Hace ya algunos años, bastantes, tuve la oportunidad
y el agrado de colaborar en una encuesta de extensión europea. Se trataba de
obtener el parecer de adolescentes sobre el Ego
ideal. Es decir, cómo era para un adolescente la persona que consideraban
modelo. Mi trabajo fue sencillo: proponer por escrito a un número amplio de
muchachos estas dos preguntas: Describe a la persona que te parece ejemplar
entre las que conoces. Si hay alguna persona entre las que conoces que
corresponde a esa definición de ejemplar, ¿quién es?
Para enviar al centro de estudio de la encuesta debí
leer todas las respuestas y clasificarlas. Como se puede pensar, las respuestas
a la primera pregunta eran muy variadas, aunque todas ellas giraban alrededor
de un modelo común. No me produjeron sorpresa. Pero sí las respuestas a la
segunda: Mi Maestro fueron
extrañamente las más frecuentes. Extrañamente, porque superaban en gran número
a las repuestas Mi padre, también
abundantes.
Recordando aquel trabajo he pensado muchas veces
cómo serían hoy los resultados. Hoy ya no hay maestros. En las escuelas de
muchachos adolescentes hay profesores. Sin duda muy competentes en su materia,
pero con un cometido en el que el aprecio del alumno por su persona queda menos
marcada porque son muchos los profesores y por la relativa brevedad del tiempo
que pasan con los alumnos.
Pero mi reflexión va también y con más fuerza en otra
dirección. Hubo un tiempo en el que el maestro era muchas veces el forjador de
la personalidad del alumno. Convivía con él. Y muchas veces, afortunadamente,
tratar, contemplar, apreciar, admirar y querer a aquel hombre que dedicaba
tanto de su vida por ellos, que manifestaba no sólo la grandeza de sus
conocimientos, sino la de su paciencia, constancia, cercanía y honradez y que
despertaba en los jóvenes destinatarios de sus esfuerzos las ganas de parecerse
a él. Si no como maestro, sí como persona.
Y… ¿es el padre hoy el “sucesor” del maestro de
antes? ¿O se encuentra con que el trabajo le impide estar con su hijo,
interesarse por su progreso en todo día a día, aguantarle en sus deficiencias
sin impacientarse porque saca malas notas, estimularle con el aprecio, el
seguimiento, la cercanía?
Sería triste que si hoy se hiciese una
encuesta como aquella, el padre no quedase al menos en segundo lugar en la
escala del aprecio de su hijo.
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