sigue siéndolo, pero derrotado) largo: 290,20 m.; ancho: 35,50; y profundo: 8,20 m. de calado (lo de eslora y manga queda para los especialistas). Lo lanzaban por las aguas, con una velocidad de hasta 19,6 nudos (más o menos 33 kilómetros por hora,  seuo), seis motores de 75.600 kW. Tenía 1.555 cabinas de lujo y 70 suites de superlujo; un Samsara Spa, con fitness, gimnasio, piscina de  talasoterapia, sauna, baño turco, solárium… más otras cuatro piscinas, cinco jacuzzis y otros cinco spas; cinco restaurantes, dos Clubes y trece bares…; un teatro, casino y discoteca, un área para niños, un simulador de Grand Prix motor racing y un Cibercafé.
Ya había tenido un susto cuatro años antes en Palermo: parece que una ráfaga de viento impertinente lo llevó hasta un muelle flotante y se dañó su estribor. Pero todo se arregló.
¿Y…?
Virgilio en sus bucólicas (2,17) advertía y sigue advirtiendo: “¡Hermoso muchacho, no te fíes demasiado de tu aspecto!” (O formose puer, nimium ne crede colori!). Unos menos, otros más y otros mucho vivimos fiados de la apariencia, de nuestra apariencia y de la de los demás. Presumir es poner por delante lo que suele siempre quedar atrás. Cuántas veces hemos dicho y hemos oído decir con asombro, reprobación y casi como disculpa: “¡Pues parecía…!”. Hay personas que “parecen” y se esfuerzan en “parecer” y se apoyan en el “parecer” de las cosas, de las personas y de los acontecimientos como si la cáscara poseyese siempre el sabor del fruto. Y en esto no suele haber escarmiento, es decir, la corrección de conducta que supone haber tropezado, el látigo que se aplicaba a los escolares para que aprendiesen, o la burla mucha veces cruel que se hace del que vive del viento.