Juike es una muchacha juiciosa. Estaba contemplando la sopa en
camino (cangrejos en el agua que empezaba a calentarse), cuando observó y grabó
la escena. Uno de los rojos artrópodos se dijo para sí y actuó en consecuencia:
“¡Se acabó!”. Se arrancó una quela (que estaba enganchada en las patas de otros
compañeros de suplicio) con la otra, y salió del agua y de la muerte. Ahora
tiene solo una pinza, pero ¡vive! en el acuario de Juike que le ayudó en su
decisión.
Y
debemos tener en cuenta la lección. Sucede con frecuencia que ignoramos el
lastre que pesa sobre las débiles conciencias que tanto amamos: alumnos, hijos,
discípulos, miembros de un club, de una asociación. No llegamos a apreciar el
peso que la conducta de los adolescentes pone en la orientación de otros
adolescentes. Hay muchachos brillantes por su simpatía, su afecto (real o
fingido), su cercanía, su disponibilidad en la ayuda, su amistad… que,
queriendo o sin querer, enganchan en su vida la de otros. Y muchas veces esos
“otros” no son capaces de distinguir el oro del brillo y se dejan moldear
aceptando como ideal el ejemplo del amigo deslumbrante.
Lo
peor es que el moldeo afecta al criterio. Y el criterio se convierte a su vez
en molde de la vida. A veces nos preguntamos: “¿Pero de dónde ha sacado este
muchacho, este hijo mío… esos modos de pensar, de argumentar, de proceder…? Has
estado distraído mientras tu hijo empezaba a madurar. Aceptó (sin que tú te
interesases por ello, porque estabas en “babia”) un injerto tal vez extraño,
tal vez contrario al tuyo (¡siempre recto!), tal vez pernicioso…
¿Cuál
es el camino? Que tengáis un camino común. No se trata de que lo atosigues:
necesita cultivar su libertad de mirada, de apreciación, de opción. Pero tu
conducta hacia él, tu madurez serena y respetuosa, la decisión y claridad de
exigencia de tu personalidad, deben encenderse de tal modo que comprenda que
son la luz orientadora que debe orientarle en el posible túnel en el que siente que
se encuentra.