jueves, 6 de febrero de 2014

Democracia, ¿para qué?



Cuando el 20 de agosto de 1823 moría el papa Pío VII (Bernabé Chiaramonti) no sabía que un mes antes (en la noche del 15 al 16 de julio) un incendio había destruido casi totalmente la imponente basílica de San Pablo Extramuros. ¿Para qué entristecer la pesada agonía, a los 81 años, con la que coronaba una vida llena de persecución, gallardía, humillaciones y fortaleza? Desde 1775 y hasta 1782, todavía joven y como benedictino que era, había sido prior de aquella querida Abadía de San Pablo. Fue después obispo de Tívoli, cardenal-arzobispo de Imola y, al final del largo cónclave a la muerte de Pío VI, en 1800, Papa con el nombre de Pío VII. 
En 1804 Napoleón quiso ser coronado emperador en la catedral de Notre-Dame, pero el Papa se limitó a bendecirlo y Napoleón se coronó a sí mismo. Y la tensión entre el Vaticano y Napoleón creció año tras año.
El 17 de mayo de 1809 Napoleón Bonaparte decretó el expolio del Estado Pontificio: los estados de la Iglesia se unían al Imperio. Roma era ciudad imperial y libre. Todos los eclesiásticos (y el Papa entre ellos) debían jurar las cuatro proposiciones de la Iglesia galicana. El Concilio Ecuménico era el órgano en autoridad y enseñanza. Se ocupa militarmente Roma. Pio VII declara nulo el decreto y el 10 de junio de 1809 redacta la excomunión del emperador. El 6 de julio el general Radet y sus hombres escalaron los muros del Quirinal y lo llevaron a Florencia, Génova, Alessandria, Turín, Grenoble, Valence, Avignon. Y después a Niza, Mónaco, Oneglia, Finale Ligure y Savona, donde estuvo preso hasta 1815.
En el sermón de la Navidad de 1799, cuando era Arzobispo de Imola, Bernabé Chiaramonti había dicho: «La forma de gobierno democrático en manera alguna repugna al Evangelio; exige, por el contrario, todas las sublimes virtudes que no se aprenden más que en la escuela de Jesucristo. Sed buenos cristianos y seréis buenos demócratas». Napoleón, que no había empezado todavía la demolición caprichosa de la cosa pública en Europa, le tildó de jacobino.   
Y a nosotros ¿no se nos ha ocurrido pensar que el vandalismo de los que cacarean democracia es fruto de la ausencia en sus cabezas y en sus corazones de las sublimes virtudes que no se aprenden más que en la escuela de Cristo?

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